En los diarios de Andrés Trapiello (1953) se oye crecer la hierba. La frase no nos parece del todo mala, sin que sea necesariamente buena, pero, igual que cantaba Machín en Corazón loco, el bolero que una vez bailaron nuestros padres en una remota aldea de la España provinciana, menesterosa y sentimental que ha desaparecido a medida que nosotros hemos ido cumpliendo años, merece una explicación. Y es ésta: quiere decirse que en el ciclo de libros enhebrados en esa sólida cadena que es el Salón de pasos perdidos, la vida sucede sin darse demasiada importancia, de forma directa y humilde y, por eso, es capaz de esculpir a su alrededor, con estos modestos materiales, una arquitectura hecha como de aire, con luces y sombras, transparente, dueña y señora de una naturalidad superlativa. 

De ahí que sea una extraordinaria noticia que Pilar Álvarez, actual editora de Alianza –antes en Losada, después Turner y más tarde en Alfaguara– vaya a reeditar en formato de libro de bolsillo las sucesivas entregas de la novela en marcha del escritor leonés, cuya vigésimo quinta entrega –Nada y menos– verá la luz (en breve) en Ediciones del Arrabal, el sello familiar fundado por Trapiello, Miriam Moreno Aguirre y sus hijos, Rafael y Guillermo, tras tantos años de fértil vinculación con la editorial valenciana Pretextos, que fue la única que en 1990, cuando comienza esta aventura, se atrevió a publicar El gato encerrado, el título que da inicio a la serie, rechazado hasta en cuatro ocasiones por otros tantos editores.

Andrés Trapiello y 'Éramos otros' DANIELROSELL

Trapiello, como era de esperar, no tardó en incluir estos rechazos, alguno que otro displicente, dentro de sus diarios, convirtiéndolos en un combustible más de una empresa literaria que parecía a todas luces descabellada y que, más de tres décadas después, lo ha convertido en el primer legatario de los grandes clásicos de la literatura española, esos autores célebres pero olvidados a los que en buena medida debemos Las armas y las letras (Destino) y Los nietos del Cid (Athenaica). Sobre ellos escribe Trapiello en sus libretas: “Me gustan mucho esos clásicos españoles, los azorines, d’orses, ramones, galdoses, barojas, riscos, cunqueiros, unamunos, machados, solanas, por lo que tienen de destartalado museo provincial”. 

Las obras de Trapiello no hay que ir a buscarlas al Rastro, uno de sus lugares preferidos en la Tierra, donde todavía acude cada domingo a la busca de libros de lance, porque con la madurez, y en contra de sus adversarios, ha alcanzado un status literario equivalente al de tantos insignes predecesores. El escritor leonés no se detiene. Este otoño –en octubre, mes dedicado a la Virgen del Rosario y a los ángeles de la guarda– publicará una nueva novela Me piden que regrese (Destino)– sobre el Madrid de la posguerra, una historia de espías, estraperlo, conciliábulos, ajustes de cuentas, hambre y falsarios aristócratas que pasaban las noches de farra en el cabaret Pasapoga, después de ver torear a Manolete en Las Ventas. 

'Me piden que regrese' DESTINO

Recién acaba de sacar, en el mismo sello, una edición de gala de su versión al español contemporáneo del Quijote, publicada por primera vez en 2015, que ahora comparte estuche con el texto de Cervantes que cuidase Alberto Blecua. De postre, Alianza, sin duda como preámbulo de los salones que regresan, ha dado a la imprenta una antología de sus dietarios con el título de Fractal, una puerta de entrada a esa fascinante galería de espejos donde una vida –la suya– se proyecta en otras ajenas y se glosan sus geografías –Conde de Xiquena (Madrid), Las Viñas (Extremadura)– y sus experiencias como escritor titiritero y conferenciante nómada por estrados de alcurnia o con la púrpura desgastada, según sea la suerte y la fortuna. 

Del Salón se conocen, a veces por referencias, más que las partes íntimas, los sabrosos episodios de la absurda vida literaria, donde Trapiello retrata, igual que el Juan Ramón Jiménez de sus primeros años en Madrid, antes de su retiro (obligado por ruina familiar) en Moguer, los ridículos afanes de ciertos hombres de letras para los que escribir, en muchos casos, es una estación para otra cosa, ya sea la fama, la política o el arribismo social. No se tiene en cambio idéntica noticia del resto de universos secretos que se concentran en estos dietarios, que son como los naipes de una baraja española –como explica el propio escritor en el epílogo del Fractal– cuyas variaciones son infinitas. 

Una página de los cuadernos de Trapiello ANDRÉS TRAPIELLO

En el caso de esta primera antología –seguirán sin duda más, como corresponde a un escritor que ha aprendido tantas cosas de JRJ, que hizo y rehizo su obra en busca de la perfección, y que fue también un exigente editor y tipógrafo– la disposición elegida es ajena, pero validada por el autor leonés, que muy pronto superará la hazaña de Henri-Frédéric Amiel (1821-1881), el escritor suizo que empleó 35 años, más de la mitad de su vida, en escribir las 17.000 páginas de su Diario íntimo, una obra en doce tomos que delimita la poética de ese memorialismo narrativo que se nos presenta como un calendario vital.

El Fractal, igual que los primeros fragmentos que se publicaron de los cuadernos de Amiel, es un ejercicio de condensación. Reúne 1.500 páginas (un 10%) del total del Salón de pasos perdidos. Pero, al contrario que el diario del filósofo suizo, moralista tímido, la síntesis de Alianza no es un compendium de una obra inédita, sino publicada y devorada por –de nuevo JRJ– una selecta minoría de lectores que han convertido a Trapiello en uno más de su familia o le han cedido varios anaqueles de su biblioteca. Un privilegio al alcance de pocos autores.

'Fractal' ALIANZA EDITORIAL

La antología no parece ser tal. El Fractal tiene el mismo tono, la atmósfera y el estilo de una entrega ordinaria del Salón, sin serlo. Es mérito de sus editores, que son mujeres: Nieves García, Nola Romero y Ana Pérez Cid, que hicieron una primera selección a la que después se sumaron los pasajes narrativos, impresionistas o meditativos elegidos por Miriam Moreno y Pilar Álvarez. Trapiello revisó todo el conjunto y únicamente cambió de lugar los aforismos para señalar el tono de las distintas partes.

El resultado da una idea bastante exacta de la atmósfera general de la novela en marcha, que asombra no tanto por sus peripecias, sino por incluir, igual que los escritores clásicos, todos los registros literarios posibles: narración, lirismo, epifanías, crónica social, historia de un tiempo y de un país, secretos íntimos, sátiras, humores, ternuras, calamidades, alegrías, soledades, intemperies, silencios, diálogos casuales de alcoba, soliloquios (escritos en romance), paradojas estoicas, rendiciones (momentáneas), encuentros fortuitos, algún viaje, retratos de gentes y de sitios, introspecciones, caprichos metafísicos e instantes de soberbio prosaísmo. Absolutamente todos los ingredientes, muchos de ellos azarosos, que se mezclan en una vida cierta, esa suma (tan frágil) de abulia, pasiones y anhelos.

Una de las libretas de Trapiello ANDRÉS TRAPIELLO

Suena así la melodía disonante de los días que pasan y los ruidos de las noches de insomnio, las agonías discretas y las obstinaciones personales. Las notas surgen de las anotaciones en el cuaderno de bitácora y después, al ser reelaboradas, entre un lustro y una década mas tarde, según el caso, se convierten en una novela que ordena una existencia que carece de linealidad y de sentido. 

Decíamos antes que del Salón se habla –sobre todo en las redacciones de los periódicos y en las editoriales– de las banderillas literarias, que en realidad son sociológicas; se aprecian menos, aunque los lectores sí han sabido valorarlo con su extraordinaria fidelidad, todas las confesiones –las 24 entregas nacieron, aunque se antoje increíble, porque Trapiello quería escribir una novela y no sabía exactamente cómo hacerlo– y los excelentes momentos de hondura existencial vertidos en las páginas de estos dietarios, que siempre nos han parecido que atesoran la misma magia de las mejores películas de Éric Rohmer o ciertos pasajes de la literatura de observación de Josep Pla –véase el volumen Las horas, del escritor ampurdanés–, donde parece que no pasa nada especial cuando lo que sucede, ante nuestros ojos, es la vida sin más, ese sagrado artificio de los mecanismos del tiempo. 

Las entregas del 'Salón de pasos perdidos' hasta 2019 PRETEXTOS

De las ochocientas páginas del Fractal, que abarca los títulos del diario publicados entre 1990 y 2006, el lector puede obtener el viejo vino de la gran literatura, que es la que habla de nosotros en un odre nuevo, y en este caso personalísimo, como una panorámica proyectada sobre un presente sin tiempo. Esa forma de eternidad que consiste en ir pasando por la vida sin sentir envidia y siendo aquel que uno es, aceptando que, al cabo y a la postre, todo esto es pasajero y que conviene acostumbrarse a la inevitable profecía del memento mori.

“Una vieja casa es la expresión de todos los que la vivieron, de todos los que pasaron por ella y murieron en ella. En su silencio, en sus balcones cerrados, en los altos magnolios y en los viejos rosales, enfermos y descuidados, encontramos el espíritu que seremos un día. La mitad de la vida la pasamos defendiéndonos de la imagen del padre, que nos persigue. La otra mitad, lamentándonos por no haber aceptado a tiempo que éramos sólo eso que rechazábamos (…) No son muchas las cosas que podemos decir nuevas. Viene uno a la vida como un eco de los padres y como un eco vamos dando tumbos por todas las peñas de la vida (…) Todos somos voz y somos eco, pensar otra cosa es floritura (…) en los museos, en los clásicos y en los cementerios, milagros de la vida, siempre termina cayendo alguien, por pequeño que sea: ese incansable viajero de alma fatigada, ese lector aquejado de ‘spleen’, o aquel al que la vida le borró su última sonrisa”. 

Las máscaras literarias de Andrés Trapiello y su 'Salón de pasos perdidos' DANIEL ROSELL

El Salón de pasos perdidos es la casa de Trapiello. El hogar de sus devotos lectores. La morada de sus particularess dioses lares, que nos recuerdan que es necesario cada día continuar (escribiendo) el camino.