Mural de la Revolución de David Alfaro Siqueiros

Mural de la Revolución de David Alfaro Siqueiros

Democracias

Latinoamérica y otras (malas) suertes

El periodismo de Jon Lee Anderson relata en ‘Los años de la espiral’ el incierto devenir de la América Ibérica, atrapada en la última década entre el populismo y la demagogia

2 mayo, 2021 00:10

La gran diferencia entre el periodismo excelente y el mediocre, casi siempre, es una cuestión de trascendencia. El primero es capaz de relatar los hechos sustanciales de las cosas a partir de sus causas, sus circunstancias y sus consecuencias; el segundo, en cambio, es aquel que tiende  a ponerse estupendo, lanza tesis sin sustento y convierte el acto de ir a un sitio para contarlo en una narración onanista donde quien narra es mucho más importante que lo que se cuenta. Todos los periodistas tenemos ego, pero el oficio nos ha enseñado a disimularlo, al contrario que los poetas, a los que su yo los precede y, en muchos casos, los agota demasiado pronto. 

En el libro (ejemplar) que el periodista norteamericano Jon Lee Anderson (Long Beach, 1957) ha publicado este año con una selección de sus crónicas sobre América Latina durante la última década –Los años de la espiral (Sexto Piso)– hay piezas maestras del arte del relato de no ficción, perfiles eternos de estatuas de carne y hueso, retratos de jerarcas, caudillos y malandros y, por supuesto, grandes historias sobre las verdades de la Política (en mayúscula) que afortunadamente no parecen ser tales. En vez de pontificar a distancia sobre los vaivenes de la geopolítica del continente americano que habla en español y portugués, Anderson hace una inmersión a fondo en la realidad y va desgranando, en cada una de las entregas que enviaba a la redacción de The New Yorker, la revista que acoge sus crónicas, su constante deambular por la América ibérica desde un extremo del arco ideológico hasta el contrario para regresar, al final, a un mismo punto de partida. No exactamente idéntico. Más bien, inverso. 

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El periodista norteamericano Jon Lee Anderson / DAVID DE MONTELEONE

La historia en marcha de los países iberoamericanos desde 2010 a 2020, detenida tras la irrupción (asesina) de la pandemia del Covid, se proyecta aquí sobre un mapa con escenarios distintos pero vinculados por las mismas tragedias: desigualdad secular, pobreza endémica, injusticias ecuménicas, violencia gratuita y exterminio humano y ambiental. Un cóctel fatídico del que el universo fascinante de las antiguas colonias españolas y portuguesas no ha logrado librarse desde su emancipación a partir del siglo XIX. Latinoamérica es un espacio geográfico vastísimo, sin unidad política y fragmentario, pero sacudido por calamidades recurrentes. La espiral sobre la que escribe Anderson forma una curva de desgracias cíclicas que gira sobre sí misma para trasladarse de sitio. Aunque únicamente lo hace en apariencia, porque los giros sobre un mismo eje terminan antes o después donde empiezan

A lo largo de este decenio –explica Anderson en el prólogo– lo que parecía la cristalización de una nueva izquierda iberoamericana –tras el larguísimo ocaso de la revolución cubana de 1959, al que siguió la internacionalización cultural del boom– ha mudado de piel para ceder el paso a una derecha reaccionaria y sin complejos. La marea rosa de comienzos de la década, personificada por el ascenso al poder total de otra generación de líderes en Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay y Argentina, se ha ido disgregando para ceder el protagonismo a otros regímenes –Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en El Salvador, Iván Duque en Colombia o Jeanine Áñez en Bolivia– que relativizan, cuando no directamente ignoran, los derechos humanos. Gobernantes que otorgan una inquietante lectura de corte religioso a la política, no desprecian el militarismo y prescinden de los modelos ideológicos entre derecha e izquierda, para ser ambas cosas al mismo tiempo y ninguna de las dos por completo. 

Mapa de América Latina de Jodocus Hondius (1563 1612)

Mapa de América Latina de Jodocus Hondius (1563-1612)

El giro político en Latinoamérica –y éste es un mensaje sustancial del libro– sólo es un espejismo porque, bajo la superficie de las cosas, late el mismo fenómeno: un populismo de caudillos que, con diferentes rostros y epidermis cambiantes, renueva el viejo mito del prócer latinoamericano. Por supuesto, ya no son Tiranos Banderas, el personaje de la novela de tierra caliente de Valle Inclán, sino demagogos posmodernos que, en un inmenso océano de polarización social, han alcanzado el control social con un mensaje simplista y categórico, sin matices. No es un escenario muy distinto al de un decenio antes, sólo que si entonces los emergentes Hugo Chávez, Correa, Lula, Evo Morales, Mujica y Kirchners prometían una revolución social que se ha mostrado incapaz de alimentar a las masas que apadrinaban –véase la tragedia de Venezuela–, pero sí enriqueció a sus impulsores, la nueva hornada de presidentes predica mensajes de orden y perpetuación de las desigualdades

Los conflictos de Latinoamérica perduran, casi invencibles, reformulados dos siglos después de la emancipación de las élites criollas. El autoritarismo hereditario encabeza el cuadro. Sobre la superficie del lienzo se diseminan, igual que hojas muertas, los valores democráticos, que en todas las cancillerías son una mera convención de cara a la galería (internacional) para seguir practicando los vicios eternos. Caciquismo, corrupción, ensueño y una violencia inaudita, superior a la que castiga a Oriente Medio y a África, mantienen sojuzgada a sociedades vitalistas, capaces de sobreponerse a la calamidad y en las que vivir (por ser una aspiración bastante incierta) es una fiesta cotidiana, aunque siempre cercada por la amenaza del desastre o la ruina económica, causas últimas del éxodo humano que, sin cesar, atraviesa el continente en busca de Eldorado norteamericano, donde Trump, felizmente expulsado de la Casa Blanca, pretendía levantar contra sus peregrinos otro muro de la vergüenza.

Mural callejero de Caracas que representa al ascensión al cielo de Hugo Chávez

Mural callejero de Caracas que representa al ascensión al cielo de Hugo Chávez

Anderson comienza su libro con el terremoto de Haití –una desgracia natural caída sobre una famélica nación de esclavos libertos, la más depauperada del planeta– y lo continúa con excelentes retratos (de primera mano) de Cuba, Panamá, Chile, el sandinismo traicionado de Nicaragua o la Venezuela bolivariana, que ha terminado en una autocracia estéril y al borde del enfrentamiento civil. El periodista norteamericano, con acceso a fuentes de primera y relaciones con los principales actores de esta ópera dantesca, desde Fidel Castro, desaparecido durante este decenio, a Chávez, testigo de los momentos estelares de la espiral Latinoamericana, pone todo su material al servicio de sus historias, evitando incurrir en la épica y fijando su mirada en personajes secundarios, como Nadia, la buena samaritana de Delma 75, un suburbio de Haití, o Alexander El Niño Daza, señor de la miseria y el crimen en la Torre de David, un rascacielos de negocios sin terminar en la temible Caracas, cuya descripción resulta sobrecogedora. Estos cuadros ilustran, mejor que cualquier estadística, la verdad terrible que subyace bajo las revoluciones fracasadas, la miseria sin piedad o la dogmatización de las ideologías, esas banderas dejadas en el suelo en favor del tribalismo. 

Haití tras el terremoto de 2010

Haití tras el terremoto de 2010 / EFE

Latinoamérica, desde hace mucho tiempo, es el inmenso laboratorio político de Occidente. Fue conquistada primero que Asia o África, vivió la descolonización antes que otros enclaves del Tercer Mundo, fue el escenario de la santificación laica de las revoluciones armadas y la galaxia de las guerrillas insurgentes a inicios de los sesenta. Ahora es pasto del crimen organizado y el narcotráfico, esa forma de regreso contemporáneo a la época feudal. El Estado, en los países iberoamericanos, es una ficción. Las instituciones, dentro de un cafetal centroamericano, no significan nada. Y la seguridad, privilegio de los ricos, es una utopía inasible en naciones como Guatemala, El Salvador, Colombia o México, donde las maras fijan la ley de la calle y acceden, igual que sucedía en la España del caciquismo, a cargos políticos mediante un apoyo popular que no es entusiasmo, sino desesperación

Los años de la espiral, Jon Lee Anderson

América es un paraíso que se parece, en exceso, a nuestra idea del infierno. Anderson ha escrito en Los años de la espiral su particular Comedia del Dante. En vez de discurrir en los siete círculos del submundo, acontece en escenarios yermos, frágiles y tan terrestres como selvas sin machetear, campamentos húmedos llenos de guerrilleros, arrabales miserables gobernados por un sicariato tatuado, viejos hoteles devastados, aviones inseguros, chabolas, basureros, mausoleos de próceres ridículos y tumbas sin nombre. Un poema en cuarenta cantos hecho con líneas de una prosa exacta, sin un gramo de grasa, rotundísima y brillante. El resumen de una época histórica concreta, cuyos antecedentes se encuentran en la tradición política latinoamericana. Y, al mismo tiempo, otra historia universal de la infamia.