Simon Gray, dramaturgo británico

Simon Gray, dramaturgo británico DANIEL ROSELL

Letras

Simon Gray: Autorretratos, cigarrillos y el arte sublime de no darse excesiva importancia

Gatopardo publica los antológicos Diarios de un fumador del dramaturgo británico, unas memorias que transforman la conciencia de la vejez en una tragicomedia sobre el asombro que supone estar vivo un día y, al siguiente, dejar de estarlo

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Las edades de cualquier hombre, incluso el más ordinario, pueden resumirse en la posición que a lo largo del tiempo vamos ocupando en las distintas estancias de un teatro. Cuando nacemos –por supuesto, sin que nadie nos pregunte nada al respecto– aparecemos en el gallinero, entre el público, asombrados de estar viendo aquello que sucede entre las butacas o sobre el escenario. A medida que vamos cumpliendo años intentamos, de forma civilizada, mejorar de posición –tratamos así de mudarnos a una platea o acomodarnos en las filas cercanas, si quedan libres– y, en algunos casos, soñamos con subir a las tablas para contarle a los demás nuestra vida con la esperanza (ingenua) de que acabe interesándole a alguien. 

Imaginamos que una vida feliz, el éxito, termina ese día en el que cae el telón y nos despiden con un cálido aplauso, agradeciéndonos haber hecho pasar un buen rato a nuestros semejantes. No suele suceder: lo que nadie nos cuenta es que la etapa final de la vida, salvo que medie una muerte súbita, acostumbra a devolvernos a la última fila o, en el mejor de los casos, si aún nos sostenemos en pie, obligarnos a representarnos a nosotros mismos ante el auditorio de una sala de provincias, fría y con goteras. 

'An Unnatural Pursuit'

'An Unnatural Pursuit' FABER & FABER

Desde esta última situación escribió Simon Gray (1936-2008), dramaturgo británico, sus Diarios de un fumador, unas memorias que la editorial barcelonesa Gatopardo acaba de dar a la imprenta con una cubierta de Nicholas Garland, extraordinario caricaturista de prensa, donde aparece una especie en extinción: los insignes caballeros y socios de un club de fumadores de habanos. La elección de la ilustración es proverbial porque nos previene sobre lo que vamos a encontrar al empezar leer: las vivencias de un escritor de teatro y cine que, lejos del equinoccio de su vida, se adentra sin remedio en el túnel de la vejez y que, a falta de demanda industrial –a los teatros han dejado de interesarle hace tiempo sus libretos–, se entretiene escribiendo cosas y pasando revista a su situación personal. Acaba de descubrir que tiene cáncer, está arruinado (hasta ese punto en el que sólo puede estarlo un inglés) y contempla, con una mirada entre escéptica y asombrada, los límites, todavía difusos, del crepúsculo de su existencia. 

Sin embargo, en estos diarios no hay lamentos. No se abusa de la elegía. Tampoco se explota ningún sentimiento dramático. Estas ausencias son las que los convierten en una obra maestra. No se trata exactamente de que estén escritos con flema británica. No. Es otra cosa. La atmósfera. Los dietarios de Gray son como los cuadernos íntimos en los que un escritor conversa consigo mismo con una sinceridad admirable –para qué fingir y autoengañarse a los 66 años de edad– y un sentido del humor antológico. Finísimo. Superlativo.

El protagonista no se hace trampas al solitario: afronta la realidad que le queda por delante como viene, sin anestesia, sin cuidados paliativos, ahorrándose las indulgencias y las justificaciones; retratándose como lo que es: un pobre viejo que no quiere serlo y cuyos mejores años –“cuatro botellas de champán al día”– son historia. Cuya muleta son los sesenta y cinco cigarrillos que (todavía) se fuma a diario, últimamente no sin una cierta aprehensión, mientras contempla el prodigioso espectáculo del empequeñecimiento del mundo a su alrededor, incluyéndole a él mismo. 

'Diarios de un fumador'

'Diarios de un fumador' GATOPARDO EDICIONES

Gray es un jubilado –generosa pensión estatal, transporte público gratis, descuento en los trenes, asiento reservado para la Tercera Edad– al que sus achaques, como a todos, le parecen sucesos asombrosos porque, a pesar de su edad, se siente como cuando tenía ocho años. Algo muy habitual, irremediable y, al mismo tiempo, imposible, porque sabe perfectamente que nadie más –salvo él mismo– tiene esta misma sensación. Por eso escribe sus memorias, agavilla vivencias pasadas y presentes y decide redactar una crónica burlesca de cómo sobrellevar su derrumbamiento. 

La prosa de Gray transmite esa sensación, entre pavorosa y ridícula, que se tiene cuando uno se ha caído al suelo tontamente y, al ver como los demás se ríen de tu torpeza, en lugar de sentirte maltratado o humillado, decides unirte al coro para disfrutar también de las carcajadas. Esta actitud, que se transmite en el eficaz estilo con el que están escritos los diarios, que es coloquial, sólido, inteligente e irónico, es lo que les otorga toda su altura literaria, aunque en realidad su retórica haya sido construida a ras de suelo. Con un sentido de la humildad estricto y memorable. 

'The Smoking Diaries'

'The Smoking Diaries'

El dramaturgo inglés describe la vulgaridad que a todos nos iguala –por ejemplo, cuenta sus vacaciones horteras en los resorts de Barbados, tan distintas a sus primeros veranos imperiales en la costa de Génova–, da cuenta de sus encuentros con amigos –entre ellos el dramaturgo Harold Pinter, también socavado por un cáncer– y crea una cotidianeidad equivalente a la de cualquiera, con la diferencia de que, en su caso, el descenso que la edad acelera le sirve para regodearse en viejas escenas familiares, en los días perdidos de vino y rosas, en preguntarse cómo las cúspides se han vuelto valles, en sentir lo efímeros que son los anhelos. 

Sus diarios no muestran dolor. No abusan de la nostalgia. Son un sabio ejercicio de aceptación. Un antídoto contra la trascendencia. Una agenda sobre cómo nuevos hábitos –levantarse y acostarse temprano, sustituir el alcohol por la Coca-cola light, leer libros sin ganas– van instalándose en la vida y reiteran, una y otra vez, que el tiempo no avanza sin hacer daño y que vivir consiste en ir perdiendo cosas, capacidades y esperanzas. En sentirse como un exiliado dentro de tu cuerpo. En recordar –sin gusto y sin ira– más que hacer planes. En ir aprendiendo a afrontar situaciones indignas, tener noticia cada día de más muertes próximas y gestionar desalientos sin darse importancia y sin ponerse demasiado estupendo. 

'Last Cigarette'

'Last Cigarette'

Gray juega con maestría con los dos planos temporales propios de los dietarios: su presente, que es el tiempo en el que escribe; y un pasado que surge, a cada instante, a partir de la constatación del irremediable paso de los años. Combinándolos logra hacer una condensación asociativa de los instantes más importantes de su vida, sin ahorrarse la confesión de vicios como la infidelidad de su padre, imitada por él mismo; contar el día en el que lo cazaron masturbándose en el cuarto de baño, o el trascendente efecto que han tenido las hemorroides en la historia universal, junto a una sórdida historia de abusos, estampas sociales ácidas y las conversaciones con su asesor fiscal sobre la estafa que le condujo a una bancarrota que, por suerte, le permite veranear en régimen low cost, madrugando cada mañana para coger sitio en las hamacas de las piscinas y la playa, mientras contempla la fuerza de la vida que se hace presente en los demás, una sensación que él ya no podrá volver a experimentar. 

Gray es un maestro de las digresiones (irónicas) y practica como nadie el arte del desdoblamiento y el correlato objetivo. Reniega de la poesía de Auden –“es un bodrio”–, declara que el escritor que más le ha influido es Hank Janson, un autor de novelas pornográficas, y se recrea en sus miserias de viejo en prácticas. Por supuesto, habla mucho del tabaco. El vicio que lo define, descubierto en Canadá, de donde procedía su padre, a los siete años, y que le acompañaría hasta su muerte, llevándose antes por delante a sus padres y a un amigo periodista, Ian Hamilton. 

'Fat Lady'

'Fat Lady'

“En mi caso, lo más probable es que no tarde mucho en llegar a la tumba, porque en la zurda, entre el índice y el corazón, como mandan los cánones, tengo un cigarro encendido. Ni que decir tiene que fumo con la derecha cuando no la tengo ocupada con el bolígrafo, así que yo también me estoy matando a dos manos. Aunque no simultáneamente, me alegra decir (…) Yo ando ya por mi sexagésimo año y llevo cincuenta y nueve fumando como un carretero (…) Hoy, mientras me ponía el bañador en la habitación, he visto mi cuerpo desnudo en el espejo. La gran barriga caída parece la bolsa de un canguro, aunque sin la abertura superior, gracias a Dios. Y al poner los brazos en cruz he distinguido en mis axilas algo parecido a una papada. ¿O se dice colgajo? Viejo. Se dice viejo”. 

Gray no tiene piedad consigo mismo porque –quien envejece, lo sabe perfectamente–, en el último recodo del camino intuye que darse aires es una estupidez y que la única actitud inteligente, además de aceptar lo irremediable, atenuando a ser posible el proceso, es reírse de uno mismo. Por eso declara preferir a un urólogo que fume a obedecer a otro que no lo haga. Admite que, por mucho que haya escrito, nunca fue capaz de sacarse el carné de conducir. “Murió buscando el mar, podría ser mi epitafio”, escribe en un momento de lirismo. Y hace suya una frase del Dr. Johnson que define, sin dramatismos, la muerte, de la que la vejez y la enfermedad son antesalas: “Ese extraño pesar, esa pena, que le entra a uno al marcharse de un lugar al que se ha acostumbrado, aunque no haya sido feliz”.