Lo más lejos de Trump
Donald Trump desde hacía tiempo jugaba con los márgenes de máxima ignición política y ha acabado llevando su país una aparatosa crisis de conciencia colectiva que va mucho más allá de un recuento electoral en disputa. Al especular sobre la posibilidad de que Trump aproveche sus últimos días en la Casa Blanca para --por ejemplo-- atacar Irán, lo que suponemos es que entonces actuaría in extremis la división de los tres poderes y el sistema de controles y equilibrios, como en otros cortocircuitos institucionales norteamericanos.
Las incógnitas son muchas: ¿Sabrá Trump callar algún día? ¿Conseguirá Joe Biden dar el tono justo a pesar de los impulsos vengativos de Nancy Pelosi? ¿Qué impacto tienen las imágenes del asalto al Capitolio en la mayoría de votantes de Trump? Sus equipos ya han saltado del barco pero ¿hasta cuándo habrá ciudadanos que lo añoren? Y, sobre todo, y con la gravedad de la pandemia, ¿cómo puede Biden transmitir solidez a una economía dañada por factores tan imprevisibles? Más a largo plazo, es de importancia que el Partido Republicano sepa dirigirse al centro, logrando seducir a quienes mentalmente ya viven en la entelequia de un tercer partido. Un Biden sugestionado por el nuevo izquierdismo del partido demócrata puede facilitar la renovación de los republicanos.
Ha habido ocasiones anteriores en los que olas de populismo fragoroso fueron perdiendo su energía inicial. El más reciente fue el caso de Ross Perot, paranoico predecesor de Trump. En el pasado tuvo empuje Huey Long, gobernador de Luisiana.
Propugnó el gasto público imposible amparándose en el ataque a los parásitos de Wall Street. No parece que Trump protagonice tantas buenas novelas como Long: por ejemplo, la magistral Todos los hombres del rey, de Robert Penn Warren --con una primera adaptación cinematográfica que no ha sido superada por la segunda--, Número uno, de John Dos Passos y una versión más catastrofista de Sinclair Lewis, “No puede suceder aquí”, sobre una mutación fascista de los Estados Unidos. Ciertamente, en aquellos tiempos no se hacía política con Twitter y Facebook pero, aun así, ¿existe una nación con más capacidad autocrítica –literatura, cine, periodismo- que la tierra en la que nació y prosperó Trump? Incidentalmente, sin que haga falta tener en mente a George Orwell o China, urgirá indagar hasta qué punto las plataformas digitales tienen la legitimidad necesaria para ejercer vetos. Es un asunto capital.
Como precursor de un populismo sedicioso existe el precedente de Aaron Burr, que pasó de ser vicepresidente de Jefferson a conspirar, con su propia milicia, para crear un imperio escindido en el Suroeste. Burr luego fue protagonista de una novela espléndida de Gore Vidal, muy indicada como lectura de confinamiento. Mientras tanto, el mundo se va vacunando contra el coronavirus --lo que
posiblemente será una página memorable de la historia de la humanidad-- y un joven prodigio sudafricano, Elon Musk, a los cincuenta se ha convertido en el hombre más rico del mundo con los coches eléctricos Tesla. Ese es un caso de think big, mientras que Trump es un caso de egolatría destructiva. Musk va a dedicar parte de su gran fortuna a ubicar una estación terrícola en Marte. Buen refugio para que Donald Trump haga los ejercicios espirituales que concibió Ignacio de Loyola.