La Unesco es clara: apenas el 30% de los científicos del mundo son mujeres. La cifra varía bastante según regiones, alcanzando el 48% en Asia Central, pero la realidad es que la brecha entre mujeres y hombres a la hora de ocupar puestos de investigación o emprender carreras en las áreas de Ciencia, Tecnología, Ingeniería o Matemáticas (Stem) sigue siendo un grave problema para muchos países, especialmente en aquellos donde la aportación de la mujer científica puede ser de gran valor para su desarrollo socioeconómico, como es el caso del continente africano. Por este mismo motivo, hace tres años un grupo de investigadores, expertos en salud pública y cooperación internacional crearon en Barcelona el African Women’s Research Observatory (Afworo), una asociación dirigida a ayudar a la científica africana con ideas propias de proyectos de investigación social o de salud que contribuyan a la mejora de la salud física, sexual y emocional de la mujer y minorías sexuales de países de bajos recursos.
“Las científicas africanas tienen muy buenas ideas y muchas ganas de transformar la sociedad a mejor”, explica Guillermo Martínez Pérez, profesor de la universidad de Zaragoza y presidente de Afworo. Martínez destaca que las mujeres apoyadas por la entidad tienen el ímpetu y el coraje de investigar asuntos como los efectos de la homofobia en hombres homosexuales en países como Senegal, donde estos hombres pueden ir a la cárcel por su orientación sexual; cómo mejorar la formación en MGF (Mutilación Genital Femenina) a profesionales de salud en países como Liberia, donde se ha denunciado que periodistas que critican esta práctica han recibido amenazas de muerte; o investigar formas de apoyar la salud menstrual de las niñas adolescentes en entornos como la Uganda rural donde las niñas pueden abandonar la escuela al comenzar a tener el período.
“No quiero generalizar, pero creo que las mujeres africanas aportan ideas, temas, enfoques mucho más innovadores que los que aportan los hombres en el área que nos interesa: la investigación aplicada a la mejora de la salud de las poblaciones vulnerables y a la eliminación de la discriminación por motivo de sexo, género, identidad u orientación sexual”, comenta Martínez, que estudió Historia, Podología y Enfermería antes de dedicarse a la cooperación internacional e investigación social en salud y género en los países africanos.
Ayuda financiera
Afworo tiene dos formas de apoyar a las científicas africanas: por un lado, ofrece ayuda financiera para la preparación de protocolos de investigación y la recogida y análisis de datos que necesiten hacer para llevar a cabo sus proyectos. Por otro lado, las ayuda a preparar aplicaciones para becas, empleos o bolsas de viaje para asistir a congresos internacionales, o a preparar publicaciones con los resultados de los estudios apoyados por la entidad.
Martínez, que entre 2010 y 2012 trabajó como country manager de NSF en Gambia, insiste en que el valor de este nuevo proyecto no es demostrar “qué hacemos por esas niñas rodeadas de moscas que buscan agua en pozos y que tardan una hora de camino para llegar a la escuela”, sino poner en evidencia que “muchas niñas que han ido a la escuela en África subsahariana, la han terminado, han ido a la universidad, han comenzado una carrera en ciencia, y han producido resultados que nos permiten, a nosotros, en España y en Europa, que nuestras niñas y niños tengan mejores perspectivas de futuro”, dice.
A modo de ejemplo, Martínez explica que gran parte de los hallazgos de la investigación realizada por científicas africanas en las últimas epidemias de ébola en África del Oeste y en República Democrática del Congo han aportado lecciones muy valiosas para entender cómo mejorar los sistemas de atención comunitaria y de rastreo de casos de Covid-19. “Otra cosa es que sea una pena que nuestros políticos no estén repasando la contribución de las científicas de Liberia o Sierra Leona, por poner un ejemplo, para mejor diseñar la respuesta comunitaria a la pandemia y entender cómo la participación ciudadana en la toma de decisiones de salud pública podría ayudar al fin de la pandemia”, dice el presidente de Afworo, que antes de trabajar como cooperante e investigador estuvo trabajando varios años como podólogo rural en Guadalajara.
“Puede que sea el trabajo que más eché de menos de entre todos los que he tenido. Pero tenía que dar el salto”, recuerda. La oportunidad de mudarse a África le llegó de la mano de la Central Buganda University, una universidad rural en Uganda donde colaboró como voluntario impartiendo un taller de metodologías de investigación, y que le permitió realizar su primer estudio etnográfico en África: una exploración de las percepciones de los hombres Baganda hacia la práctica tradicional de estiramiento de los labios menores que muchas niñas son obligadas a realizar antes de su primera menstruación.
“No he abandonado la cooperación, aunque cada día desgasta más, porque se ha burocratizado mucho, su impacto a largo plazo es muy difícil de ver, y, al menos en la institución académica en la que estoy ubicado ahora mismo, falta mucho apoyo al profesor que quiere compaginar docencia con labores de investigación en el marco de acciones de cooperación al desarrollo”, dice Martínez.
Autocrítica
Según Martínez, los países desarrollados deberían tener muy clara la diferencia entre ayuda humanitaria (necesaria en casos de emergencia, como guerras, desastres naturales, epidemias) y cooperación, un concepto que implica una relación de bidireccionalidad en la que ambas partes aportan, se complementan, se auditan, aprenden y crecen como resultado de ese marco de cooperación.
“Si no es efectiva es tal vez porque nos cuesta salir de los esquemas etnocéntricos que nos hacen seguir sintiendo superiores a los países con los que trabajamos en cooperación al desarrollo”, critica Martínez. Y concluye: “Para mejorar las cosas, habría que empezar por la autocrítica y ver en qué fallamos nosotros como país y sociedad: abandono escolar, violencia de género, pobreza infantil, xenofobia… Tras esa autocrítica, con un poco más de humildad, estaremos en mejor posición para escuchar y empatizar, y la cooperación será más efectiva. Si eso ocurre, puede que nosotros mejoremos también gracias a lo mucho que nos pueden aportar los países del Sur”.