Camino del Asia profunda, Joseph Conrad entra en el modesto Union Hotel de Bangkok en 1888, como recuerda la guía inigualable de Nathalie de Saint Phalle. El gran escritor de origen polaco, que escribe en inglés y francés, visita pocos días más tarde el Oriental Hotel de la actual capital de Tailandia y es invitado a alojarse en este lujoso establecimiento que no puede permitirse. Quien sí puede pagar es Somerset Maugham, escondido en su habitación, aquejado de la alta fiebre que produce la malaria. El Oriental expulsa a Mougham del hotel para evitar la mala prensa y el miedo que produce en los turistas la enfermedad del mosquito.
En su periplo asiático, Conrad y Maugham, hombre pobre-hombre rico, presentan una diferencia destacable: el primero busca el mal y la muerte, como liberación; el segundo se conforma con las aspas de los grandes ventiladores del Hotel Raffles de Singapur. Son la pasión por conocer frente al contemplar; la criminalización del pasado ante la permanencia colonial.
Conrad se embarca y aborda el Mar de China, donde vive una experiencia trasladada a Tifón, la novela en la que un capitán de navío atraviesa una tromba marina hasta el borde del abismo, cuya existencia suponen los marineros conocedores de la quiromancia y del ron. Acaba de empezar la aventura interminable de los capitanes de Conrad, un grupo de personajes nacidos para interpretar los roles de a bordo, narrados al compás del llamado Gran Estilo del escritor.
Con sus fosos atómicos y los misiles cargados en acorazados de la base submarina de Yulin, la isla de Hainan, en el sur del mismo mar representa hoy la cancelación de la esperanza. Nada de lo que ocurra en el Mar de China le será ajeno a Hainan. En las playas de la isla, reina el turismo oriental con miles de visitantes esparcidos por los alojamientos de lujo de las grandes cadenas hoteleras, las Marriot, Mandarín, Ritz, etc. Y allí, la terraza del Haidu Marriot de Hainan puede acabar convirtiéndose en la platea del comienzo de lo que muchos auguran que será la Tercera Guerra Mundial.
El visitante, un parásito de la pasión por el lugar
Tal vez allí, algunos podrán avistar por escasísimos momentos el principio de la conflagración nuclear EEUU-Rusia-China, que hoy planea sobre otra isla preciada, Taiwan. El islote de Hainan, apenas conocido hace pocos años, esconde un silencioso arsenal a las órdenes de Pekín. Es una tierra fértil sobre el subsuelo estratégico de ojivas, un vaivén de observadores, espías, diplomáticos y periodistas informados sobre el Estrecho de Formosa. Taiwan fue la isla de Chiang Kai-shek, el dictador que se alió con los japoneses para enfrentarse sin suerte a la China de Mao Tse Tung. La China nacionalista es la productora de los metales raros que permiten poner en marcha el suministro energético de Occidente y la asombrosa industria de componentes en los valles del silicio esparcidos por el planeta.
A pesar de los misterios atómicos de Hainan, resulta confortable consultar a la oficina turística de la aparente tranquilidad, donde el visitante es un parásito de la pasión por el lugar, mientras que el viajero explora como un buen anatomista. Viajar apela a las emociones, siempre que uno acepte la brutalidad primitiva del lugar, como quien ofrenda ante un altar pagano.
Leer a Conrad, el escritor descalzo amigo de los nativos, es descubrir islas y marineros en la época en que la llegada del vapor supuso el fin de la hegemonía de los barcos de vela. Es la biblia del oleaje, el cantar de gesta que acredita a otro grande, Jack London, en los barcos balleneros. Después del autor de Nostromo, fue T.E.Lawrence, quien según algunas pistas elige un zaguán del Oriental Hotel frente al mar para escribir Los siete pilares de la Sabiduría. Por su parte, Conrad, cargado de humor y terror hasta los dientes, empieza en Bangkok a pensar en su salvaje La línea de sombra. La publicará después El duelo, una novela ignota en la que narra el odio de un oficial del Emperador Bonaparte contra otro caballero de las Águilas del mismo Napoleón; el ofendido consigue que ambos se batan al amanecer. El motivo de la disputa es la falta de respeto al Emperador expresado por uno de ellos, algo que Borges, muchos años después, saluda entre carcajadas como un ejercicio de humor inigualable, según lo revela Adolfo Bioy Casares, en su libro Borges (Ed Backlist).
Conrad habla del mar, pero cuando escribe sobre la tierra, martillea a sus fantasmas en las riberas de los ríos, como lo hace en El corazón de las tinieblas, una narración por entregas llevada al cine, en varias versiones. Es la conocida aventura africana del malvado coronel Kurtz sediento de sangre, perseguido por el oficial Marlow, que acaba con la vida del caníbal junto al río Congo. Las historias de Conrad empiezan al margen de sus personajes. A pesar de los océanos y los peligros del despertar del sueño colonial, los personajes de Conrad no aparecen ante el lector hasta bien entradas sus historias. Es un autor sofisticado pese a que sus temas son de un enorme descaro frente a la metrópoli.
La República del Congo, una zona póstuma
El viajero es un conocedor decimonónico que recoge lo que queda del siglo XVIII, se desparrama en el XIX y el XX, y vuelve por sus fueros en nuestros días. Sus contornos naturales van desde el peligro menor de los safaris, junto al Club de Campo de Nairobi, hasta los cenotes mexicanos que sostienen todavía bajo tierra las pirámides mayas. El miedo a la naturaleza despierta en las letras Conrad en respuesta a nuestra feroz dominación; y hoy los desastres naturales son más mortíferos que los desequilibrios geopolíticos del Mar Negro, el río Jordán o Taiwan.
El Congo sobrevive a Conrad y al codicioso ex rey de Bélgica, Leopoldo II. El gran bosque sigue siendo la “zona vacía” de la que habló el escritor. Después de casi tres millones de muertos en conflictos étnicos, la República del Congo sigue siendo una zona póstuma en un mapa del Departamento de Estado. Pero siguiendo el hilo de la nueva inversión industrial, el país experimenta hoy un frenesí constructor de carreteras, trenes y aeropuertos jamás visto. ¿Cuál es el secreto? “Los pasillos del dinero caliente llegan a las mayores reservas de fosfato del planeta”, en palabras de Alastair Bonnett (Lugares sin mapa).Las matanzas de , representadas en el cine por el último Marlon Brando, castigan a la memoria de siglos coloniales. La exacerbación de mito es el estribillo de los descubridores; es el mal que señala Conrad y que hoy replica en tantos lugares menos recónditos.