Noticias, pero no muy buenas. El artículo Intercellular competition and the inevitability of multicellular aging, de Paul Nelson y Joanna Masel, profesores de Biología Evolutiva en la Universidad de Tucson (Arizona), que acaba de publicar la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, da cuenta de los resultados de la investigación que han dirigido siguiendo un modelo matemático y sostiene que se da una interrelación entre competencia intercelular y envejecimiento que hace inevitable el envejecimiento o la enfermedad, y en definitiva, la muerte. Traduzco el resumen de sus investigaciones tal como lo publican al pie del artículo. Si al lector le parece árido o ininteligible, puede saltárselo y seguir leyendo a partir del tercer párrafo, pero no pase directamente a leer otro artículo, pues le estoy viendo y su abandono me sentaría fatal.
"Las teorías vigentes atribuyen el envejecimiento a un fallo en la selección, debido o a pleiotrópicas restricciones o al declive en la fuerza de selección que se produce después de la pujanza de la reproducción. Estas teorías deja implícitamente abierta la posibilidad de que si logramos identificar los alelos que causan la senescencia, o si pudiésemos romper la pleiotropía antagonista, podríamos mejorar o demorar indefinidamente los efectos del envejecimiento. Estas teorías se basan en el modelo de selección en los organismos multicelulares, pero para comprender bien el envejecimiento es preciso examinar el papel de la selección somática dentro del conjunto de un organismo. La selección entre las células somáticas (o sea, la competición intercelular) puede demorar el envejecimiento mediante la eliminación de células no funcionales. Pero la salud de un organismo multicelular no depende solo de cuán funcionales sean sus células individuales, sino también de cómo trabajan juntas esas células. Aunque la competencia intercelular erradique células no funcionales, también puede seleccionar células que no cooperan. Por consiguiente, la competencia intercelular crea una dinámica que hace que los organismos multicelulares envejezcan inevitablemente".
O sea que envejecer es un atributo intrínseco de la vida multicelular: o envejeces o contraes cáncer. En cualquiera de los dos casos, el resultado final es el mismo.
¿Es deseable la eterna juventud?
Como no tengo un ejército de biólogos a mis órdenes --y si lo tuviera no sabría cómo dirigirles--, ignoro si se ajusta más a la verdad la conclusión de la investigación de Nelson y Masel o las de científicos como Carlos Izpisúa, director (español, por lo menos de origen) de un programa del Instituto Salk de Estudios Biológicos en La Jolla, California, que sostiene que ya ha rejuvenecido a ratones viejos y predice que dentro de veinte o treinta años los seres humanos podremos disfrutar también de estos adelantos hacia la inmortalidad; o los resultados asombrosos de rejuvenecimiento (también en ratones, por ahora) que parece que han logrado los laboratorios Grifols extrayendo el plasma de un organismo viejo y reemplazándolo por plasma de otro bicho joven; o las investigaciones en Cambridge del equipo del gerontólogo inglés Aubrey de Grey, que postula que el primer hombre que vivirá mil años ya ha nacido, con argumentos que no es preciso explicar ahora pues él los ha hecho populares, en buena parte gracias al efecto que produce su singular apariencia física, con esa barba extravagante y tan prometedoramente matusalénica. Entre otros que anuncian la llegada, en el siglo XXI, de la juventud eterna.
"Envejecer, morir, era el único argumento de la obra”, sentencia Gil de Biedma en su famoso, lacónico poema No volveré a ser joven. Otros literatos no se han resignado tan bien a lo que Nelson y Masel consideran inevitable. No me refiero a los que como Swift, Capek o Borges fabularon la inmortalidad (ninguno de los tres, por cierto, la consideraba deseable) sino a los que clamaban contra lo inevitable. Elías Canetti sostenía que morir es un escándalo, y sobre el tema fue reuniendo apuntes desde 1942 --en plena guerra mundial-- hasta 1994 --precisamente el año en que murió, reunidos en El libro contra la muerte. Romain Gary también se escandaliza y rebela con retórica muy convincente contra la fatalidad, en L'angoisse du roi Salomon, creo que no traducido al español. En su última novela, Solenoide, Cartarescu cuenta (entre otras mil cosas) las actividades de una secta, los "piquetistas", que organizan ruidosas manifestaciones contra la muerte en cementerios y funerarias.
Y antes que todos ellos Dylan Thomas escribió uno de sus más celebrados poemas, No entres dócilmente en esa buena noche, que empieza así: “No entres dócilmente en esa buena noche, que en el ocaso la vejez debería arder y delirar; Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz", en el que invita a los ancianos a estar enfadados, como si sirviera eso de algo, y que acaba así: "Y tú, padre mío, allá en tu triste altura, maldíceme o bendíceme con tus fieras lágrimas, por favor. No entres dócilmente en esa buena noche. Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz". En inglés suena muy bien, y tiene nervio indiscutiblemente, y es un clásico de la literatura, y cuando lo leí siendo adolescente me impactó, pero pronto, dándole vueltas y rumiándolo, llegué a la conclusión de que era una majadería. Opinión que a despecho de lo que digan los cánones sostengo hasta el día de hoy. En cuanto a Nelson y Masel, ya veremos. De momento, "Bebo un vaso de bon vino Y sigo cantando mi camino".