El domingo 4 de marzo de 2018, tras una campaña mediática contra Antonio López en la que no se ahorró ningún color para acentuar la maldad del primer marqués de Comillas, el Ayuntamiento de Barcelona organizó una fiesta participativa con cómicos, manteros africanos y los participadores habituales. El motivo era derribar el monumento que sustituyó en 1944 al que la ciudad había erigido a Antonio López en 1884 (la primera estatua a un empresario que se levantaba en España), situado al final de la Vía Layetana, bajando a la izquierda, muy cerca de los terrenos portuarios.
Antonio López, nacido en Comillas en 1817, de familia humilde, llegó a Cuba en 1831. Con mucho trabajo, esfuerzo y sacrificio logró reunir algún dinero y se instaló como comerciante en Santiago de Cuba hacia 1844. Su visión empresarial le aconsejó crear una naviera que mejorara los deficientes servicios de transporte entre los dos extremos de Cuba, La Habana y Santiago.
Innovador
A tal fin, reuniendo capitales de personas que confiaban en él, ordenó en Filadelfia la construcción de un vapor con hélice axial en lugar de las tradicionales ruedas de paletas en los costados del barco, una innovación que hizo posible la victoria del vapor sobre la vela. Lo bautizó con el nombre de General Armero en honor de la autoridad marítima de Cuba entre 1848 y 1851.
La razón esgrimida por el Ayuntamiento para destruir la memoria de Antonio López del espacio público de Barcelona fue que había sido negrero: había hecho su fortuna con la trata, ilegal en Cuba desde 1820.
¿El odio del cuñado?
Nadie ha probado, ni existen datos, fechas, documentos o testimonios creíbles, que relacionen a Antonio López con el tráfico negrero. Pero el historiador de referencia para asuntos de la casa Comillas, Martín Rodrigo Alharilla, toma párrafos sueltos de uno de los tres panfletos que escribió el cuñado de Antonio López, Francisco Bru, y los dio por buenos; y sobre ellos pretende haber demostrado que Antonio López se dedicó al tráfico negrero.
Francisco Bru enfermó de odio --el sentimiento más corrosivo-- obsesionado con la idea de que su hermana y su cuñado se habían enriquecido con el expolio de la fortuna de su padre, Andrés Bru Puñet. Añadamos a esa utilización espuria de un texto huérfano de crédito, lleno de mentiras y falsedades, el sesgo ideológico (¿qué hubiera pasado si el capitalista López se hubiera llamado Pujol o Güell?) y el uso de la técnica de la insinuación (tal vez, todo parece indicar…), más propia de la prensa amarilla que de una disciplina académica. Del panfleto sin crédito, de las insinuaciones torticeras y de esa ideología difusa que ve a un pecador y delincuente en cualquier empresario de éxito surge la leyenda que atribuye al naviero Antonio López y López la condición de negrero. De la obra de Rodrigo Alharilla, salen las citas que otros muchos historiadores en agraz utilizan como fuente de autoridad para afirmar sin más que el primer marqués de Comillas fue un negrero. Una falsedad que se convierte en una demostración de lo que Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, proclamaba: una mentira cien veces repetida se convierte en una verdad.
¿Qué es un negrero?
Precisemos los términos. Un negrero es una persona que obtuvo beneficio de la introducción de esclavos africanos en América a partir de 1820, y sobre todo a partir de 1835. El comercio de esclavos inscritos y regularizados era legal y dejaba escasos beneficios hasta que la esclavitud fue abolida (en Cuba en 1886, en Brasil en 1888). Quienes poseían haciendas, comercios o pequeñas industrias en las que trabajaba mano de obra esclava, debidamente registrada, no eran negreros. En una sociedad esclavista no era posible ejercer una actividad económica sin tener contacto con la esclavitud.
El negrero era el que se dedicaba a la trata, un tráfico prohibido que dejaba pingües beneficios. Negreros fueron, por ejemplo, Julián Zulueta, alavés, y Pedro Blanco, malagueño, pero no Antonio López, quien por falta de capital, de nombre y de contactos no pudo dedicarse a un negocio que, como hoy el narcotráfico, estaba monopolizado por determinadas familias. Además, de la abundante documentación inglesa y española sobre apresamiento de barcos negreros y represión en tierra entre 1820 y 1860, en ninguno de ellos aparece el nombre de Antonio López y López.
El vapor 'General Armero'
Antonio López demostró con largueza que era un trabajador infatigable, con talento para los negocios y una gran intuición para ver oportunidades. Comprendió que en Cuba faltaban medios de transporte entre los extremos de la isla (una carencia también hoy evidente), por lo que reunió un puñado de socios con capital suficiente y encargó un vapor moderno en astilleros de Filadelfia. Lo bautizó General Armero en honor del marino que había mandado las fuerzas navales de Cuba entre 1848 y 1851.
El cuñado rencoroso, en las tres páginas de las 271 que dedica a La verdadera vida de Antonio López y López, ni siquiera menciona el barco, pero Alaharilla y José Antonio Piqueras insinúan que "tal vez" el nombre se lo pusieron para recompensar a la autoridad marítima, que "al parecer" había hecho la vista gorda a la actividad ilegal del vapor, pues "todo parece indicar" que el buque, según Alahariilla, se utilizó "para la introducción ilegal de esclavos en el oriente cubano. No en vano su puesta en marcha coincide con un aumento del número de esclavos vendidos por Antonio López y Hermano". Insinuaciones sin soporte alguno, sólo sospechas basadas en argumentos de la prensa más amarilla. La vida activa del vapor General Armero, bien documentada en los artículos que el marino y periodista Eugenio Ruiz publicó en NAUCHERglobal, prueba que el barco nunca se dedicó al tráfico ilegal de esclavos, entre otras razones porque no estaba preparado para ese tráfico. La insinuación de que se dedicó a ese transporte porque al mismo tiempo creció la introducción de bozales en Cuba es tan absurda como acusar a Amancio Ortega de haber traficado con drogas porque su fortuna coincidió con un aumento del narcotráfico.
Descargar pecados colectivos
No se puede arruinar la reputación de uno de los mayores empresarios españoles, fundador de la mayor naviera, de bancos, astilleros y múltiples empresas, con citas de un texto plagado de mentiras y escrito desde el odio, sin crédito alguno, y con insinuaciones impropias del mundo académico, que incluso quedarían en entredicho en la prensa que hocica en el fango. Antonio López y López no se enriqueció transportando esclavos africanos a Cuba. Eso, sencillamente, es mentira.
La falseada vida de Antonio López, una auténtica leyenda negra urdida desde la mentira y la insinuación, ha sido aprovechada para apretar “el gatillo de la memoria” (Juan Marsé, Un día volveré). Derribar al negrero, cantar las excelencias de una ciudad limpia y pura, un método exorcista muy utilizado en la antigua Unión Soviética, un régimen y una sociedad corrupta en todas sus partes en la que cuando se hacía público un escándalo de corrupción, sobre el acusado caían las mayores penas y se exageraban y desfiguraban hasta la náusea sus eventuales fechorías; de esta forma, la sociedad quedaba limpia pues habían trasladado al tótem todos sus pecados.
Obras de Gaudí
En cualquier caso, Barcelona se ha perdido la memoria de un personaje que hizo posible la arquitectura de Gaudí, la poesía de Verdaguer y multitud de obras magníficas desparramadas por España.
Al espacio que ha dejado libre el monumento al primer marqués de Comillas, la Plaza de Antonio López, pretenden llamarla Plaza de Idrissa Diallo, un guineano cuyo mérito consistió en saltar la valla de Melilla en diciembre de 2011 y morir de insuficiencia cardíaca un mes después, mientras estaba internado en el centro para extranjeros de la Zona Franca de Barcelona.
Joan Zamora es capitán de la marina mercante (1982); doctor en Marina Civil (1996) y periodista (1973). Profesor de Empresa y negocios marítimos en Tecnocampus de Mataró (UPF).