América Latina se debate de forma periódica en una gran pregunta: ¿será, de nuevo, ésta una década perdida? ¿Cuándo habrá una estabilidad que permita un crecimiento inclusivo duradero? Y, como todas las historias generales, el caso de un particular ilustra lo que podría ser positivo para el conjunto. Es lo que ha hecho Luis Alberto Moreno, un “ciudadano colombiano” que observa, que tiene experiencia, y que no pretende sentar cátedra. Solo ilustrar sobre cómo se podrían hacer las cosas mejor en un continente que vuelve a dar muestras –aunque ahora América Latina no está sola en eso—de que la democracia liberal no es la opción más querida.
Moreno fue ministro de Desarrollo Económico de Colombia –no es un simple ciudadano—y embajador del país en Estados Unidos. Pero su gran experiencia la obtuvo como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) entre 2005 y 2020. Ha buscado siempre la colaboración público-privada, y sabe que, partiendo de una clase social privilegiada, el factor más desestabilizador en América Latina es la percepción –basada en la realidad, claro—de que el esfuerzo no tiene recompensa, de que las diferencias económicas son demasiado abultadas, que, incluso en países que habían logrado un gran éxito respecto al crecimiento, como Chile, presentan enormes calamidades cuando nos acercamos con una pequeña lupa.
Sin que descarrile la democracia
El experto económico y “ciudadano” de clase privilegiada ha escrito ¡Vamos! (Debate), con un subtítulo muy esclarecedor: Siete ideas audaces para una América Latina más próspera, justa y feliz, con la idea de que América Latina sí puede, si quiere, claro. El libro actúa como un gran complemento a otra enorme obra cuyo autor es Carlos Granés, Delirio americano, una historia cultural y polítia de América Latina. Es preciso enlazar cultura y sociedad y que todo ello trascienda en la política. Solo así se puede comprender en qué situación está cada país. Pero lo que propone Luis Alberto Moreno es más sencillo y complicado a la vez. Lo que se pregunta y responde es que las soluciones no deben superar los carriles que marca la democracia liberal, porque, entonces, lo conseguido durante décadas se irá al garete. Democracia, respeto por la separación de poderes, sí, sin dudarlo, pero con modificaciones, con reformas, con ejemplos claros.
Y es ahí donde aparece la historia personal. Moreno la encuentra en la figura de la empresaria brasileña Luiza Trajano. En ella se une la voluntad de cohesionar la sociedad, con un apoyo explícito a las minorías más castigadas, a los negros en Brasil, por ejemplo. Pero todo ello con un ímpetu innovador, y siempre sin arrollar a nadie. Trajano asumió en 1991 la pequeña cadena familiar de tiendas de electrodomésticos Magazine Luiza, en un momento de hiperinflación, --¿cómo ahora?—que le llevará a modificar la forma de producción de la cadena. Fabricará a partir de un catálogo, sin acumular electrodomésticos en un gran almacen que después no se puedan vender.
La empresaria, siempre ofreciendo precios asequibles para las capas sociales más populares, se ha convertido en todo un referente, con una riqueza personal también envidiable. Lo que señala Moreno es diáfano: “La historia de Trajano constituye un ideal de aquello de lo que América Latina podría, en las circunstancias adecuadas, disfrutar al salir de la pandemia: líderes valientes que trabajan para combatir inequidades centenarias; un capitalismo más empático e inclusivo; una aceleración de la innovación y la disrupción liderada por personas que han perfeccionado su sagacidad empresarial durante tiempos difíciles y que, en consecuencia, se han fortalecido. Todo es posible, pero tenemos que dar el primer paso y hacerlo realidad”.
Explicarlo es sencillo. Las recetas se tienen. Otra cosa es plasmarlo en la realidad. Sin embargo, no todos los dirigentes políticos –más bien muy pocos—son capaces de tener claro el camino que se debería seguir. La democracia liberal peligra a partir de dos grandes presiones. Los académicos no saben decidir cuál de ellas es más determinante. Está la cuestión socio-económica y luego la presión identitaria, la cultural, la que considera que lo más importante es el reconocimiento personal y como colectivo. ¿Van entrelazadas en el continente latinoamericano? En gran parte sí.
Moreno considera que el problema más grave es esa enorme desigualdad, la mayor en el mundo, porque riqueza en América Latina la hay, pero en unas pocas manos. Eso hay que atacarlo. En segundo lugar, el comercio con los vecinos debe ser obligado, “en lugar de pelearnos con ellos”. Y enumera, a lo largo del libro, otras cuestiones, como la necesidad de trabajar “con Washington, pero también con Pekín”, la necesidad de superar “el complejo de perro ccallejero”, la casi obligación también de “elegir más jefes de Estado predecibles”, e “incluir de verdad a todo el mundo”.
Chile, el caso
Pero habrá que reconocer algunas cosas y los primeros que deben hacerlo son los responsables de organismos como el BID. Moreno lo asume. Si el crecimiento económico es lo que cuenta, si no existe una mirada atenta a lo que sucede en el seno de las sociedades, esos grandes complejos multilaterales no tienen sentido. El caso de Chile lo explica todo. Moreno cuenta que la desigualdad no había sido una gran preocupación para el BID, que lo que contaba eran las estadísticas de crecimiento. Y en octubre de 2019, recibe unos mensajes en el WhatsApp muy ilustrativos: “¿Has visto eso?, Dios mío, ¿también ellos? Si puede pasar allí, todos estamos jodidos”.
Las protestas en las calles de Santiago de Chile, el edificio incendiado de la empresa de energía Enel, provocó que saltaran todas las alarmas. El alumno privilegiado, el referente de democracia liberal con crecimiento económico, estaba en llamas. Otro mensaje lo dejó claro. Era de la esposa de Sebastián Piñera, el presidente del país. La primera dama, Cecilia Morel, le había comentado a un amigo un mensaje de audio privado que se filtró a la prensa chilena: “Tendremos que disminuir nuestros privilegios y compartirlos con los demás”.
Moreno introduce los datos necesarios. Aunque algunos intelectuales no dudaron en responsabilizar al régimen cubano y al venezolano de estar detrás de esas protestas para desestabilizar Chile, el “ciudadano colombiano” lo explica, al señalar que, incluso para los estándares de América Latina, la desigualdad en Chile era enorme. “Chile todavía era uno de los quince países más desiguales del mundo, estaba por debajo incluso de Brasil, Nigeria y México en ese aspecto. Según un informe, alrededor del 1% de los chilenos poseían un tercio de la riqueza del país. Por su parte, la mitad más pobre de la sociedad solo era dueña de algo así como el 2%”.
La cuestión es que trabajar por reducir esa desigualdad no se resuelve, como se desgrana en el libro, a partir de un crecimiento económico que, por efecto del goteo –economía de la oferta—mejore la situación del grueso de la población. Se trata de repartir lo que existe ahora, de que, como decía la mujer de Piñera, alguien reduzca su tren de vida y su patrimonio. ¿Quién?
Lo que se pone sobre la mesa es que no se debería esperar a que las cosas exploten para reformar esas sociedades. Porque, entonces, peligra la democracia, ya que los nuevos actores políticos ponen en cuestión los sistemas políticos previos que habían permitido llegar hasta ahí. Moreno se pregunta por qué, durante las últimas elecciones en Chile para la Convención Constitucional, los miembros de la antigua Concertación, la coalición de centroizquierda que gobernó el país durante veinte años tras el retorno de la democracia en 1990, “no mencionaran en absoluto los logros que cosecharon en el pasado”. Es decir, y tras la victoria de Gabriel Boric y la composición “más bien de izquierdas de la recién elegida Convención Constitucional, lo que está en juego es acumular los logros y afrontar reformas, pero no destruir las instituciones democráticas y liberales. Y esa tentación es la que teme Moreno y muchos otros “ciudadanos” conscientes.
Aunque no estuvieron atentos en su momento.