Hablemos de un fenómeno insólito: un libro no publicado, quizá ni siquiera escrito, pero mucho más interesante que muchos miles de libros que cada mes llenan las librerías españolas. Un libro fantasma.
Juan Carlos I, residente desde hace unos años en Dubai, se confió para que escribiera sus memorias a Laurence Débray. Ésta es hija de Régis Debray, el sesudo intelectual revolucionario francés de ultraizquierda, que se enamoró de la revolución cubana y se alistó a la hueste capitaneada por el Ché Guevara para su catastrófica incursión guerrillera en Bolivia, cayó preso, fue condenado a muerte y obtuvo la libertad gracias a la intervención personal del general De Gaulle.
Bajo el título Reconciliación, las memorias don Juan Carlos intentarían rescatar su historia personal y política de manera que el relato hoy dominante sobre su reinado, que le degrada a un mujeriego amante de mujeres que no valían la pena, matador de inocentes elefantes y beneficiario de negocios turbios, no se acabe de imponer, no borre en la memoria la nuclear realidad de su formidable ejecutoria y su legado político, que estuvo bajo el signo de la concordia, el relativismo, la tolerancia… y también la eficiencia.
Signo insólito en la historia de España y valores que son efectivamente lo más importante de su ejecutoria, cuya página más brillante, como sabemos todos, fue la desactivación del golpe de estado de Tejero el 23 febrero de 1981 con su memorable aparición televisiva, vestido con el uniforme de jefe de los ejércitos.
Los apasionados de la Transición
O sea, el octogenario rey Juan Carlos tenía la voluntad de recordar su reinado como el milagrosamente y mundialmente admirado tránsito desde la dictadura franquista a la actual democracia, sin más derramamiento desangre que el que provocaban los incesantes atentados de ETA, y a él mismo como impávido, suave, simpático garante de la democracia asediada por ese terrorismo y por los ímpetus regresivos de determinados sectores y estamentos españoles.
Los jóvenes no recordarán que el logro de la Transición fue tan espectacular y admirado por el mundo entero, que algunos políticos españoles viajaban por los países que a finales de la década de los ochenta se liberaron del yugo comunista y querían evolucionar rápidamente hacia una democracia homologable para explicar nuestra experiencia. El catalán Jordi Solé Tura era uno de esos predicadores de la transición incruenta, a los que humorísticamente bautizó con el neologismo de “transitólogos”.
La Reconciliación ansiada ya no se dará. Este libro ya en parte o en todo escrito, de evidente interés histórico, entre otros motivos porque no es común que los reyes salgan del hieratismo propio del cargo para explicarse, y mucho menos escribir su vida, iba a publicarse el año que viene, pero queda pospuesto sine die.
El motivo: los últimos escándalos rijosos destapados por la indiscreción de una de sus ex amantes, hoy una ex vedete chantajista que ha publicado filmaciones de sus escenas íntimas y conversaciones privadas embarazosas –todas lo son, en realidad, cuando se convierten en públicas-- que sostuvo hace treinta o cuarenta años con el entonces monarca, y que han sido ampliamente difundidas por la prensa más zafia, hacían especialmente inoportuna, delicada, la publicación ahora de un documento así.
Al Rey emérito y a la Casa Real no les convenía dar con él pábulo a cotilleos maliciosos y ocasión a indignados rasgamientos de vestiduras de las beatas del igualitarismo, que son legión cacareante, y a alimentar el sueño dorado de muchos izquierdistas de derrocar la monarquía –proyecto que ya está, desde luego, en el programa secreto de varias formaciones políticas— con un texto que sin duda iba a ser objeto de minuciosa y hostil disección en el foro público.
Que calle el Rey
De manera que estamos hablando de un libro que ha sido quemado antes de publicarse. Sin duda un fiasco para la señora Debray, que le había dedicado ya no pocas horas de conversación con el rey emérito en Dubai, pero al mismo tiempo un texto (virtual) de gran valor lírico: una voz acallada por razón de Estado, una inexistencia, una ausencia, un no ser.
Un texto fantasma. La señora Debray puede quizá consolarse pensando que, aunque no existente, éste es el mejor de los libros que saldrán y no saldrán, que no serán leídos, el año que viene. Pues suele ser infinitamente mejor lo imaginado y lo proyectado que lo realizado; somos seres mentales, lo efectivamente factual suele ser una pálida sombra de lo que el autor y el lector imaginaban que podría ser. La naturaleza inefable, simbólica, inefable –en el sentido de inexplicable—de la monarquía se refuerza con este no-libro.
En el fondo, bien está. Que calle el rey, ya hablará por él la historia cuando pase la histeria.
Hija de revolucionarios
Laurence Debray (París, 1976) creció en un entorno altamente distinguido, intelectual-izquierdista, en el que su padre, ya de vuelta de su desastrada aventura guerrillera que dio con sus huesos en una cárcel de Bolivia, era consejero del presidente socialista François Mitterrand, y él y su familia vivían envueltos en toda la solemnidad y pompa hierática de su corte republicana.
Cuando ella llegó a Sevilla, con una beca de estudios, descubrió lo que le pareció una ciudad y una sociedad mucho más desenvueltas, alegres y vitalistas que las que conocía en su país. Sintió una gran liberación personal y le fascinó la política y hasta el aspecto físico de Juan Carlos, en el que veía la encarnación de esa vida estupenda y desenfadada, descubierta casi por azar cuando ella estaba en la flor de la juventud y al que ha dedicado dos libros, ambos encantadores: Hija de revolucionarios (Anagrama) y Mi rey caído (Debate), en los que cuenta esto que acabamos de exponer.
Más un tercer libro, mejor aún que los anteriores: Reconciliación, el libro fantasma.