Freud, en una imagen de la serie del mismo nombre de Netflix, en la Viena de finales del XIX / Netflix

Freud, en una imagen de la serie del mismo nombre de Netflix, en la Viena de finales del XIX / Netflix

Letra Clásica

Freud, salvador del Imperio

Freud es un producto que se arriesga a hacer el ridículo, pero acaba brillando gracias a los actores, los guionistas, el director y el equipo al completo

4 abril, 2020 00:00

Sobre el papel, la cosa inspiraba cierta prevención: en la Viena de finales del XIX, Sigmund Freud investiga unos extraños y atroces crímenes en compañía de un policía atormentado por la muerte de su hijo y una médium húngara tan atractiva como inestable mentalmente. Afortunadamente, el resultado es espléndido y la nueva serie de Netflix Freud constituye, además de una rareza audiovisual muy germánica, un brillante entretenimiento en el que, felizmente, se introducen de manera muy didáctica algunos de los quebrantos de la mente que hicieron del célebre psiquiatra vienés uno de los humanistas y pensadores más notables de todos los tiempos.

Dividida en ocho episodios --una segunda temporada resultaría un tanto forzada, pero nunca se sabe--, Freud se sitúa en la Viena de 1886, donde tienen lugar unos crímenes horrendos llevados a cabo por gente aparentemente normal cuyo súbito impulso asesino nadie se explica. Pronto entran en el cuadro dos personajes siniestros que tal vez puedan tener algo que ver con el asunto, una pareja de aristócratas húngaros que utilizan a la muchacha con poderes extrasensoriales que salvaron de una matanza austríaca en una aldea magiar, Fleur-Salomé (Ella Rumpf, una joven Dominique Sanda), para llegar hasta el hijo del káiser, aparentemente con no muy buenas intenciones.

Sin frivolizar

Se interponen en su tenebroso camino Sigmund Freud (Robert Finster), solo o en compañía de su compadre Arthur Schnitzler, el inspector Alfred Kiss (Georg Friedrich) y la propia Fleur-Salomé, ganada para la causa (y para la cama) por el apuesto psiquiatra judío, a quien le acabará cayendo la trascendental misión de salvar ese imperio austrohúngaro que tanta gracia le hacía a nuestro Luís García Berlanga.

Coproducida entre Alemania, Austria y la República Checa, Freud cuenta con un magnífico diseño de producción, cuidado hasta el último uniforme, y una inspirada reconstrucción de la Viena finisecular. El guion de Steffan Brunner y Benjamin Hessler funciona como un reloj suizo, y la dirección de Marvin Kren, que pasa de la austeridad al grand guignol sin inmutarse y sin que la cosa chirríe, es de una eficacia absoluta.

Estamos ante una de esas extravagancias que salen bien: nada que ver, sin ir más lejos, con disparates del calibre de Hunters, la última gran apuesta (equivocada) de Amazon. Freud es un producto que se arriesga a hacer el ridículo, pero acaba brillando gracias a los actores, los guionistas, el director y el equipo al completo. No se ha caído en la tentación de convertir al bueno de Sigmund en detective privado ni en la de frivolizar a su costa, algo de lo que podría aprender, por ejemplo, el merluzo que escribió Abraham Lincoln, cazavampiros. A fin de cuentas, esta extravagancia tiene origen teutón y un notable poso intelectual, y demuestra que se puede fantasear con los grandes nombres sin incurrir en la más comercial de las estupideces.

Puede que no venga a cuento una segunda temporada, pero no seré yo quien se queje si se rueda.