El día de Sant Jordi comenzó con toda la gente del sector del libro mirando el cielo. La lluvia ininterrumpida que, acompañada a ratos por granizo, cayó el lunes por la tarde sobre la ciudad de Barcelona hizo saltar todas las alarmas. Algunos recordaban la lluvia y el viento de hace dos años que se llevó literalmente por delante más de alguna parada, provocando importantes pérdidas a libreros y editores que vieron cómo se echaban a perder un gran número de libros. Otros recordaban años precedentes en los que la lluvia fue inclemente con el 23 de abril: “Aún recuerdo a esa escritora con todo su abrigo empapado”, rememoraba alguien entre firma y firma. Afortunadamente, el día amaneció despejado, aunque con unas temperaturas más bajas de lo esperado lo que hizo que más de un editor y más de un jefe de prensa, siempre pacientes a la espera de que sus autores terminen de firmar, echaran en falta una chaqueta de más abrigo o una camiseta interior.
Sin embargo, las bajas temperaturas no frenaron las ansias de los lectores más fanáticos por obtener la firma del escritor admirado y, de hecho, eran las nueve y media y ya había cola en la parada de la librería On the Road, donde comenzó su ruta Sonsoles Ónega. No eran ni las once de la mañana y ya había agotado su primer bolígrafo, estrenado apenas una hora antes. Esto significaba, según comentó la propia Ónega, que había firmado más de setecientos ejemplares de su novela, pues, según sus cálculos, un bolígrafo da para unas setecientas firmas. Siempre en On the road se agolpaban, incluso antes de que la paraba se abriese al público, los lectores de Máximo Huerta, que, desde que abrió La librería de Doña Leo en su Buñol natal, conoce de primera mano la labor de los libreros. “Como librero, lo que más me gusta es recomendar libros y moldear los gustos de los lectores”, comentaba brevemente entre una firma y la siguiente.
La llamada super illa literaria, un espacio sin tráfico en el que, tal y como ya contamos en este mismo medio, los libreros y los editores debían pagar una cuota de algo menos de 100 euros para poder instalar una parada de 30 metros, fue llenándose lentamente. El hecho de que este año Sant Jordi cayera en día laboral hizo que, hasta la una, hora de la pausa para comer, las calles no se volvieran casi intransitables. “Esta tarde habrá todavía más gente”, se comentaba dentro de las casetas en las que se agolpaban autores firmando, periodistas en busca de declaraciones y anécdotas y agentes literarios y editores que aprovechaban para intercambiarse las últimas novedades en cuestiones de ventas y traducciones. “La novela está funcionando muy bien”, comentaba exultante Carme Riera, la editora de Alfaguara, refiriéndose a Orquesta de Miqui Otero, que, desde primera hora, no dejó de firmar. Por esto, como cada Sant Jordi, el dueño de uno de los bares de los que es habitual Otero, le ha traído jamón y una cerveza. A pocos metros de Otero, tampoco dejaban de firmar Anna Pacheco, autora de Estuve aquí y me acordé de nosotros, el poeta Mario Obrero, que convertía cada dedicatoria es una pequeña obra de arte, y el poeta y narrador Pol Guasch, cuya novela (…) en apenas mes y medio se publicará también en castellano.
“Tenemos muy buenas expectativas para el día de hoy”, reconocía Silvia Sesé, editora de Anagrama, “este fin de semana pasado, ya se ha notado un aumento en ventas. Las librerías estaban llenas de lectores que han anticipado sus compras”, proseguía Sesé. La autora estrella de la editorial fundada por Jorge Herralde es Milena Busquets, cuyos lectores esperaban con paciencia a pesar del retraso con el que llegó a su última firma de la mañana. “Ha venido una señora diciéndonos que ella es la niña que sale en la parte izquierda de la portada”, explicaba uno de los responsables de Ámsterdam, la editorial que ha publicado su último título en catalán. “Lo más curioso del caso es que esta señora es nada más y nada menos que la hija de Paco Martínez Soria. Sí, la niña de la portada es la hija de Paco Martínez Soria”. La mujer, que no pudo quedarse para explicarle a la autora quién era ella y por qué aparecía en la foto, reconoció haberse sorprendido y mucho cuando, de repente, se encontró en la portada del libro.
Enrique Vila-Matas comenzaba su día a las once firmando en la librería Jaimes, donde en un mes presentará la traducción al francés de Montevideo. “Aquí no ha venido mucha gente, pero ya vendrá más tarde, cuando lleguemos a La Central”; y no se equivocaba el escritor barcelonés: fue llegar y comenzar a firmar novedades, pero también títulos que ya cuentan con más de una década. “¿Puede firmarme esta edición?”, preguntaba un señor que se presentó con la edición de Anagrama de Suicidios ejemplares, poco después de que una joven, que llevaba a su bebe de apenas un año en brazos, pedía hacerse una foto con él. “Quizás venga mi nefrólogo”, advertía Vila-Matas, explicando, ante la sorpresa de quienes escuchábamos, que su “nefrólogo es un habitual de las firmas. Un día me sorprendió en la feria de Madrid. Sin decirme nada, allí se presentó”.
Este año, por vez primera, no habrá lista de los más vendidos. Estos se darán a conocer pasados unos días para así, comentan desde el gremio, dar datos más fiables y contrastados. Lo más probable es que no haya demasiadas sorpresas: a los ya citados Ónega y Huerta, muy probablemente se sumen, por lo que se refiere en castellano, Javier Castillo, que ha llegado a firmar cien ejemplares en una sola hora, y Fernando Aramburu, que tuvo que adelantar su primera firma por la gran cantidad de gente que le esperaba.
En catalán, se espera que los que terminen por consagrarse como los más vendidos sean Ramón Gener y Maria Nicolau con Cremo! Sin embargo, si bien es cierto que en Sant Jordi lo comercial suele acaparar las colas más largas – se cuenta que esta mañana un escritor se levantó algo indignado al ver que, a diferencia de sus compañeros de parada, nadie había acudido a solicitarle firma alguna-, no podemos pasar por alto que en librerías como Laie, La Central o Lata Peinada encontramos un gran número de lectores que esperaban libro en mano la llegada de autores como Eduardo Mendoza -este entró en Casa del libro entre aplausos de los allí le esperaban-, Sergi Pàmies, Miqui Otero, Sara Torres, autora de la más que recomendable novela La seducción o Mónica Ojeda, que se estrenaba por primera vez en Sant Jordi y que ha firmado varios ejemplares de su excepcional Chamanes eléctricos en la fiesta del sol. También se estrenaba en Sant Jordi, Sandro Maccarrone, cuyo ensayo El infinito placer de las matemáticas se ha convertido en pocos meses en uno de los títulos más vendidos de Blackie Books. Porque más allá de los flashes, más allá de las listas, casi siempre previsibles y, a la vez, decepcionantes, hay una literatura que se abre camino a través de sus lectores que, más o menos numerosos, están ahí, aunque no siempre se ponga el foco en ellos.
No solo el centro
De la misma manera que, lejos de los autores con nombres mediáticamente ruidosos y de las filas interminables de lectores reconvertidos en fans, hay otra una literatura, lejos del centro, en los barrios hay otro Sant Jordi. No es el que suele aparecer en las fotografías de portada ni en los reportajes televisivos, pero es, muy probablemente, el Sant Jordi que mejor conserva el sentido de la fiesta: librerías de barrio y lectores habituales que se regalan libros, que buscan nuevas lecturas, que piden recomendaciones e intercambian opiniones.
Las calles de Gràcia, Sarrià o Poble Nou se llenan de paradas de rosas y de libros: no importa que no haya escritores firmando ni tampoco personajes mediáticos acaparando la atención, las paradas de estas librerías de barrio están llenas de gente. Son los lectores de siempre, aquellos para los cuales Sant Jordi es acudir a su librero de confianza y pedirle un consejo, preguntarle “¿Qué puedo leer ahora?”. Lo sabe bien Xavier Vidal, que ha convertido su librería No Llegiu en un dinamizador cultural de Poble Nou: no hay nadie en el barrio que no conozca a Vidal, no hay nadie que no sepa que para buscar un buen libro hay que pasarse por la No Llegiu. Vidal la ha convertido en el centro neurálgico de un barrio en el que no había librerías.
Primero abrió sus puertas en Poble Nou y, pocos años después, en el Clot, donde también los vecinos echaban de menos una librería en la que adquirir sus libros. No Llegiu ha celebrado Sant Jordi con sus lectores, con la gente del barrio. Lo mismo ha pasado en Gràcia, con librerías como Taifa o Casa anita, especializada en literatura infantil, o en Sarrià: su principal librería, A peu de pàgina reunía a muchos lectores en las paradas de Plaza de Sarrià, donde se congregaban mucha gente, entre la que destacaban los más pequeños que, a la salida del colegio y acompañados de sus padres, buscaban nuevos libros para sus bibliotecas.
Pequeños lectores también se reunían en torno a la parada de la Escuela italiana de Barcelona en Mayor de Sarrià. Con el objetivo de recaudar fondos para comprar nuevos títulos para la biblioteca escolar, los niños elegían qué títulos llevarse a casa entre todos aquellos que las semanas previas habían sido donados por los propios alumnos. Libros ya leídos encuentran así nuevos lectores. Porque Sant Jordi va mucho más allá de las novedades, porque Sant Jordi es el día de libro y, como dijo Umberto Eco, el libro es el mejor invento de la historia. Por esto, admite tantos usos; por esto, puede pasar por tantas manos y por esto, siempre estará ahí. Porque no hay nada mejor que abrir las páginas de un libro y perderse en ellas. Y Sant Jordi es o debería ser esto: una invitación a perderse entre libros.