No recuerdo una sesión de investidura con tantas referencias históricas. Para ser preciso, nunca había oído tantas barbaridades en boca de los señores diputados. A los 500 años de la nación española le siguieron, Felipe IV, Espartero, Cánovas, Sagasta, Azaña, Franco... y venga citas y más citas. Casi todas muy desafortunadas, fuera de contexto, como la que, sorprendentemente, se sacó de la manga Xavier Domènech. Extraña que un profesor universitario de historia tire de Azaña para hablar del (imaginario) Estado catalán anterior a 1714. Puesto a citar podía haberse acordado de Núria Sales o de Víctor Ferro y sus tesis nacionalistas del Estado de soberanía incompleta anterior al triunfo borbónico. Hubiera quedado mejor.
Pero, si hubiera un premio al diputado más lamentablemente historicista, ese se lo deberían dar a Joan Tardà. Ha superado todo lo imaginable. Como historiador, he sentido vergüenza ajena. Un ejemplo entre tanto disparate: la conquista castellana de Cataluña en 1714. ¿Pero dónde se ha formado este señor? La historia es interpretable, pero hasta cierto punto. No todo vale, ni en el contenido ni en la forma de decirlo.
Que existe un problema de lenguaje es sabido por todos. Es insultante esa manía propia de mentes totalitarias de hablar en nombre de todos los catalanes o en nombre de todos los vascos o en nombre de todos los españoles. La presidencia del Congreso debería llamar la atención a esos trileros del lenguaje. Cabe otra posibilidad, que sean unos cenutrios o que se crean que el resto de los mortales somos imbéciles. Si no tienen vergüenza alguna en convertir sus partes (bastante pudendas) en el todo, qué escrúpulos van a tener en manipular la historia a su antojo y transformarla en una verdad absoluta.
Salvando las enormes distancias intelectuales entre el conservador Cánovas y el republicano Tardà, políticamente el discurso del malagueño era muy similar al que ahora practica el catalán, aunque le pese. Para Cánovas, las transformaciones y cambios en la sociedad se producían por el curso ‘natural’ y ‘orgánico’ de la Historia. Tardà ha explicado del mismo modo el porqué del devenir histórico de la cuestión catalana. Es cierto que Cánovas reservaba a las élites el poder desde el que realizar esos cambios. A diferencia de Tardà, el malagueño era un político sincero porque consideraba que el resto de los grupos sociales tenían que creerse partícipes de ese proceso, fijando previamente cuáles eran los límites y quiénes podían participar.
Cuando Cánovas consiguió el favor oficial para obtener su primera acta de diputado, pudo conocer los mecanismos electorales por dentro, con sus sobornos y corruptelas, y llegó a esta conclusión: “Al pueblo lo que se le pide es que haga que tiene voluntad, y que no la tenga”. El sistema canovista, como el nacionalcatalanista, se basaba en la aparente voluntad del pueblo, aunque fuese necesario corromper la representación del sistema electoral con una mayoría que no era real sino construida por las élites, elegidas democráticamente por supuesto.
Y al final, como ayer en el Congreso, al terminar la sesión todos se marcharon riendo. ¿De nosotros?