Sols. Solos. Ellos y ellas. La modernidad, la vida urbana. ¿Es lo que queríamos?
Leamos: “Després va ficar la roba bruta en una bossa, va baixar al carrer i va buscar una bugaderia. Mentre la roba es rentava, es llegiria l’oferta de feina que li acabava de fer el Banc Mundial per anar a filmar una sèrie de vídeos sobre preservació d’elefants a l’Àfrica”.
¿Una parodia? No, es el perfil de un personaje que existe, que intenta amar, vivir, formar parte de un ecosistema que se ha constituido en los últimos decenios. Es la globalización, de la que se ha servido, pero también ha sido utilizada, una generación muy formada que solo quiere darle sentido a sus vidas.
Sols (Columna) es la novela de Andrea Rodés (Barcelona, 1979), autora de otros relatos y obras, entre ellas la excelente Cuando se vaya la niebla (2019). Rodés conoce ese ecosistema. Forma parte de él, pero ha querido tomar distancia y reflexionar sobre esas vidas, para constatar que las vidas profesionales, las que se presentan como envidiables, siempre exigen un precio que resulta demasiado alto. Y esas carreras de prestigio, esos viajes por todo el mundo, y esas relaciones interculturales, tampoco llenan nuestras vidas ni aportan estabilidad. Nos entretienen, y llega un momento, cuando se acerca la madurez, en el que la angustia hace acto de presencia.
Andrea Rodés narra con diálogos punzantes, con una ironía fina sobre los comportamientos de sus personajes, las relaciones entre mujeres y hombres que han apostado por sus profesiones, que han llegado a tener relaciones sentimentales, pero cortas. Se rompen. No duran en el tiempo. Y la insatisfacción es permanente. La crítica velada de Rodés es hacia un mundo en el que los varones lo tienen más fácil. Porque, a la ahora de tener hijos, ¿quién debe sacrificarse?
Laia, Ingrid, Lluís, Marc, todos pasan por estados de ánimo muy cambiantes. Los personajes se entrecruzan. Nunca llegan a cuajar. Esas frases cortas, los comentarios que dan pie a una llamada, a una distracción con otra cosa, dejan constancia de unos tiempos muy intensos, pero sin poso. Rodés, a través de sus personajes femeninos, Laia o Ingrid, se pregunta si todo esto era necesario, si valía la pena, aunque muestra también la fuerza de quien quiere seguir adelante y busca lo que de verdad anhela. ¿Ser madre a través de una inseminación artificial? Claro que sí, con la complicidad de unos padres que han interiorizado que todo ha cambiado, que sería demasiado fácil presentar los prejuicios de siempre. ¿Por qué no? Adelante.
Pero los reproches están ahí. Hay una generación de mujeres y hombres, de unos determinados estamentos sociales, --urbanos, formados, promocionados por sus familias—que se han encontrado solos, que no han sabido cómo establecer relaciones que todo el mundo desea, aunque se intente camuflar con todo tipo de pretextos.
“El que volia dir-te –la seva mare també havia pelat una mandarina i en va oferir la meitat al pare-- és que sempre estàs amb les teves coses, que si una exposició, que si m’en vaig de viatge a Corea o a l’Índia per fer fotos per a no sé quin arquitecte o revista, que si m’agradaria viure un temps a Londres... --es va treure les ulleres i es va fregar els ulls blaus— i després passa el que passa: que arribes als quaranta havent deixat escapar el millor que tenies”.
Es lo que le dice la madre de Ingrid, fotógrafa, que acaba de intentar su cuarta inseminación artificial, y espera, ahora sí, ser madre. Rodés constata, con ese comentario, la crítica de fondo, pero, al mismo tiempo ironiza sobre ello. Porque, ¿se puede rectificar? O, en todo caso, ¿no era eso lo que se pedía, y, sobre todo a las mujeres, que fueran ellas mismas, porque podían cumplir sueños profesionales como los hombres? ¿A qué viene ahora ese repoche, cuando esas mismas familias alentaban esas posibles vidas?
La novela entretiene y provoca la sonrisa del lector. Es un relato que busca el entretenimiento, y es idónea para un momento de descanso y de placer. Pero no se queda ahí. Los otros planos de lectura los descubrirá quien se acerque a Sols, con la voluntad firme de analizar qué ha pasado en las sociedades modernas.
Las grandes ciudades han fabricado generaciones de jóvenes que ya no tienen una identidad única. Rodés juega con ello, con hijos e hijas de padres extranjeros, que vienen y van, con parejas de otros países. Y también han posibilitado un abanico de oportunidades, de caminos, que son atractivos, pero fugaces. ¿Con qué quedarse, con qué trabajo, con qué pareja, con qué identidad?
Y, de fondo, una gran cuestión, ¿hay que aprender a lidiar con todo eso, con responsabilidad, sin angustiarse? Ellas y ellos no se resignan a lograr sus objetivos, pero éstos son cada vez más modestos, y, de hecho, más importantes: vivir con una cierta tranquilidad de espíritu.