Barcelona fue el centro del contraespionaje durante la Segunda Gran Guerra. El MI6 británico pagaba a sus espías a través de la Barcelona Traction, la eléctrica que acabó convertida en Fecsa, en manos de Juan March. Pero, el Eje también tuvo aquí su sede encubierta: La Seda de Barcelona, entonces textil reconvertida ahora en química del plástico, fue el corazón de la Red Gladio en el Mediterráneo, una trama musoliniana de la ultraderecha italiana conectada con España a través de Vicente Mortes, camisa parda y exministro de Industria, que acabó presidiendo la empresa de El Prat de Llobregat. Y no hace falta decir que el catalán Joan Pujol, alias Garbo, el gran espía aliado que confundió a los nazis en el desembarco de Normandía, vivía en Barcelona con su esposa, la actriz Araceli González, una mujer indispendable en la vida de un hombre que aprendió a transmutarse en alemán, británico o francés, como si estuviera sobre un escenario. Pujol fue el agente doble que hizo creer a la Wehrmacht que el desembarco del día D sería en Calais, a kilómetros de la playa de Normandía. Años después, su vida sirvió de inspiración a John Le Carré, que lo enfrentó en la ficción (y en el cine de espionaje: El Topo, la cinta de culto dirigida por Tomas Alfredson) con Carla, el solemne espía ruso, convertido en jefe del KGB durante la Guerra Fría, reproducción acertada del general Rem Krassilnikov.
Pero Pujol estaba muy lejos de ser un héroe de guerra; había pasado su juventud criando pollos y escapándose de los frentes de batalla. No era, como se dijo, un hombre del NKVD soviético (el servicio anterior a la KGB de Stalin), ni un agente encubierto de la resistencia francesa y, ni tan siquiera, un militar de la Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense. Pujol dominó el arte del espionaje hasta el punto de no haber sido nunca el hombre por el que pasó ser. Conoció el destino de la Barcelona Traction, la empresa que en el fondo lo mantenía y supo de su quiebra gracias a Juan March, un aliado de palabra, pero muy bien relacionado con el Pardo. Antes de presentar su primera oferta de compra de la Barcelona Traction, el financiero mallorquín, patrón de los diarios Informaciones y Libertad, estuvo en prisión por contrabando durante la II República y se fugó por la puerta principal en coche blindado, después de haber sobornado a los funcionarios. Mucho después, en la plenitud de los cuarenta, con la Traction (ya embrión de Fecsa) funcionando a pleno pulmón, las crónicas de sociedad de El Brusi y La Vanguardia remarcaban la vuelta a la fastuosidad en las funciones del Liceu y la presencia de Josephine Baker en los noches del Rosaleda, patrocinadas por la junta de Damas de Santiago, una institución pía, de mesa petitoria y mantilla, que cabalgaba entre el gran mundo y la caridad.
La compañía eléctrica se fundó en 1952, en Madrid, bajo el nombre de Fuerzas Eléctricas de Cataluña (Fecsa), con March de socio mayoritario y los bancos Central, Santander y Valencia de minoritarios, pero con sendas vocalías en el consejo de administración. A pesar de todo, la oferta eléctrica seguía siendo inferior a la demanda; la pertinaz sequía y el escaso grosor de la nieve en los picos cercanos a las cabeceras de los ríos tuvieron que asumir el fracaso energético de un modelo que reaccionó con las célebres restricciones y los bombines de hilo de plomo en los contadores de la ciudad. Los organismos económicos, Fomento del Trabajo Nacional (Miquel Mateu y Pedro Gual Villalbí, que sería el conocido ministro sin cartera); Cámara de Comercio (Josep Daurella) o la Sociedad Económica de Amigos del País (Felipe Bertran i Güell), exigieron soluciones a la administración por el mal momento de la industria, como deja constancia en innumerables pistas y ejemplos Francesc Cabana en 37 anys de franquisme a Catalunya (Pòrtic) o en los capítulos del medio siglo en la enciclopédica recopilación La historia de Foment del Treball (Planeta) de Milián Mestre y el mismo Cabana.
Barcelona atravesó las restricciones bajo la doctrina Acedo Colunga, el gobernador civil de la Rosa de Fuego derrotada. Fue el impulsor del Congreso Eucarístico ("De rodillas señor ante el sagrario... Cristo en todas las almas y en el mundo, la paz", dice la letra de su himno), celebrado en 1953, año de la visita de Eisenhower e inicio del deshielo español. Acedo también dejó su huella en las noches del Paralelo junto a las hembras despampanantes de los teatros de Revista, como narra el gran Eduardo Mendoza en clave de ficción en La comedia ligera. Ocurrió en la Barcelona del "áspero bregar, el genial ambicionar y el ascético vivir", en transición hacia la ciudad recobrada del breve renacimiento de la Conferencia Club de Isabel Llorach: la etapa del "gentil acomodamiento". Así lo recogió Carles Soldevila en Destino y lo desmontó Vicens Vives en la misma revista, con su célebre respuesta Hacia una nueva burguesía, el libelo intelectual que enmarcó el resurgimiento de la imaginería catalana (auténtica raíz de un país estético y vocacionalmente moderno), sin caer en la vacuidad del nacionalismo ramplón.
Llorach es otro punto y aparte en la ciudad de los espías en que se convirtió Barcelona entre 1939 y 1945. La hija de Concepció Dolsa, viuda de Llorach, había vivido su infancia de años vente en la Casa Llorach de la calle Muntaner, situada junto a la casa Trinxet, ambas de Puig y Cadafalch, en el momento álgido del noucentisme. La Llorach aureoló a lo más granado de la aristocracia cultural catalana (Nicolau Maria Rubió i Tudurí, Pere Bosch i Gimpera, eran afines al té de la mansión). Su trayectoria es un cuento inacabado, que empieza, si se quiere, en su despedida sentimental al final de la Guerra Civil de su amigo, el cronista Vila-Sanjuan, en el antiguo Moll de la Fusta, tal como recoge en clave de novela su nieto Sergio Vila-Sanjuán en Una heredera de Barcelona (Destino), ganadora del Premio Nadal de 2010. Hemos de suponer que Llorach huía porque tenía deudas pendientes con los nacionales o deudas monetarias, simplemente. Pero regresó en los años dulces de Jaime Castell Lastortras y los hermanos Pepe y Domingo Garí, en el último respingón textil, contado por Manuel Ortínez en su autobiografía sin desperdicio, Una vida entre burgueses (Ed 62). Sea como sea, Llorach dejó la duda de su contribución a los dos bandos por su vida entre luces y sombras, en la Barcelona aliadófila del contraespionaje. Su rastro aparece en los fanales de la ciudad oscura, los planos de la fábrica de motores Elizalde, la Hispano-Suiza, la bocana del puerto, el primer gasómetro y tantas otras cosas relacionadas con la economía de guerra y de recuperación, como la Comisión de Fábricas de Milà i Camps, destinada a devolver a sus propietarios las empresas colectivizadas por la CNT.
En 1949, seis años antes del Pacto de Varsovia, los países occidentales fundaron la OTAN, el tratado del Atlántico Norte. Juan March vendió la mayoría accionarial de Fecsa a los bancos accionistas por un total de 325 millones de pesetas para crear la Fundación March, un patronato más multimillonario que la misma fundación Nobel. Entrábamos en los cincuenta, el medio siglo de Marsé y de Últimas tardes; el inicio del turismo de masas y la cuantiosa factura de las remesas de emigrantes, que habrían de cubrir nuestra deficitaria balanza de pagos. Fecsa levantó las chimeneas de fuel de Sant Adrià para cubrir los picos de consumo, pero no lo consiguió hasta más tarde con la apertura de la hidroeléctrica de Pont de Montanyana o las de Caldes de Boí y Canelles, estas dos últimas creadas por Enher, que pertenecía al Instituto Nacional de Industria (INI).
El régimen empezaba a ser el protagonista de la gran inversión y en los presupuestos de aquellos años aparecía ya la enorme contribución pública a la acumulación bruta de capital. Los López, Rodó y Bravo, se hacían con el control del equipo económico de un gobierno, con primer ministro in péctore, el almirante Carrero Blanco, bajo el presidencialismo del general, al margen del día a día. Se acercaba la Estabilización, como mecanismo para evitar las recurrentes devaluaciones. El general inauguraba pantanos y salía en los Nodos del blanco y negro, junto al clásico ingeniero catalán, fuese Victoriano Muñoz (promotor de Enher) o el mismo Duran Farell en los primeros momentos de Hidroeléctrica de Cataluña (Hidruña) y de Catalana de Gas. Nadie podía saberlo entonces, pero el destino movería años después los dados de la suerte de manera que Enher, Hidruña y Fecsa pasarían a formar parte de Endesa, el gran conglomerado público, cuya privatización posterior ha modernizado la gestión eléctrica y ha ofrecido suculentas ganancias a la llamada oligarquía extractiva.