La escena de la serie de Cruz Delgado y José Romagosa en la que Don Quijote y Sancho montan al caballo de madera Clavileño. Fantasías

La escena de la serie de Cruz Delgado y José Romagosa en la que Don Quijote y Sancho montan al caballo de madera Clavileño. Fantasías

Letra Clásica

Las fantasías animadas de Alonso Quijano

La serie de dibujos animados de RTVE sobre 'El Quijote', sin proponérselo, logró redefinir el concepto de 'lo quijotesco'. Se cumplen ahora cuarenta años de su emisión

7 noviembre, 2019 00:00

Jorge Luis Borges afirmaba, en una de esas afiladas maldades con las que solía adornar su biblioteca oral, que cuando leyó por primera vez El Quijote en castellano “le sonó a una mala traducción” de la que había conocido en inglés siendo apenas un crío. Nos cuenta el escritor Fernando Iwasaki que antes también Miguel de Unamuno, gran amante de la novela pero algo displicente con Cervantes, respondiendo a la pregunta de si la inmortal obra del alcalaíno era intraducible, aseguró que no solo no lo era, sino que incluso podría ganar con la traslación. Andrés Trapiello y Arturo Pérez Reverte también lo adaptaron hace poco a un castellano (más o menos) contemporáneo. 

Nosotros, siguiéndoles la boutade, podríamos concluir que cuando leímos El Quijote por primera vez, allá en la juventud noventera, echamos de menos la cavernosa voz de Fernando Fernán Gómez haciendo del pelirrojo Alonso Quijano, y la de Antonio Ferrandis contestándole como un Sancho Panza con la barba cerrada de los personajes de Hanna-Barbera. “¡Quijooote, Sancho. Saaancho, Quijote!”. Si han leído las primeras palabras de esta línea tarareando la canción compuesta por Juan Pardo es que tienen más de cuarenta años y han conocido la obra maestra de Cruz Delgado (Madrid, 1929) pionero de los animadores españoles, preclaro dibujante de cómics, revolucionario productor que, junto al realizador José Romagosa, le dio una vuelta al concepto de lo quijotesco

En efecto, hasta su llegada, pareciera que cualquier proyecto televisivo o cinematográfico basado en la primera gran novela moderna estuviera destinado al desastre. Como si para ser fiel al espíritu de la obra las cosas debieran salir necesariamente mal. Nada más quijotesco que una obra inacabada. Basta recordar los proyectos torcidos de Orson Welles, que se pasó nada menos que treinta años filmando un proyecto que acabó inconcluso. El director de cine Jesús Franco, su ayudante entonces en el rodaje, que intentó concluirla mal que bien, afirmaba en El Quijote de Orson Welles: “A mi modo de ver, Orson no quería terminar El Quijote. Deseaba conservar ese proyecto como algo propio, quería que viviera con él; como una ilusión, un sueño que nunca podría culminar. En el fondo, esto último le resultaba indiferente, porque era él mismo quien costeaba la película”. 

Son vox populi las cuitas y problemas de Terry Gilliam con su El hombre que mató a Don Quijote, película maldita con 20 años de rodaje constantemente interrumpido, luchando contra aciagos gigantes con brazos como molinos, roturas de caderas, inclemencias metereológicas y denuncias sobre derechos de autor. Los entuertos de la producción acabaron generando un interesante documental llamado Lost in La Mancha, sin duda más interesante que la obra resultante.

El Quijote, la ambiciosa adaptación en forma de serie que produjo RTVE dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón en 1991, con Fernando Rey como el caballero de la triste figura y Alfredo Landa como Sancho, y un guión de Camilo José Cela, tampoco tuvo mejor suerte. Se pudieron filmar apenas cinco capítulos de los ocho previstos para la primera parte y de los diez de la segunda –que debería haber dirigido Mario Camus– directamente no existe ninguno. Se quedaron en el limbo de las series frustradas a causa de la crisis económica posterior a 1992, tan quijotesca, tras los fastos de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Años después, Gutiérrez Aragón recordaba que cuando comenzó el rodaje, Emiliano Piedra, el productor, le dijo: "Tú hazlo bien hasta lo de los molinos. A partir de ahí no se lo ha leído nadie". No le hizo caso, pero tuvo que perseverar. No fue hasta 1997, con Fernando Rey ya fallecido, cuando se realizó la adaptación de la segunda parte en forma de largometraje.

Pero la versión en dibujos animados, esta de la que ahora se cumplen 40 años, fue totalmente diferente. Logro romper el molde. Se sobrepuso a la fatalidad. La serie, formada por 39 capítulos, fue emitida entre los años 1979 y 1982. En su tiempo fue una verdadera revolución en las historia de los dibujos animados realizados en España. Además, es la única adaptación que abarca íntegramente las dos partes de El Quijote. El éxito internacional fue morrocotudo, estrenándose en multitud de países y traduciéndose a más de treinta idiomas diferentes. 

Pese a las dificultades en la realización –Cruz Delgado recuerda que algunos episodios se acababan de realizar horas antes de su emisión–, lo costoso de cada episodio, trabajaban casi a fondo perdido, un centenar de dibujantes y profesionales consiguieron la proeza de acabarla. Contra todos los pronósticos. Dándole una vuelta de tuerca a la acepción clásica del quijotismo, la serie consiguió casi milagrosamente salir a delante

El éxito fue casi instantáneo y, pese a las quejas de algunos cervantistas refunfuñones, que no veían bien el protagonismo del galgo y el cuervo –aunque “el galgo corredor” aparece en la primeras líneas de la obra– , ni los fragmentos de slapstick, ¿pero no es también el Quijote el padre del tortazo cómico, del manteo humorístico?, fue considerada una obra maestra en su época. Más allá del menosprecio o la risilla que provocan los dibujos animados, podemos asegurar que para muchos infantes, para muchos mayores, en muchos hogares, su visionado fue el primer contacto con una obra, unos conceptos y unos nombres (Yelmo de Mambrino, La ínsula Barataria, Los Duques, Cide Hamete Benengeli) del que, de una manera u otra, todos nos sentimos herederos. Podemos decir que la obra nos ayudó a cobrarnos esa herencia.

Uno no puede dejar de imaginar qué le hubiera parecido la adaptación al mismo Cervantes. Tal vez la consideraría cosa de brujería. ¿Cómo si no entender que la acumulación de dibujos expuestos rápidamente ante nuestras retinas se convierta en algo tan vivo y vital? En la actualidad, pese a que la obra ha envejecido bastante bien, se le notan las costuras de la industria algo rudimentaria de aquel entonces, y tal vez la animación resulte monótona para los espectadores infantiles de hoy en día. El doblaje y la música y los paisajes de fondo siguen siendo sublimes. Nunca es tarde para empezar una nueva adaptación. ¿No creen? Y acabarla del todo.  

Animación de Alonso Quijano convirtiéndose en Don Quijote.

Animación de Alonso Quijano convirtiéndose en Don Quijote.

Tal vez el problema de España, quién sabe si también del mundo, es que todavía no ha leído bien El Quijote. El tópico, la tradición, dicta que la obra va sobre un pobre loco del que uno debe reírse. La visión romántica dice lo contrario, que debemos admirarlo como un idealista. La tradición quijotesca que parece inaugurar la serie de dibujos animados nos dice otra cosa. Que tal vez el Quijote sea el invento que Alonso Quijano utiliza inteligentemente para salvarse de una vida gris y aburrida, la fantasía animada que le permite convencer a todos de que es pertinente atreverse a conseguir lo que uno verdaderamente desea. Vale.