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Uno había ignorado a Carmen Mola hasta una mañana en la FNAC de la plaza Cataluña de Barcelona en que se topó con un expositor en el que se mostraban las tres primeras novelas protagonizadas por la inspectora Elena Blanco. Una desconfianza (probablemente injusta) hacia el thriller nacional me había impedido hasta entonces hacerme con los libros de la tal Carmen Mola, de la que aún no se sabía que era el seudónimo de tres autores de sexo masculino, Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero (hijo del creador de Verano azul, por cierto), detalle que saldría a la luz en el 2021, cuando el colectivo ganara el premio Planeta con La bestia). Pero, de repente, al ver que aquellas tres novelas llevaban publicadas tropecientas ediciones, tuve una epifanía y me compré La novia gitana (2018). Antes de terminarla, ya me había hecho con La red púrpura (2019) y La nena (2020). Me las tragué seguidas y su protagonista, la inspectora Elena Blanco, se convirtió en uno de mis personajes favoritos de la literatura policial contemporánea.

Cada una de sus aventuras, como pude comprobar, era eso que los gringos definen como un pageturner; es decir, esos libros que te obligan a ir pasando las páginas a toda velocidad porque te tienen completamente atrapado. Preguntarse si estabas ante alta literatura o mero entretenimiento era una manera como cualquier otra de perder el tiempo: aquello era una montaña rusa de grandes subidas y profundas bajadas que te mantenía pegado a una trama absorbente que te quitaba las ganas de estar en cualquier otra parte. El personaje protagonista, a todo esto, se te metía bajo la piel y sus sentimientos eran los tuyos. Su historia personal, aterradora, había hecho de Elena Blanco lo que era: una policía excelente que trataba de hacer soportable con su trabajo el horror en que se había convertido su vida desde que su hijo fue secuestrado en pleno centro de Madrid, enviando su existencia al carajo mientras alimentaba la esperanza de que el chaval reaparecería algún día, aunque convertido en vaya usted a saber qué, pues todo parecía indicar que había caído en manos de una red pedófila.

Los guionistas y escritores (i-d) Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez, autores de la novela 'La Bestia', presentado bajo el seudónimo de Carmen Mola, tras recibir el Premio Planeta de Novela / EFE

De hecho, la historia atroz del crío se resolvía en la segunda (y mejor, en mi opinión) entrega de la serie, La red púrpura, un descenso a los infiernos de la pedofilia cuya lectura podía resultar tan apasionante como dolorosa. En La nena (2020) y Las madres (2022), la inspectora Blanco, ya liberada (aunque para mal) de la pesadilla materna, se enfrentaba a nuevos casos que, como los anteriores, mantenían intacta la capacidad de adicción al lector. Tras leerlas, uno se quedó con la impresión de que teníamos Elena Blanco para rato, de la misma manera que Sherlock Holmes, Jules Maigret o Matt Scudder vivieron largas vidas junto a Arthur Conan Doyle, Georges Simenon o Lawrence Block.

Pero esa impresión resultó ser falsa: El clan (2024), quinta entrega de las andanzas de la inspectora Elena Blanco, ha resultado ser también la última. Y a tenor de lo leído, más vale que sea así, pues estamos ante la peor novela de la serie, que parece incluso escrita con prisa, como si hubiese ganas por parte de sus autores de acabar de una vez con tan brillante protagonista.

Joyas del thriller español

Yo diría que Elena Blanco aún tenía cuerda para rato, al igual que sus compañeros de la BAC (Brigada de Análisis de Casos), unidad de elite de la policía nacional con sede en la madrileña calle Barquillo. Pero en El clan se aprecia una incomprensible voluntad por chapar el asunto deprisa y corriendo, como si Carmen Mola ansiara ponerse ipso facto con otra cosa. La trama, centrada en una siniestra organización policial que, desde las alturas, hace el mal a diestra y siniestra (una especie de Spectre madrileña) se interna en un fregado internacional de tráfico de armas y trata de personas que suena más postiza que los bisoñés de mi difunto amigo Terenci Moix.

La inspectora Blanco deviene un personaje secundario en su propia serie, cediendo el protagonismo a personajes que funcionaban mucho mejor como secundarios. Como en aquellos discos de Carlos Santana en los que el guitarrista mexicano parecía un invitado a sus propias grabaciones, llenas de figurones y profesionales del dueto, El clan destaca por la ausencia de su protagonista (y por una trama que, lejos de enganchar al lector, lo acaba propulsando al desinterés y el bostezo). Resumiendo: estamos ante la peor manera posible de terminar una brillante serie de novelas policiales a la que, con un poco de entusiasmo por parte de sus autores, aún le quedaba mucha vida por delante.

No sé qué es lo que le corre tanta prisa a Carmen Mola para haber desperdiciado de esta manera a un personaje tan brillante como la inspectora Blanco, pero espero que valga la pena. Y pese a este triste y apresurado final, quienes aún no conozcan a Elena Blanco, harán bien en acercarse a ella, por riguroso orden, a través de esas cuatro novelas, joyas del thriller español, que protagonizó antes de que sus creadores optaran por eliminarla de la peor manera posible.