Pilar Álvarez: "Es imposible saber con exactitud qué libros van a ser un éxito o cambiarán la vida de las editoriales"
La editora de Alianza, con más de dos décadas de experiencia y una trayectoria que incluye sellos como Losada, Turner y Alfaguara, reflexiona sobre la importancia del catálogo de una editorial y la imposibilidad de diseñar un éxito literario
Es una de las grandes editoras en español. Estuvo detrás del éxito de La España vacía, de Sergio del Molino; tras Scurati, cuya novela M. tradujo. A pocos días de que viaje a la Feria del Libro de Guadalajara (México), hablamos con Pilar Álvarez. Desde hace año y medio es la nueva editora de Alianza, donde ha impulsado la recuperación de la obra novelística de Oriana Fallaci y los diarios de Andrés Trapiello. Año y medio es poco, pero Álvarez tiene una experiencia de más de dos décadas: procedente de la publicidad, comenzó a trabajar en Losada y acto seguido pasó al sello Turner. Ahí promovió a autores y ensayistas de no ficción en español.
Tras abandonar Turner fue editora de Alfaguara, donde supo captar el interés y el gusto cambiante de los lectores, una tarea en absoluto fácil y donde no hay nada seguro. “¿Cómo prever un éxito? Es imposible”, se pregunta y se contesta Álvarez. Alianza es una editorial que a lo largo de varias décadas ha construido un catálogo con los nombres clave, contemporáneos y no, de las letras occidentales. Sus ediciones de bolsillo a precios populares son parte de las bibliotecas de muchas casas. Para muchos jóvenes sus libros son mucho más que las ediciones exigidas en los colegios y los institutos: fueron la puerta de entrada a la historia de la literatura.
Usted empezó en Losada, que se fundó en la década de los treinta en Argentina; luego pasó a Turner, creada en los setenta por Manuel Arroyo-Stephens, y a continuación a Alfaguara, proyecto nacido en 1964 de la mano de Camilo José Cela. Ahora está en Alianza, fundada en 1959 por Germán Sánchez Ruipérez. Todas son editoriales históricas.
Desde luego, pero no ha sido algo que haya buscado, puesto que nadie puede diseñar y planear algo así. Pero, es cierto. Mi primer trabajo lo tuve en Losada, que es uno de los sellos históricos de la edición en español y que, como dices, fue fundado en Argentina en la década de los treinta. Cuando entré allí en 2003 se acababa de instalar en España. Fue una época relativamente breve; por entonces, la sede en España tenía como principal ocupación la edición de clásicos. Siempre cuento que nada más empezar a trabajar en el mundo de la edición, hace ya veintiún años, en mi primera semana me pusieron encima de la mesa la obra completa de Kafka. Y eso que empecé como ayudante del editor. Cuando entré en Losada conocía bastante bien el sello, puesto que, de jovencita, en mi casa, tenía la poesía de Neruda, la obra de Kafka… Había leído sus ediciones de Sartre, de quien tuve ocasión de reeditar algunos de sus libros, como Las palabras y La náusea. En 2007, a través de un amigo, me enteré de que estaban buscando un editor en Turner. Pasé once años allí que fueron muy importantes, no solo porque implicaron un gran aprendizaje, sino porque pude desarrollar una colección de no ficción que me dio muchísimas alegrías.
Manuel Arroyo Stephens: ¿fue un maestro, un referente?
Ojalá hubiese sido un maestro. Cuando yo entré en Turner, Manuel ya estaba jubilado. Al frente estaban Rafael Ramírez y Santiago Fernández de Calella, a quienes Manuel vendió la editorial a principios de 2000. Es cierto que había muchas cosas de Manuel que permanecían en la editorial; en este sentido, sí fue un maestro. Turner seguía teniendo la impronta del editor exquisito y maravilloso que fue Manuel Arroyo, a quien yo comencé a tratar como autor. De hecho, le conocí cuando acababa de escribir su primer libro y se lo publicamos en Turner, aunque esta no fuera su idea inicial, pues nunca pensó en publicar en su propia editorial. Gracias a este libro tuve la suerte de conocerle y de aprender mucho de él. Es un grandísimo autor. Pisando ceniza es un libro excepcional de memorias que yo misma le pedí. Su muerte supuso una de las grandes tragedias de mi vida, porque, aunque no lo conocí como editor, aprendí muchísimo y tengo la suerte de poder decir que trabajé con él siendo él un autor, nunca mi jefe.
¿Trabajar en editoriales con esta historia y con este peso específico en la historia cultural da seguridad por saber que se pisa tierra firme o, por el contrario, impone y despierta temor?
Trabajar en editoriales con una historia tan larga y que han jugado un papel tan fundamental en la cultura española te recuerda la importancia del catálogo. Cuando una editorial tiene tanta historia detrás es porque ha dado sentido a su catálogo. El catálogo tiene trascendencia si se piensa como un todo, como un conjunto y, al mismo tiempo, como un organismo que está vivo. Los libros se alimentan entre sí, dialogan. Todos ellos tienen que ser una propuesta interesante y, al mismo tiempo, ser un proyecto destacable en relación con el resto del catálogo. Si algo tienes que aprender como editor, y cuesta muchas veces aprenderlo, es que hay una gran diferencia entre el catálogo que creas y lo que tú lees en casa. Los catálogos tienen dinámicas internas; esto es algo que aprendes muy bien si te fijas en la historia de Alianza o Alfaguara. La historia del catálogo de Turner es menos ilustrativa porque desde el inicio fue una editorial muy centrada en libros de arte, si bien es cierto que su colección de ficción sí que tenía el objetivo de hacer un catálogo sólido a largo plazo. En Alfaguara, por ejemplo, lo primero que una aprende es que el catálogo es un proyecto mayor de lo que son los libros por separado.
¿Que un libro le guste no es motivo suficiente para publicarlo? ¿El libro debe, ante todo, encajar en el catálogo?
Exactamente. El catálogo tiene sus exigencias internas que no pasan necesariamente por tus gustos o, por lo menos, no siempre por los gustos del editor. Tras veintiún años de profesión, y no lo digo con mucha seguridad, creo no haber publicado nunca un libro que no me guste. Es decir, nunca he publicado un libro, pareciéndome horrible, por la única razón de que estaba convencida de que sería un éxito de ventas. Sin embargo, sí hay libros que un catálogo te exige y que tú, muy probablemente, no leerías.
No los leería, pero puede defenderlos.
Sin duda.
Con sus elecciones -como comentaba al hablar de Arroyo-Stephens- un editor deja huella en su catálogo. Usted la dejó en Turner publicando La España vacía.
Ante todo tengo que decir que yo fui muy feliz en Turner, por la editorial, por el equipo… Fue una época buenísima en mi vida. Recuerdo con felicidad la libertad y la alegría con la que trabajábamos, en parte también porque no existían las dinámicas propias de los grandes grupos, como lo pueden ser Penguin Random House, donde trabajé cuando estaba en Alfaguara, o Anaya. En los grandes grupos se trabaja con otras dinámicas y un calendario más rígido, mientras que en Turner podías incluso improvisar si aparecía alguna cosa interesante, puesto que no había esa necesidad de planificación ni las exigencias presupuestarias propias de los grupos, que, sin embargo, tienen otras ventajas con respecto a sellos pequeños. De Turner recuerdo especialmente esa libertad, que fue, en parte, la que hizo posible apostar por La España vacía, aunque no se podía predecir el éxito que tuvo. Resulta imposible saber con total exactitud cuáles serán los libros de éxito o los libros que te cambiarán al vida como editora o, incluso, que cambiarán la vida de las editoriales. Siruela no sabía el fenómeno que terminó siendo El infinito en un junco ni tampoco Tusquets preveía lo que iba a implicar Patria.
Pero usted sabía que La España vacía era algo nuevo dentro de Turner.
Implicaba abrirnos a los ensayistas y, más en general, a los escritores españoles, puesto que, si repasas el catálogo de Turner, verás que, durante años, tal como lo había dejado planteado Manuel Arroyo, la editorial se interesaba casi exclusivamente por ensayos traducidos. Si yo tuve algún mérito, y tampoco creo que fuera mucho, fue captar que los gustos de los lectores estaban evolucionando hacia autores locales. De ahí que me pusiera a buscar autores españoles que no teníamos en Turner, donde habíamos publicado a John Keegan, a Philip Ball o a Steven Johnson, por ejemplo, todos ellos magníficos, pero que publicábamos en traducción. El gran éxito en la no ficción nos llegó con los autores en español, en concreto dentro de la colección de historia y con Juan Pablo Fusi y su Historia mínima de España. Este fue nuestro primer éxito. Sucedió en 2012. Cuatro años después, en 2016, llegó La España vacía, pero también Jardinosofía de Santiago Beruete, de quien Turner ha ido publicando otros libros. Este aporte de autores locales al catálogo resultó decisivo.
¿Cómo se percibe que los gustos de los lectores están cambiando?
Por alguna razón que no te sé explicar. Sí te puedo decir, porque es algo que percibimos todos los editores, es que en torno a 2010 se perdió un poco ese interés que habíamos tenido antes, sobre todo en los primeros años del siglo XXI, por los grandes autores traducidos. En aquellos años todos llevábamos debajo del brazo Paul Auster y John Irving o a ensayistas como Lipovetsky, pero los gustos fueron mutando, en parte porque los periódicos hicieron una apuesta importante por incorporar firmas de opinión y columnas de autores españoles. De ahí que el público empezara a interesarse más por ellos y que las ventas de sus obras crecieran. Si le preguntas a cualquier editor te dirá que ahora se están leyendo pocas traducciones y esto no pasa solo aquí. En Alemania están leyendo a alemanes, en Suecia a suecos, en Chile están leyendo a los chilenos….
Pensaba que era algo propio de España, es decir, de un país que abrazó la literatura traducida porque parecía un símbolo de apertura después de décadas de dictadura y que ahora vuelve a interesarse por sus autores.
No es algo exclusivo de aquí. Es cierto que hay fenómenos como Cincuenta sombras de Gray, como La Chica del Tren o como, hace ya algunos años, Harry Potter. Son libros que se traducen a todas las lenguas y que tienen miles de lectores, pero son casos singulares y esporádicos. La gran masa lectora, en los últimos años, lee principalmente autores locales y esto pasa aquí y en muchos otros países.
Si no me equivoco, usted entró en Alfaguara precisamente para incorporar nuevas voces en español al catálogo.
Sí, la idea era crear una cantera de jóvenes autores junto a los grandes nombres que ya tenía en su catálogo Alfaguara. Era una tarea abrumadora y maravillosa que sólo se podía llevar a cabo leyendo mucho y apostado aún más, pensando siempre en el futuro, pues los nombres que debían incorporarse tenían que tener una cierta proyección.
Los editores suelen comentar que no hay nada más difícil que encontrar autores nuevos, en parte porque la mayoría de los manuscritos que llegan a las editoriales no tienen nivel para ser publicados.
Efectivamente. En mi caso, además, mi apuesta es principalmente por autores que mezclan los géneros, porque es lo que a mí siempre me ha interesado en términos literarios. De los cinco años que he estado en Alfaguara, destaco el descubrimiento Antonio Scurati, una de las voces más potentes que hemos incorporado. Me quedó con él, pero no solo con él, porque las alegrías que he tenido en Alfaguara han sido muchas. Fue una suerte poder traer la obra nueva de Sergio del Molino a Alfaguara, donde comenzó publicando La Piel. Aunque ya no trabajaba ahí, fue estupendo verle ganar el Premio Alfaguara. A quien recuerdo también con felicidad es a Jabois. He empezado citando a Scurati no porque lo quiera comparar con los demás o establecer una jerarquía, sino porque Scurati está haciendo algo que no se había hecho antes: una mezcla de novela documental, ficción histórica y hechos reales. Se acaba de publicar el cuarto tomo de su obra y debo decir que cada vez tengo más claro que Scurati está escribiendo la obra más grande y trascendente de nuestro tiempo.
Hablando de mezcla de géneros: usted descubrió a Noemí Sabugal, que ahora, además, acaba de publicar Laberinto mar.
Fue un descubrimiento de Julio Llamazares que, siendo él también autor de Alfaguara, me habló de ella, diciéndome que había una chica que estaba escribiendo un texto interesante sobre el cierre de las minas. Una cosa buena de sellos como Alfaguara es el diálogo con los autores: Llamazares te habla de Noemí Sabugal, ella te habla de otro autor…. Unos te llevan a otros y, a poco que los escuches, el catálogo se hace solo. Noemí hace un tipo de narrativa que se mueve en la órbita de lo que hizo Sergio del Molino, que dio la alternativa a toda una generación de ensayistas en España. Con esto no quiero decir que Noemí siga la línea de Sergio, sino que La España vacía dio paso a toda una serie de autores, entre los que podemos incluir a Paco Cerdà, que ahora también se ha incorporado a Alfaguara. En este sentido, la obra de Sergio fue seminal.
Hablando de géneros híbridos y nuevas incorporaciones: Alianza va a recuperar a Oriana Fallaci.
Revisando distintos catálogos, me pareció increíble ver que Oriana Fallaci está descatalogada en español desde hace tanto tiempo. Creo que un sello como Alianza, que tiene vocación de mantener en su catálogo a los grandes, a los clásicos y a los autores de culto, debe contar con Fallaci . Pero para entender, en parte, su ausencia hay que tener en cuenta que, en los últimos años de su vida, se radicalizó políticamente tanto que prácticamente quedó cancelada. Sin embargo, su trabajo como novelista y como entrevistadora no ha perdido la frescura del primer día y estoy convencida de que merece tener un sitio en los catálogos editoriales. Sus últimos libros, más ensayísticos por esa radicalización que sufrió, no han envejecido demasiado bien, por esto hemos empezado recuperando sus novelas. Acaba de salir Un hombre y, en breve, publicamos un título inédito con sus reportajes de Hollywood. Se publicaron el año pasado en italiano y los hemos traducido con el título de Tan adorables. Posteriormente publicaremos Carta al niño que nunca nació, un texto de gran actualidad y que habla de ese único embarazo que tuvo y que no fue adelante, puesto que perdió el bebé que esperaba. A mí me gustaría recuperar también Inshallah, pero vamos a ver antes cómo funcionan estos títulos.
¿Cómo definiría su papel en Alianza?
Yo llegué por la jubilación de su directora anterior, Valeria Chompi, que estuvo en Alianza veintiún años y ha hecho un trabajo muy notable. Alianza ha vivido su etapa de oro con Valeria. Ahora la editorial va a cumplir sesenta años y lo mejor que se puede hacer con su catálogo es respetarlo, cuidarlo y mantenerlo igual. Desde que estoy aquí -llevo año y medio- me encuentro con gente que me dice que tiene libros de Alianza en casa, que los libros de Alianza son parte de su historia como también son parte de la mía. Es un sello que ha tenido algunos éxitos, como cuando publicó Woody Allen o, más recientemente, con la novela Los de Bilbao nacen donde quieren, pero, en líneas generales, somos una editorial sólida, con un catálogo histórico y long-sellers. Mi idea, desde luego, no es renovar Alianza, sino mantener y cimentar el prestigio y la belleza que tiene el sello.
Alianza es una editorial que ha promovido desde su inicio, siendo pionera en España, las ediciones de bolsillo.
Porque, a diferencia de los grandes grupos, donde las ediciones de bolsillo se publican después de su versión en tapa dura, Alianza no solo publica directamente en bolsillo, sino que recurre al bolsillo para publicar obras completas o, como las llamamos nosotros, bibliotecas. Tenemos las obras completas de Baroja, Salinger, Kafka… Detrás está la idea de que catálogo de bolsillo sea una biblioteca estable y básica, el acervo completo de lo que consideramos la cultura literaria. Nuestro objetivo es ofrecer libros esenciales a un precio popular, accesible para la mayoría y con un diseño muy trabajado, primero gracias a la habilidad de Daniel Gil y, ahora, de Manuel Estrada. El diseño, en realidad, es nuestro único lujo: queremos hacer unos libros maravillosos con un papel precioso para que, cuando te compres la Odisea de Homero en la edición de Alianza, se convierta en el libro de tu vida, en un libro que vas a conservar siempre, que te acompañará.
La edición filológica convierte estas versiones en definitivas.
Trabajamos con este objetivo y lo hacemos con un amor y con un detalle que no es muy habitual. Con esto no quiero compararnos con nadie. En mi opinión, la edición española, en términos generales, es muy buena. En las cuatro editoriales en las que he trabajado he conocido genios y sabios. Pero señalaba eso porque en Alianza somos solo nueve editores para sacar 150 libros al año. Trabajamos con un nivel de atención y de corrección muy elevado.