Las circunstancias de la vida le jugaron una mala pasada a Jordi Sarsanedas (1924-2006). Las circunstancias de la vida y de la historia de este país de todos los demonios. Era un escritor excelente, del más alto nivel europeo, pero pocos eran los que lo sabían. Quizá su modestia, o un íntimo
orgullo, le retrajeron, de manera de no exponerse mucho. Y es sangrante que yo no haya descubierto hasta ahora su grandeza, pero, desde luego, la culpa no es sólo mía; es colectiva.
Y mira que alguna pista tenía yo: en una antología de poesía catalana, leí hace muchos años un par de breves poemas suyos que me gustaron mucho, y me aprendí uno de memoria, que de vez en cuando le recito a un amigo u otro, siempre con éxito. Tenía, pues, conocimiento de que aquel barcelonés era un escritor por lo menos interesante, pero no le seguí la pista.
Trabajo vocacional
Supongo que me disuadía su aura catalanista: fue director de la Institució de les lletres Catalanes, un chiringuito que no sirve para nada. Fue, durante treinta años, director, o responsable, de la revista Serra d’Or de los monjes de Montserrat.
El trabajo en la revista, donde él hacía de todo, pues el dinero escaseaba, debió de ser vocacional –vocación de servicio—y muy exigente y obsesivo, y no dudo de que le sustrajo mucho tiempo y energía que de otro modo hubiera podido emplear en aumentar y difundir su propia obra. Lo cual es una lástima.
Le vi algunas veces, pero no le traté, en el Instituto Francés, donde enseñaba la lengua, y en el Ateneo de Barcelona, del que fue director. Como se ve, el suyo fue un historial un poco agobiante para un intelectual que se había formado en Inglaterra y licenciado en Francia (emigró, con sus padres, en el año 1937), donde trabó conocimiento con la gran literatura europea.
Novela de 1956
Acabo de leer El Martell, una novela suya publicada en 1956, con la que Sarsanedas, entonces de 32 años de edad, compitió para un premio que sin duda le hubiera dado visibilidad, pero aquel año se llevó la distinción Incerta glòria, de Joan Sales. Desde luego ésta se merecía el premio, pero tanto o más se lo merecía Sarsanedas, sucede que su estética iba un poco a contracorriente del espíritu de los tiempos en nuestro país.
El Martell comienza como una novela de misterio policial, con el descubrimiento del asesinato de un oscuro contribuyente del que de momento se sabe muy poco, en la casa ajardinada donde vivía solo, pero en seguida se aleja del género para entrar en terrenos a la vez realistas y oníricos, sin que decaiga el suspense.
Múltiples peripecias
Hay secuencias, peripecias de un encanto sensual de enfermiza belleza, luz de candelabros, una historia de amor clandestina, trayectos nocturnos en coche, en tartana, en calesa y hasta viaje nocturno en balsa de troncos por el río…
Por la construcción de un país imaginario y de una atmósfera opresiva de presagio de catástrofe que atrae al protagonista, y por otros aspectos que me sería difícil definir, emparento El Martell con algunas de las ficciones de Julien Gracq (1910-2007), concretamente con El mar de las Sirtes y con El rey Copethua.
En lo más alto
Una de sus líneas argumentales recuerda las historias de bandoleros desalmados y lúbricos de Panaiz Istrati (1884-1935). No se puede tener mejor parentesco, y además la novela de Sarsanedas está a la altura de Gracq. Tras decir esto ya no puedo ser más elogioso, pues más arriba no se puede estar.
El Martell fue reeditada en el 81 y en el 90, siempre con una fortuna modesta, y ahora la acaba de re-re-publicar una editorial barcelonesa llamada Males Herbes, que incluye en la edición un prólogo de Joan Triadú y un epílogo de Manel Ollé, ambos muy solventes e iluminadores en su contextualización de la novela y del autor.
Reedición en Cataluña
La prensa catalana está celebrando mucho esta reedición, ojalá esta vez se consagre un autor que, solo por esta novela, ya debería estar en el canon de la mejor literatura española, en este caso en lengua catalana.
Por cierto que también veo desidia o ignorancia en el hecho de que, existiendo tantas, tantísimas editoriales en nuestro país, a ninguna se le haya ocurrido publicar una versión en castellano de El Martell. Quizá se deba a un rasgo que nos caracteriza: la contumacia en el error.