Tolerancias
Se ha escrito mucho sobre la intolerancia hispánica. El discurso de la intolerancia en España ha ido siempre unido al de la Inquisición desde el nacimiento de ésta. Ciertamente la Inquisición moderna, nacida por la bula de Sixto IV, en 1478, duró hasta 1833. Tres siglos y medio que dejaron tras de sí miles de procesados y muertos y secuelas muy graves en el ámbito del control del pensamiento, de la libertad de pensar y sentir. Lo decía muy bien Blanco White, exiliado en el marco de la Guerra de Independencia, con palabras muy duras contra la intolerancia en nuestro país: "El entendimiento humano ha estado en completo vasallaje en todos los dominios de España. Todo español se ha visto obligado a pensar, por lo menos a hablar y escribir, con arreglo a ciertas fórmulas y principios establecidos, so pena de los castigos más enormes que se conocen en la sociedad humana... Las resultas de semejante sistema son entorpecimientos de las facultades mentales... La causa e intereses de la verdad no pueden prosperar sino bajo un sistema de libertad intelectual, porque el amor es multífono mas la verdad una y sencilla".
La intolerancia ha estado efectivamente muy presente en la historia española y el discurso justificatorio de la misma abunda en textos. Ahí está como ejemplo el testimonio del canónigo Boronat que legitimó la expulsión de los moriscos con el siguiente argumentario: "Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. La llamada tolerancia es virtud fácil, es enfermedad de época de escepticismo o de fe nula. Pero tal mansedumbre de carácter no depende, sino de una debilidad o eunuquismo del entendimiento".
El relato de la historia de España como presunta expresión de la intolerancia que tanto se acostumbra a hacer desde sectores de la izquierda española o desde el discurso nacionalista periférico merece algunas precisiones
Pero el relato de la historia de España como presunta expresión de la intolerancia que tanto se acostumbra a hacer desde sectores de la izquierda española o desde el discurso nacionalista periférico merece algunas precisiones. La primera es que la Inquisición no la inventó España: fue una creación romana del siglo XIII que tuvo gran difusión en los siglos XIV y XV sobre todo en Francia, extendiéndose a Cataluña a finales del siglo XIII y llegando en su proyección hasta Morella con enorme incidencia en la persecución de cátaros y conversos.
El Directorio de Inquisidores fue escrito por el gironí Nicolau Eymerich (1320-1399), inquisidor general en la Corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XIV. Esta obra fue el referente de toda la normativa procedimental del Santo Oficio en los siglos posteriores. Castilla no conoció la Inquisición hasta la bula de 1478 que otorgaba a los reyes Católicos capacidad para nombrar inquisidores. El tribunal de la Inquisición moderna de Cataluña se creó en 1484, poco después del primer tribunal de Sevilla.
La intolerancia no es monopolio hispánico. El debate intolerancia-tolerancia se libró en el escenario religioso fuera de España muchas veces
La segunda precisión es que la intolerancia no es monopolio hispánico. El debate intolerancia-tolerancia se libró en el escenario religioso fuera de España muchas veces. En el ámbito judeo-holandés hay que recordar la colisión entre el heterodoxo Espinosa y el ortodoxo Ben Israel o el patético suicidio de Uriel da Costa. En el ámbito protestante hay que recordar aquí las propias peripecias de algunos protestantes españoles en el marco del calvinismo con la figura de Miguel Servet, quemado en la Ginebra de Calvino en octubre de 1553.
Cuando Voltaire escribió su Tratado de la tolerancia en 1763 tenía muy presente el affaire Calas ¿Y qué fue este asunto? El patético juicio en Toulouse del comerciante Pierre Calas, de 68 años de edad de religión protestante, cuyo hijo Marc-Antoine de 28 años se ahorcó. La muerte del hijo suscitó un proceso muy ruidoso en Francia que llevó a la sublimación del muerto como si fuera un santo y al juicio de la familia resultado del cual fue la muerte en tormento del padre y penalidades sin fin para la madre y los hermanos. La dialéctica era catolicismo-protestantismo y el ámbito territorial en que se debatía era Francia. Por cierto que Voltaire, muy jacobino él escribió: "En París, la razón puede más que el fanatismo, por grande que este pueda ser, mientras que en provincias el fanatismo domina siempre a la razón".
Pero sobre todo quiero resaltar que estudios recientes como el libro de Trevor Dadson Tolerancia y convivencia en la España de los Austrias subrayan la tolerancia de la sociedad española en su actitud ante las minorías religiosas, fueran de procedencia judía o musulmana. Hernando de Talavera respecto a los judeoconversos o Pedro de Valencia respecto a los moriscos no fueron sino las puntas de un iceberg de tolerancia social del que hay infinidad de muestras. Buena parte de la sociedad española consideró con respecto a los moriscos que su expulsión fue evitable y que la integración era posible. El Ricote cervantino no es sino testimonio de una identidad híbrida, cultural y hasta emocional que distó mucho de ser minoría.
El reto ahora es fijar los límites de esa tolerancia. Asumir la libertad de pensamiento, el reconocimiento de la diversidad, el principio de la pluralidad de identidades
El problema desde mi punto de vista no es el de una estructural vocación intolerante de la sociedad española. Creo por el contrario que la sociedad española ha dado muchas muestras históricas de capacidad de asunción de la diferencia. Tantos siglos de imposición inquisitorial más bien han creado un cierto indiferentismo escéptico, una extrema discreción a la hora de cruzar la frontera entre la manifestación pública y la confesión privada, un pragmatismo existencial muy cortoplacista y que abdica de principios trascendentales en beneficio de una convivencia tranquila y sin agobios más allá de la clásica aspiración del día día: llegar a final de mes.
El problema catalán, larvado hace mucho tiempo, estalla ahora ante las narices de esta sociedad tolerante entre otras cosas porque ha vivido y sufrido mucho históricamente la intolerancia del poder. El reto ahora es fijar los límites de esa tolerancia. Asumir la libertad de pensamiento, el reconocimiento de la diversidad, el principio de la pluralidad de identidades, que componen el Estado sin dejarse arrastrar por las estrategias de simulación encubiertas por el buenismo y la astucia. No es fácil.