Las familias no están compuestas exclusivamente por las personas que las integran, sino que, para existir, perdurar y dotarse de sentido necesitan también de un conjunto de relatos que las cifren y sustenten a través del tiempo. Así, la historia que toda familia se cuenta a sí misma constituye el corazón de su existencia; el centro gravitacional de su sistema solar; la encargada de que planetas y asteroides sigan trazando sus órbitas y no se disgreguen en derivas peligrosas. El narrador de esta, digámoslo ya, importante novela –a la sazón el propio autor– se percata en la edad adulta de que el relato de su familia se ha desintegrado. Arrasado por el mutismo voluntario de sus progenitores y hermanos mayores desde que su hermana Manoli (Nela, por decisión propia), siendo todavía menor de edad, decidió dejar la casa paterna para buscar nuevos horizontes vitales –la contracultura, la experimentación con las drogas– y falleció en extrañas circunstancias en el año 1979, apenas con veintiún años. 

El pasado se reduce entonces a una fotografía que se desdibuja en el recibidor, a unos pocos libros olvidados en un cajón, a una herida abierta, a un nombre que resulta doloroso al ser escuchado en cualquier conversación ajena. A raíz de un episodio de llanto irrefrenable tras ver una película, cuarenta años después de los hechos, Juan Trejo se percata de que necesita tratar de escribir aquella historia perdida. Ya lo había hecho, de manera parcial, en uno de los mejores capítulos de su anterior novela La barrera del sonido y por ahí se abrió la espita de este libro. Así las cosas, el escritor decide proceder como una suerte de detective de sombras, para, a través de las pocas evidencias de que dispone –la fotografía, los libros, la herida, el nombre– tratar de reconstruir la memoria de su hermana y de aquellos días. Huyendo tanto de la mitificación como del estigma. 

Nela ARCHIVO JUAN TREJO

Contra ese olvido escribe Trejo. El resultado es un milagro narrativo. Una lección de respeto y comprensión hacia unas personas y unas circunstancias muchas veces tratadas con desdén o vergüenza. Cerca de cuatrocientas páginas protagonizadas por una familia que llega a Barcelona desde un pueblo de Extremadura en los años sesenta. De los problemas de los padres para encajar en esos nuevos tiempos y espacios. De las ansias de sus hijos por desmarcarse de ese pasado reciente y lograr desclasarse hacia arriba, hacer tábula rasa, para que la ciudad, como decía aquel poema de Gil de Biedma, algún día por fin les pertenezca. 

Emociona como Trejo escribe –con qué rigor, con qué decoro—sobre ellos, de qué manera encaja las piezas de este aparente rompecabezas de fechas y circunstancias en una estructura narrativa que tiene algo de película de Scorsese: toda su obra tiene algo de montaje cinematográfico, de lenguaje audiovisual y mucho de la mejor literatura contemporánea. Mitad modo Carrère: todo lo ajeno le concierne. Mitad Ernaux: la mirada omnicomprensiva del presente cubre todo lo que narra del pasado.

Y después está el personaje de Nela, la verdadera protagonista de esta historia. La manera en que el autor consigue que aparezca en nuestra mente el personaje –la persona– con tan pocos mimbres de partida es la constatación de cómo las herramientas de la ficción resultan imprescindibles para operar sobre la vida hasta convertirla en algo más complejo, acaso en algo mejor. Aunque la obra no es una venganza o un ajuste de cuentas –nada más lejos de su intención– sí que señala algunas deficiencias de la memoria llamada oficial sobre el dolor sordo y sostenido de las familias afectadas por la adicción a la droga.

Nela ARCHIVO JUAN TREJO

Víctimas de una revolución existencial tan profunda como virulenta y estigmatizadas bajo la falsa etiqueta genérica de lo quinqui. Personas que demasiadas veces han ido narradas como secundarios al margen, mal caracterizados. Convertidas en circunstancias colaterales, en paisaje para que otros relatos hegemónicos –el de la Movida hedonista y descerebrada, el de la Transición sin tacha– pudieran brillar en contraste. Biografías mudas, dueñas de un silencio herido, que no aparecen ni en la hemeroteca –es significativo cómo los grandes nombres de la contracultura que vivieron en los mismo lugares y calles que ella no recuerdan a Nela– ni en las redes. Confirma que entre los grupos más presuntamente libres de la sociedad también seguían existiendo, de un modo velado, las diferencias de clase.

En fin, en el libro se narran entrevistas, recuerdos, crónicas, crítica cultural y confesiones, pero hay sobre todo el rescate de una vida. Hay una voz inconfundible –a la vez íntima y fría, emocional pero objetiva, de largo recorrido: toda Trejo– que en su quinto libro ha llegado al máximo nivel de maestría. Uno acaba sobrecogido después de leerla. Hay novelas que nacen del deseo, novelas que nacen de la ocasión y novelas que nacen de la necesidad.

'Nela, 1979' TUSQUETS

Nela, 1979 pertenece al tercer y orgulloso linaje. En ese sentido, se sitúa a la altura de otras obras que también se encargan de la memoria familiar y de la gestión del duelo como El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza, El fin de la noche de Delphin de Vigan o La hora violeta de Sergio del Molino. La construcción del duelo es compleja y no se acaba. Pero ese dolor no es infértil.  La herida no deja de doler –queremos que duela porque nos constituye—pero la vida puede seguir haciéndose cargo de ella.  

Trejo afirma que cuando le contó que iba a escribir sobre su hermana difunta su madre le dijo que no la desenterrara, que lo que debía hacer, en cambio, era cuidar de su propia familia: de su mujer y de sus hijos. Una vez terminada la novela, podemos decir que el libro desobedece y obedece a la vez al mandato materno. Trejo cuenta la historia de su hermana, sí, pero contarla es una manera de cuidar a su propia familia: aceptando la herida, delimitando el contorno de los efectos de la bomba, permitiendo la continuidad del relato. Recuperando la memoria de su hermana, en realidad la novela está recuperando la memoria de todos.