La revista Claves se va. Y con ella una España que ha querido ser y que ha sido. Dos intelectuales la fundaron. Uno ya falleció. Y el que ha quedado cierra ahora la parada, con la sensación de que no se ha querido valorar todo lo que España ha conseguido desde la transición. La publicación, del Grupo PRISA, forma parte de la educación intelectual y sentimental de varias generaciones, que todavía recuerdan los primeros números, cuando el hambre por saber, conocer y comprender era mayor que la comprensión de textos largos, complejos, repletos de referencias escritos por especialistas, catedráticos, filósofos y escritores de primera fila. El proyecto que arrancó en abril de 1990, con dos directores, Javier Pradera y Fernando Savater, finaliza ahora con el último número, de mayo-junio de 2023.
Son 33 años de inteligencia, de un servicio intelectual a España que ha servido a muchos ciudadanos, aunque, tal vez, no ha logrado sus propósitos: una España convencida de sus posibilidades, centrada, orgullosa de su evolución y amante de los valores ilustrados, con una bandera: la libertad de pensamiento y la capacidad crítica. Esa España, ahora, “se desmorona”, a juicio del propio Savater.
Claves de Razón Práctica, abril de 1990. La revista surgía de las entrañas del diario El País, con dos de sus principales referentes, Pradera y Savater. Los que se acercaban a los quioscos para comprarla (500 pesetas, tres euros) sabían de ella por el diario, por los numerosos anuncios. Y descubrieron algo único. Comenzaban los años noventa, una década optimista, como bien señaló Ramón González Férriz en su libro La trampa del optimismo (Debate). En esas páginas, con ilustraciones de Eduardo Úrculo o caricaturas maravillosas de Loredano, se podía acceder a las reflexiones de Alain Touraine, de Rafael del Águila, de Javier Tusell, de Ignacio Sotelo, de Félix de Azúa, de Blanco Valdés, Antonio Elorza, Félix Ovejero, Antonio Escohotado, Javier Gomá y, por supuesto, de Fernando Savater, además de muchos otros, entre ellos Mario Vargas Llosa, que dejó sus mejores páginas sobre pensamiento político.
La caída del muro de Berlín, el futuro de los países del este, las reformas y la consolidación de la democracia en España, los debates éticos sobre los avances científicos, y siempre la literatura, con ensayos prodigiosos o referencias de grandes autores, en una sección específica llamada Casa de citas. La revista supuso una universidad para muchos jóvenes, que aprendían más con esos números de Claves que en las facultades. Suponían, de hecho, buena bibliografía para trabajos de investigación, autores que iban a causar un enamoramiento para toda la vida.
Savater y Pradera tenían la convicción de que el periodismo de El País necesitaba un complemento para poder ahondar en grandes cuestiones. Y los dos reclamaron textos a especialistas relacionados con el Grupo PRISA, pero también a toda la inteligencia española e internacional que pudiera ofrecer luces largas, reflexión para poder pensar y establecer un criterio propio.
Lo que Claves, sin embargo, quiso ofrecer siempre es un camino hacia cierta transversalidad, hacia una razón compartida, que no se ve hoy en España.
España en el mundo
Vayamos a aquel primero número, de abril de 1990. Fernando Savater firmaba un artículo con el título de El estado clínico; Luis Ángel Rojo dejaba constancia del momento internacional: La URSS, sin plan y sin mercado; Manuel Castells –sería muchos años después ministro de Universidades sin demasiado éxito, pero entonces era un catedrático de Sociología de mucho prestigio—explicaba El fin del comunismo. Uno de los más grandes ensayistas, Rafael Sánchez Ferlosio firmaba Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir; y en capítulo de Documento (se situaba al final del número y recogía textos que podían ser decisivos—se incluía el tan manoseado después ¿El fin de la historia?, de Francis Fukuyama. Y en Casa de citas, la selección de fragmentos de obras de distintos autores corría a cargo de Rafael Argullol. Todo un festín para un ciudadano inquieto, con deseos de conocer más allá de la sección de política o de internacional de un periódico.
¿Se entendió la misión de Pradera y Savater? Los números se difundían en los despachos de los catedráticos de universidad, en las mesas ministeriales y en los domicilios de dirigentes políticos y de empresarios ilustrados. También entre muchos lectores fieles de El País, y entre profesionales liberales que contrastaban sus idearios. Pero el propio concepto de ciudadanía, el que tanto ha defendido siempre Fernando Savater, es el que se ha debilitado en ese lapso, hasta llegar a mayo de 2023, en vísperas de unas elecciones municipales y autonómicas decisivas.
¿Era progresista Claves y sus principales referentes no lo son hoy? ¿O es el conjunto de la sociedad española la que ha cambiado? Hagamos un salto. De 1990 viajamos a 1994. En el número 42 de la revista Alain Touraine constata: Europa entra en el mundo; Rafael del Águila firma Tragedia, política y democracia; Javier Tusell incide en esa cuestión con La revolución posdemocrática, mientras que Patxo Unzueta escribe La lengua del patriota. Ignacio Sotelo regala La vida como género literario, y Félix de Azúa se despacha con Una luz negra: Arthur Rimbaud.
Mantenemos el salto. Es el número 151, en abril de 2005. Las preocupaciones por las grandes cuestiones se mantienen. Antonio Elorza, con La génesis del Islam; Claudio Guillén firma El comparatista en su patria. Javier Gomá escribe Aquiles en el gineceo; Milan Kundera se concentra en un tema de siempre: Literatura universal y literaturas nacionales; Félix Ovejero ofrece Naciones, fronteras y ciudadanos. Jordi Gracia –hoy jefe de opinión del diario El País—retrata a Josep Pla, con el título de La fiebre de la prosa de Josep Pla. Aparece otro tema recurrente, firmado por Blanco Valdés: La reforma del Senado, y A.Barrero se preocupa por un clásico: El Estado y las Iglesias en España (1978-2004).
El hilo conductor es claro. España ha realizado un camino, desde la transición, exitoso, pero con piedras en el camino, con carencias. Pero el proyecto es diáfano, basado en la idea de ciudadanía, en la necesidad de superar debates identitarios, en la exigencia conjunta de no repetir errores, y de que pensar siempre en el pasado puede resultar, además de enfermizo, un grave error para poder ser un país moderno que se pueda codear con los estados más democráticos y liberales del mundo.
¿Esa España en la que creían los dos directores, Javier Pradera y Fernando Savater, es posible todavía? Es la pregunta que se hace ya en solitario Savater en el último número, con un claro lamento que suena a frustración. Ya desde hace años con un formato más pequeño, Claves deja en el lector un sabor agridulce, que plasma uno de sus grandes colaboradores durante todos estos años, Félix de Azúa. El intelectual rechaza la validez de la distinción ideológica entre izquierda y derecha, porque, entiende, los dos campos han abrazado la “estulticia”. Lo que hay, a su juicio, es un desprecio por la razón, que se ha llegado a fomentar a propósito:
“Es posible que precisamente ahora que la inteligencia es más necesaria que nunca, justo ahora se fomente la estupidez con toda la fuerza del capital, de la técnica y de los consorcios políticos y financieros. Una especie de reacción darwiniana para que la ignorancia neutralice el uso de la inteligencia, así como la socialdemocracia se inventó para desmontar la lucha de clases. Creo que el hundimiento de las humanidades y la negación del esfuerzo en la universidad responde a un plan concreto que no es necesariamente consciente sino hijo de la obediencia a la actualidad, a la necesidad de sentirse puesto al día, un resorte vanidoso de enorme fuerza”.
Esa es, precisamente, la llave de todo el proyecto intelectual de Claves. Si no hay exigencia, si se decide renunciar a la potencia que supone ser un Ciudadano, entonces todo puede derivar hacia el precipicio.
Lo expone el mismo Savater, en una especie de editorial, “el último que escribo”, pese a que durante años esa no fue la tónica de la revista, que no tenía ninguna directriz previa y se abría de forma directa con los artículos de los colaboradores. Con el tema de portada España: ¿adiós?, el filósofo cree que España vive “un momento crítico”. Y señala que “se desmorona como nación unitaria, se corrompe y desvirtúa como democracia, legisla sin prudencia contra sus valores tradicionales. Padece unos medios de comunicación al servicio del pensamiento sino único si bastante unificado y de unos intelectuales adquiescentes, silentes plegables”. Afirma que Claves ha ofrecido instrumentos intelectuales para contrarrestar esa situación. Pero admite que el peso es mínimo “frente al conformismo subvencionado y heroicamente progre”.
Un colaborador clásico, Roberto L. Blanco Valdés remacha la idea de Savater, con su artículo El asedio a la España constitucional, y Cayetana Álvarez de Toledo, bajo el título de Discurso de investidura defiende a ultranza lo que significa la “ciudadanía”, como superadora de la lucha identitaria que, a su juicio, se ha implantado en España. Juan Jesús González insiste en ello en ¿Fin de ciclo o de régimen?, con referencias ya explícitas a la actual batalla política y a las elecciones municipales y autonómicas que se celebrarán la próxima semana.
¿La queja? Las flechas de Savater van en una dirección. Ha sido la izquierda la que ha desenfocado el objetivo. La que, como señala Álvarez de Toledo, dice ahora que perdió la transición, cuando fue la gran protagonista y la que podría exhibir el éxito de aquel proceso que trajo la democracia en España. Las flechas apuntan a Pedro Sánchez, por derribar a un gobierno –con graves problemas de corrupción, sí—gracias a los partidos independentistas a los que se quería combatir. La indefinición constante, la falta de un discurso que anteponga la ciudadanía –con derechos y obligaciones—frente al “Dios, patria y leyes viejas” de los nacionalistas –todos—es lo que exaspera a los que creyeron en el espíritu de Claves, y del propio periódico, El País, que propició la revista.
¿Son lamentos generacionales? ¿Son los viejos intelectuales, como se califica el propio Féliz de Azúa, los que no han sabido entender la evolución no solo de España, sino de un mundo en el que todo se compartimenta, se individualiza, con la identidad de género, étnica o cultural como bandera? ¿Quién tiene la responsabilidad de ese cambio? ¿Sólo la izquierda? ¿Se puede inclinar tanto la balanza como para que se apueste por proyectos que rozan la nada porque no se soporta la traición del PSOE, teniendo en cuenta que Savater pidió el voto para Díaz Ayuso en Madrid?
La revista Claves ya no ofrecerá respuestas. Savater ha firmado su último número. Pero quedan los anteriores, 33 años magníficos. En la facultad de Ciencias Políticas de la UAB, la socióloga Ángeles Lizón, viuda de Manuel Sacristán, impartía clases de metodología de las ciencias sociales. Lizón citaba a Karl Popper, Mario Bunge o Jon Elster como si fueran todos miembros de una gran familia que los alumnos no podían dejar de amar con toda la pasión del mundo. Y sí, algunos alumnos ya los tenían en su radar. Meses antes, en el número 10 de Claves, Vargas Llosa había dejado una pieza colosal: Karl Popper y su tiempo, con toda la explicación sobre lo que comporta la verdad, el carácter provisional de esa verdad, que debe ser siempre falsada. Una verdad dura mientras no es refutada.
Y eso era lo que reclamaba el proyecto de Savater, falsar la verdad, con argumentos, para comprobar su resistencia. Un proyecto intelectual de enorme envergadura, que dice adiós, y que él asocia al adiós de una España imaginada, pensada, buscada.
Popper sigue ahí, vigente. Y los números de Claves serán un tesoro, para quien los conserve.