José Luis Coll en su irreverente e ingenioso diccionario definía encuesta como “una averiguación, indagación o pesquisa que se hace subiendo una calle empinada”. Así está el gobierno --y el resto de poderes del Estado--, con una respiración cada vez más dificultosa ante el reto de superar la enorme pendiente que presenta el camino pandémico. Y apenas iniciada esta crisis, a los cerebros de Moncloa se les ocurre encargar y publicar encuestas sobre la gestión del gobierno o una posible limitación de las libertades constitucionales. La primera impresión es que el ejecutivo desconfía de sí mismo, y la segunda es que una enorme ola de desconfianza ciudadana puede engullir la credibilidad del gobierno y del resto de instituciones estatales. La intencionalidad de algunas preguntas de la última encuesta del CIS ha sido tan evidente que el resultado ya está siendo contraproducente.
Es habitual --y en situación de crisis aún más-- que los poderes públicos administren la información no que la oculten, porque decir la verdad y toda la verdad, en algunas ocasiones y cuando estás sujeto a los vaivenes del acontecimiento inmediato, puede suponer un gran acto de irresponsabilidad que acarree nefastas consecuencias. Y si no que se lo digan al general de la Guardia Civil José Manuel Santiago, que olvidó en su lucha contra los bulos la máxima gracianesca sobre el hablar con prudencia: “siempre hay tiempo para soltar las palabras, pero no para retirarlas”. La mentira se propaga con mucha rapidez y se ramifica en nuevas versiones cuanto más compleja es la sociedad donde anida. Pero no es lo mismo luchar contra los bulos, demostrando su falsedad, que censurar la libertad de expresión. La incapacidad para detectar falsas noticias no puede suplirse con una tabla rasa censoria.
Pese a tantos errores de comunicación, en estos momentos cruciales es necesario mantener un grado mínimo de confianza en las autoridades que están al frente de la nave en una situación inédita y con un desafío ingente. Pero confiar no significa obedecer ciegamente ni permanecer acríticos ante actitudes que atentan al mismísimo corazón de nuestra democracia. La tensión entre la protección de la sociedad y las libertades individuales no ha de contemplarse como una fatal deriva, sino como un reto permanente por el que luchar cada día por nuestros derechos, la conquista ha de ser cotidiana.
Hay signos que muestran claramente qué tipo de líderes políticos generan todo tipo de desconfianza hacia el gobierno, y ante los que hay que tener algo más que cautela. Son aquellos sujetos que en sus discursos insertan una y otra vez hipótesis contrafactuales, imposibles de demostrar. Basar un argumentario, por ejemplo, en que la mortalidad hubiera sido menor si una comunidad autónoma hubiera sido independiente o no le hubieran suspendido parte de sus competencias en sanidad, muestra cuál es el objetivo que persigue el representante político que difunde ese comentario y cuán peligroso es para que la ciudadanía siga manteniendo su confianza en instituciones superiores.
Los ideólogos nacionalistas --ultras de cualquier signo y condición-- son expertos en difundir el virus de la desconfianza, muy contagioso y agresivo contra el sistema inmunitario de la democracia, ya de por sí bastante debilitado. De ahí a un triunfo del autoritarismo solo hay un pequeño paso. Los nacionalismos ya han dado sobradas muestras en la historia reciente de su capacidad camaleónica para instrumentalizar la democracia y de instaurar, si les conviene, regímenes totalitarios que han terminado siempre siendo más letales que cualquier pandemia.
En plena reclusión los ciudadanos vivimos más de oídas que de vista. Y el oído --apuntó Gracián-- es la segunda puerta de la verdad y la principal de la mentira. Hemos de ser cautelosos ante el bombardeo continuo de noticias, sean oficiales u oficiosas. Pero no es lo mismo tener una cierta precaución crítica ante informaciones gubernamentales que tener desconfianza hacia el gobierno y su capacidad para sacarnos del enorme agujero donde estamos metidos. En esta crisis excepcional que atravesamos, el dilema ante el que se enfrenta cualquier ciudadano es si confiamos en unos, en otros o en ninguno, esa es la cuestión.