El partisano que leía a Heidegger
Los diarios de Pietro Chiodi desvelan el coste de luchar por la libertad con violencia, como sucede en las guerras. Una experiencia que transforma por completo la identidad
4 septiembre, 2020 00:10Ha terminado la guerra y un ex partisano consigue permiso para visitar la prisión de Turín. Allí murieron, víctimas de torturas y maltrato, algunos de sus camaradas, entre ellos el más querido, Cocito. Le acompaña su hermana, Lena. Ha prometido no disparar aunque lleva un arma entre el cinturón y los calzones. En la celda donde sus amigos malvivieron y murieron hay detenidos seis oficiales de las SS, grandes, enormes, de miradas vacías como animales, describe el exguerrillero.
La ira, acumulada durante tantos años, le sube como un vómito y golpea al que le mira hasta que el alemán cae al suelo aullando, pidiendo clemencia. No le escucha y redobla los golpes, ahora a culatazos, hasta que ve cómo le salpica la sangre. Cuando comprueba que yace inerte apunta con su arma al resto, les hace arrodillarse, la emprende a golpes hasta que se calma. Lena está golpeando frenéticamente los cuerpos abatidos en el suelo, rendidos. Y el partisano, el héroe de guerra, siente que el odio le ha ganado la batalla.
Esta terrorífica historia es sólo una parte de la desnuda verdad de los Diarios de Pietro Chiodi, uno de los más ilustres filósofos de la Italia del siglo XX, que hasta ahora no han podido leerse en nuestra lengua. El episodio es algo más que una anécdota porque quien lo escribe, sabiendo que su causa era justa, se resiente del precio que ha de pagar por luchar por la libertad con violencia. Un dolor que se va haciendo mayor a medida que transcurren cada uno de los días de una guerra que le ha convertido en otro hombre.
Resulta extraordinario que después de tanto tiempo transcurrido, y con la carga emocional y política que supuso para Europa la Segunda Guerra Mundial, sigamos descubriendo documentos que, al menos en español, nos han sido vedados hasta ahora. En este caso, el extraordinario testimonio de Chiodi, eminente conocedor y experto internacional en la obra de Heidegger y uno de los intelectuales más sólidos de Italia, tras la derrota del fascismo y la llegada de la democracia. Próximo a los comunistas, Chiodi es un catedrático de filosofía que abandona su cátedra en Alba, en el Piamonte, para tomar las armas contra los fascistas y los nazis y por eso en este detallado dietario de guerra y reclusión prevalece la mirada dolorida sobre el bien, el mal y la pérdida de la dignidad de los seres humanos.
Chiodi es un buen estratega que no duda en matar y en diseñar estrategias de ataque y de defensa, pero la suya es, sobre todo, una decisión moral, no heroica, casi resignada y esencialmente fruto del compromiso. A su lado caerán combatientes muy jóvenes, muchos de sus alumnos, hijos de vecinos, compañeros de pupitre de la infancia, vecinos de toda la vida. También entre los fascistas, también entre los traidores. Desde el gran reportaje Nápoles 44 de Norman Lewis no habíamos leído una crónica tan vívida, real, ágil y a la vez profundamente humana. Chiodi, en estos diarios de campaña, retrata cada situación y cada gesto de las batallas a vida o muerte, pero también las peripecias para conseguir pan o agua, la desesperación de una ropa eternamente sucia, los pies desnudos y con la piel renegrida y para siempre áspera.
Recuerda a Max Aub cuando en Campo de Almendros describe a los refugiados republicanos: “deshechos, maltrechos, sucios cansados, hechos un asco y lo mejor del mundo”. Así son los compañeros de armas del filósofo italiano, simple y llanamente hombres que luchan por no morir y matan y a veces tienen compasión y esperanza. Pocas guerras --y en este caso la particular guerra de guerrillas de los partisanos, tan lejos del orden, la disciplina y la seguridad de los Ejércitos-- han sido tan literariamente retratadas, en el sentido de tan magníficamente contadas como lo hace Chiodi en Bandidos (Prensas de la Universidad de Zaragoza).
Bandidos les llamaban los fascistas. Y es el nombre que Chiodi eligió, al final de la guerra, para titular sus diarios y nombrar a los protagonistas de la lucha contra los nazis y los fascistas en la Italia ocupada, sobre la que escribe como guerrillero y como filósofo. Admirador y estudioso de los pensadores alemanes, intenta entender cómo algunas de las más luminosas cabezas podían haber estado ciegas ante tanto dolor y tanto horror. No oculta en ningún momento sus profundas dudas sobre la consecuencias de sus actos: al fin y al cabo, antes de la guerra no era un militante sino un profesor teóricamente comprometido con la democracia, no tenía vocación de héroe y aún menos de combatiente. Y sin embargo se convierte en todo esto porque no tiene otra opción, aunque el precio a pagar sea tan caro.
Bandidos son sus compañeros y bandido es él cuando lo tratan como tal y lo apresan. Entonces está solo y solo --un hombre solo-- debe afrontar un viaje, que parece sin retorno, a Innsbruck, donde es confinado en un campo de trabajo. Su crónica del horror que no difiere de las memorias de Primo Levi o tantos otros, pero resulta particularmente deslumbrante por su capacidad de distinguir, entre tanto miedo y tanto sufrimiento, los pequeños gestos de piedad, los hercúleos gestos de decencia y dignidad entre los prisioneros, incluso en algún carcelero al que el filósofo describe como buena persona o, al menos, con un poso de humanidad a pesar de tanta locura. Su estancia en Austria y su huida como falso trabajador voluntario es ya una excelente crónica, una odisea contada como los más clásicos relatos de la Historia.
Sin embargo, la peripecia de Pietro Chiodi no se entendería en todo su valor sin el contexto que Javier Brox Rodríguez, algo más que un traductor, filólogo y profesor, añade a la figura de Chiodi y su pensamiento filosófico y político. Nacido en 1915 y fallecido en 1970, Chiodi fue un ejemplo del intelectual comprometido y crítico, con impecable hoja de servicios en la lucha por la democracia e incansable buscador de preguntas y respuestas desde la filosofía tras el trauma bélico. A pesar de su rendida admiración por el existencialismo como paradigma de pensamiento independiente, no deja de pronunciarse sobre política y opinar sobre la que rigió tras la guerra en su país.
En plena guerra fría y, al mismo tiempo que, lenta pero inexorablemente, el Partido Comunista Italiano se distanciaba de Moscú, Chiodi representa una posición de izquierdas alejada del totalitarismo y la ortodoxia. “Hay que apoyar a la izquierda lo más posible sin poner en peligro la libertad”, escribe el 13 de junio de 1944, ya en democracia. “La socialdemocracia nunca ha pedido el sol de medianoche, sino una red de alumbrado público eficaz cuando todo se pone oscuro. Eso la enfrenta a quienes claman por resignarnos a las tinieblas, pues son naturales, y a los que recomiendan apedrear las farolas y exigir el amanecer o nada”.
Reflexiones de absoluta contemporaneidad, finiquitada hace lustros la Guerra Fría y enfrentada Europa a viejos y nuevos fantasmas, por su contundencia y el valor moral de quien siendo una víctima --y un héroe-- no dejó de defender, como ejemplo nada banal, el valor de la filosofía de Heidegger a pesar de la adhesión del pensador alemán al partido nazi y a su líder Adolf Hitler. En esa influencia heideggeriana coincide con otros pensadores nada sospechosos de nazismo y muy diferentes, como Hanna Arendt, Jacques Lacan o Jacques Derrida.