El poeta pobre, un lienzo del pintor alemán Carl Spitzweg (1839)

El poeta pobre, un lienzo del pintor alemán Carl Spitzweg (1839)

Letra Clásica

Estafas literarias por encargo

La publicación de las prematuras memorias de Pedro Sánchez, escritas por Irene Lozano, evidencian la escasísima fiabilidad de la literatura autobiográfica política

7 febrero, 2019 00:00

La fórmula más infalible que existe para mentir con éxito consiste en decir la verdad. Hacerlo es además la única manera de hacer literatura, un arte paradójico que construye mundos ficticios para enseñarnos a entender mejor el universo de lo inmediato. Se trata de un oficio imposible. A menudo no se considera tal y tampoco da para vivir. Acaso la mejor estampa de lo menesterosa que es la condición natural de un poeta, que así llamaban los antiguos clásicos a todos los escritores, sea la pintura que ilustra esta disidencia: un lienzo del pintor romántico Carl Spitzweg que muestra a un vate solo en su buhardilla, sin nada más que sus viejos libros y una estufa, contando las sílabas de los versos con los dedos.

La pieza tiene un aire cómico. El tipo nos parece entrañable porque es víctima de su propia obstinación: ha vendido ya cuanto tenía para calentarse --pueden verse los tejados nevados tras su ventana-- y continuar escribiendo. Sin mesa, sin silla y con una botella de vidrio como candelabro; solo, encerrado dentro de su propio abrigo, el famélico poeta trabaja en un jergón y se protege con un paraguas de las goteras, ajeno a la miseria que le rodea y consagrado a su arte sublime.

Claro que hay otras estampas muy distintas de los escritores. Unas nos los muestran, como a Alejandro Dumas, como perfectos triunfadores --ricos, galardonados, inmortales-- y otras como malditos diablos, cuya pobreza disimulan --fue por ejemplo el caso de Baudelaire-- con un indudable estilo. Lo que no tenemos nunca son estampas de los escritores fantasmas, los ghostwriters, como los llaman en la industria editorial de Estados Unidos, los negros literarios. Los motivos saltan a la vista: en la propia condición de escritor fantasma figura la obligación contractual de no existir. Pueden escribir pero no firmar. Por tanto, en términos de imagen, no existen.

777px Alexander Dumas père par Nadar   Google Art Project

El escritor Alejandro Dumas / NADAR.

La figura del esclavo literario cuenta con una estirpe apasionante. Desde Dumas, que tenía bajo su mando a todo un ejército de colaboradores --el más célebre de ellos fue Auguste Maquet, que terminaría denunciándolo-- a Lovecraft, que sería por un tiempo amanuense de Houdini a razón de medio centavo por palabra. Sawa fue el negro de Rubén Darío. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Si toda la historia de la literatura recoge leyendas sobre los escritores a sueldo, figúrense la literatura política, que (por lo general) ni es lo primero ni lo segundo.

Estamos viendo estos días un caso: la polémica por las memorias (prematuras) del presidente del Gobierno, el socialista Pedro Sánchez, que firma un libro --Manual de resistencia-- escrito en realidad por Irene Lozano, secretaria de Estado y exdiputada tránsfuga desde las filas de UPYD a las del PSOE. Lozano no suscribe como propio el libro para que los derechos de autor vayan en exclusiva a Sánchez. Es de suponer que lo ha escrito a cambio de una retribución pactada o quizás del cargo público --la antigua Marca España-- que ocupa por designación digital del presidente.

Sánchez e Irene Lozano

Pedro Sánchez en un programa de televisión. Al fondo, la image de Irene Lozano. 

Todo esto no tendría importancia si la consecuencia de tal asociación (de intereses) no fuera un libro. Sin dudar de las dotes de Lozano para “dar forma” a las grabaciones a partir de las cuales se ha fabricado el memorial de Sánchez, lo que nos preguntamos es si a Planeta, propietario del sello que edita el asunto, le merece realmente la pena ofrecer a su público una obra que es un absoluto fake. Damos por supuesto que sí: ninguna editorial tira el dinero a la basura. El libro de Sánchez, que en realidad es de Lozano, debe ser un negocio en términos políticos o económicos; o en ambos casos. Nadie, por supuesto, es tan iluso como para esperar que una obra así sea literatura ni nos deje una huella perdurable.

Lo asombroso, sin embargo, es que tampoco puede ser aquello que promete: una autobiografía, el relato en primera persona del protagonista de unos hechos políticos. Y no es --ni puede ser-- una autobiografía porque el elemento que caracteriza a este género es su condición referencial, que comienza (y en este caso acaba) por la autoría del libro.

Philippe LejeuneEn su ensayo El pacto autobiográfico, Philipe Lejeune, establece los dos requisitos ineludibles del género: la identidad entre el autor y el narrador y entre el narrador y el personaje del relato. Ninguno de los dos se cumplen en las memorias del presidente del Gobierno, que se atribuye la autoría del libro sin escribirlo. Manuel Alberca, experto en autoficción, es aún más categórico: “Un texto autobiográfico” --escribe-- “establece una relación contractual en la que el autor se compromete ante el lector a decir la verdad sobre sí mismo; es decir, propone al lector que interprete el texto conectado a principios que discriminen su falsedad o sinceridad, según criterios similares a los que usa para evaluar las actitudes y los comportamientos de la vida cotidiana”.

En su ensayo

Para Alberca, la naturaleza de la autobiografía exige el principio de identidad y el principio de veracidad. El primero sirve para convencer al lector de que el sujeto de una autobiografía es el mismo que la firma. El segundo vincula entre sí las figuras del autor, el narrador y el protagonista, que comparten identidad y, por tanto, tienen el mismo nombre.

Manual de resistenciaSánchez y Lozano incumplen todas estas exigencias en su Manual de resistencia. Y, por extensión, lo hace también la editorial, que ofrece a sus lectores una estafa por encargo. A esta tarea de mentir, pudiendo decir la verdad sin problemas, se sacrifica todo: el prestigio del sello, la forma del relato --el uso de la primera persona y la coincidencia onomástica-- y lo que Genette bautizó como paratextos: el título de la autobiografía, la portada del libro, la solapa de presentación, el resumen de la cubierta, el prólogo y la adscripción genérica. Todos estos elementos pretenden hacernos pasar por milagro lo que, sin duda, es un soberano escabeche. La humilde pobreza del poeta del cuadro de Carl Spitzweg nos parece mucho más digna, honorable y auténtica que estas memorias fake del presidente y su escribana. Dos artistas, sin duda.

Sánchez y Lozano incumplen todas estas exigencias en su