Las frases se deslizan de forma suave, ondulantes, con precisión, penetrantes, con una cadencia que relaja, sin posibilidad de perder el hilo. ¿Cómo se logra eso? ¿Y cómo se consigue que todos los relatos guarden una extraña relación entre ellos? Eduardo Álvarez Tuñón (Buenos Aires, 1957) responde con celeridad: “Es un poco misterioso eso, escribo sobre historias que parecen inverosímiles, pero la gran mayoría son reales. Lo que añado es literatura, coloratura, música”, asegura el escritor. Autor de los libros de cuentos Reyes y mendigos (2005), Armas blancas (2012) y Donde la luz se pierde (2022), ha publicado también las novelas El diablo en los ojos (1994), El desencuentro (2010) y La mujer y el espejo (2016). Jurista y profesor de derecho laboral, --como profesión, aunque siempre volcado en la literatura-- Álvarez Tuñón acaba de publicar El tropiezo del tiempo (Libros del Zorzal) que deja al lector con la sensación de que ha podido paladear un concierto de música de cámara, donde todo está ajustado, donde todo lleva a una reflexión tranquila, donde todo se entiende. Por ello, el escritor señala en esta entrevista con Letra Global en Barcelona que esa es siempre su intención: “No me gusta incomodar al lector, y la vanguardia a veces incomoda. Hay que escribir para los lectores, no para los escritores. Trato de hacer una literatura que se sustente en una historia con personajes”.
El escritor desea al lector, quiere transmitirle algo, y Álvarez Tuñón lo logra con creces, porque lo mantiene atento a sus frases. Los siete relatos de El tropiezo del tiempo guardan una coherencia. Todos, salvo el último, son “historias reales”. Lo que hizo, luego, fue cambiarlos de orden, para que tuvieran esa “música”. La pregunta que surge es si hay en el mercado un exceso de literatura, un artificio que puede deslumbrar, pero que cuesta descifrar. “Trato de hacer literatura que se sustente en una historia con personajes. Uno crea realmente un personaje cuando se lo puede imaginar en otras escenas distintas, como señalaba Borges. Los míos son esencialmente reales, los he tratado, y es que me interesa atraer al lector con alguien de carne y hueso. No me agrada incomodar al lector, y la vanguardia a veces incomoda, esa escritura sin puntos ni comas, ¡la idea es escribir sin utilizar la vocal ‘e’!, que es la más empleada en lengua español. Creo que eso pudo servir, pero ya está. No es lo mío. Prefiero el cuento clásico”.
El escritor tiene una máxima. En una comunidad hispanohablante hay que entenderse sin giros excesivamente singulares. Su “argentinidad”, como él señala, es leve. “No hay una argentinidad fuerte, de hecho no me siento de otro pueblo cuando estoy en Barcelona. Tampoco en Madrid. Hay palabras que nos diferencian, como 'apuro', que en Buenos Aires es equivalente al tener prisa que se dice en España. Pero trato de evitar esas palabras. Pese a ello, a Álvarez Tuñón le encanta el ‘recién’ argentino, que se puede leer con cierta frecuencia en su libro.
¿Inspiración? Como otros escritores, --en Letra Global dio cuenta de ello David Toscana—al autor de El tropiezo del tiempo le encanta Bienvenido Bob, el cuento de Onetti. “Me gusta cómo está escrito, cómo condensa una historia, en la brevedad. El narrador ve a Bob en la caída, alguien que era ganador, lo ve con él en la barra del bar. Y tiene una frase muy dura y poética: ‘Nadie amó a mujer alguna con la fuerza con que yo amo su ruindad, su definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres’. Yo vengo de la poesía, que es la suma de las artes, como la música. Esa es la música del idioma, y trato de que esté presente en mi prosa. Y es deliberado, claro, lo trabajo para que se pueda percibir”.
Los relatos sobrecogen. El de La suerte y la noche, que transcurre en Barcelona, donde el protagonista es un joven Álvarez Tuñón, --su abuela era catalana, vecina de Las Ramblas—que se instala después de viajar desde Buenos Aires. Ese joven conoce al anciano Joan, para quien trabaja, contratado para que vigile su sueño por las noches. Y lo que aprende con él le marcará siempre. “Quise escribir sobre la relación entre la juventud extrema y la vejez extrema. Los dos están cerca de un enigma, la no existencia y la muerte. Y ese personaje vive la vejez de esa manera, con meditaciones sobre la suerte y la desgracia, que conecta como algo natural”. En el cuento, el anciano Joan se lleva al joven a garitos donde juega. Cuando gana o cuando pierde, su rostro no cambia. “No hace como los argentinos cuando ganan en el fútbol”, señala Álvarez Tuñón. La lección es que la mala suerte puede llegar en cualquier momento, y no hay que humillar a quien, en breve, pudiera ser uno mismo. Hay otras lecciones, frases que dejan helado al lector, porque son certeras, hipnóticas. El viejo juega al póker, después de toda una vida monótona como cartero, para vibrar en sus últimos días, para mirar al 'riesgo' a la cara, sabedor, sin embargo, de que no importará mucho lo que gane o pierda. No le queda gran cosa por delante. Ya lo ha hecho todo. Y siempre en su mente estará, como una aventura que sí hubiera valido la pena, la carta que escribió a una mujer, y que le iba a entregar como cartero, pero que nunca recibió, porque se mudó de domicilio.
La conversación incide en cómo escribir, en cómo conectar con un lector que tiene una gran oferta y que crece en número, pero todavía por debajo de lo que sería necesario o satisfactorio, no para el sector editorial, que también, sino para la buena salud de las sociedades en su conjunto. “Aspiro a ser subrayado, a crear una literatura que pueda ser releída, que esté cuidada. Me interesa el lector común, porque el arte debe ser para los receptores, no escribo para el resto de escritores. Prefiero emocionar que aportar”. ¿Entonces la vanguardia, el estilo, la experimentación? “La vanguardia ha producido grandes fracasos”, señala. En el último relato, el autor se permite una licencia, y es el único que no obedece a un hecho real. Es un diálogo entre el escritor y su padre, aunque éste murió cuando Eduardo Álvarez Tuñón tenía 3 años. Y ahí deja una frase que le gusta mucho: “Todo cambia en el mundo salvo el teatro de vanguardia”, fiel a esa idea de escribir para poder ser entendido, no para romper los esquemas de nadie. El diálogo entre los dos, en un teatro vacío, --su padre murió con 32 años, y quería abrirse camino como actor teatral— está lleno de emoción, entre lo que pudo haber sido, y lo que el hijo le hubiera querido preguntar.
Hay otras historias, todas reales, como la de Daniel Barenboim, el director de orquesta. ¿Pudo ser verdad? Lo es, porque Álvarez Tuñón se la escuchó personalmente a Barenboim en una recepción en Nueva York, en el consulado argentino. “Contó la historia de su abuelo y la recordé para poder escribirla, con un solo añadido y es la historia del personaje del capitán. Le di una coloratura, un juego literario, con su vida, con sus ambiciones como músico cuando se retirara. Pero lo demás es todo cierto, pasado por el filtro de la literatura”. El capitán, que tiene el poder en el barco propio de un Dios en la tierra, casa a un grupo de inmigrantes, --en el viaje entre Hamburgo y Buenos Aires--, para que puedan ser acogidos en el nuevo país. Una ley argentina, para paliar un exceso de inmigración, en determinados años, prohibía el desembarco de inmigrantes solteros. Eran 34 personas, 17 hombres y 17 mujeres. Lo que suceda lo sabrá el lector cuando supere las páginas de la historia de Álvarez Tuñón. El hecho es que el abuelo de Barenboim pudo desembarcar en Buenos Aires. El escritor lo compara con sus propios abuelos, cuando se hicieron la fotografía que todos los inmigrantes encargaban. “Los dos parecían aristócratas, mi abuelo con un libro. La foto te la daban cuatro días después, y la firmaba el fotógrafo, como una foto de autor. Y entre los dos sumaban 37 años, 19 él y 18 años ella, el gallego –por español, como dicen los argentinos-- y la catalana”.
El escritor reflexiona sobre su propia formación. Ha sido juez y fiscal en Argentina. La dedicación al mundo jurídico fue “por casualidad, porque yo quería escribir, pero mi abuela me decía que debía estudiar algo, que de joven todo parece fácil. Y lo hice y pude trabajar con la ayuda de un profesor, en tribunales. Cuando haces algo un tiempo te acaba gustando y he seguido como profesor. Siempre con una idea, de mi tía: si haces algo, lo que sea, trata de no ser mediocre. No seas ‘chanta’, me dijo, que es una palabra argentina que en España sólo se la he escuchado a Muñoz Molina, y que se identifica con el típico argentino que miente, que trata de tener una ventaja, el chanta”.
La cuestión jurídica lleva a la reflexión sobre la película 1985, sobre los juicios en Argentina a la dictadura. Álvarez Tuñón se pone firme. “Los jueces se jugaron la vida, con una sentencia que es de una gran seriedad, ecuánime, no es nada facciosa. Tenían amenazas de muerte a diario. Y no ganaban buenos sueldos. Eso es importante decirlo. Un ejecutivo me lo dijo: se están jugando la vida por muy poca plata, que es algo que siempre está muy presente en Argentina, todo es el dinero”.
¿Escribir en tiempos de Milei? ¿Dónde se plasma la ironía, cómo se juega con la literatura? ¿Quién quiere leer en tiempos de inflación galopante? “La literatura siempre se sobrepuso a todas las situaciones, aquí, en Argentina o en Francia. Pero es cierto que llegar a la gente es difícil, y el ocio se ve cautivado por lo audiovisual, competir con las series, que enganchan, es difícil”.
¿Series? La argentina El encargado ha tenido una enorme aceptación en España. Álvarez Tuñón no tiene escapatoria para hablar de ella. La historia que protagoniza el actor Guillermo Francella, el portero de un inmueble de lujo en Buenos Aires, es evocadora de muchas cosas del país. Y engancha con una circunstancia, y es que los porteros en Argentina tienen un sindicato muy fuerte, con la propiedad de medios de comunicación, como Página 12. “Si no ha habido un deterioro muy grande en el mercado laboral es por la dureza sindical, pero hay mucha corrupción. Los ‘encargados’ son como se ve ahí, tienen pactos con los propietarios cuando queda un departamento vacío. Todo lo que se muestra en la serie es verdad. El personaje de Francella es precisamente un ‘chanta’. Y el abogado, el personaje de Zambrano, es también así”.
¿España sigue siendo un referente para un escritor argentino, para un latinoamericano, en el mundo editorial? Álvarez Tuñón no tiene dudas: “Yo me siento un español de Sudamérica. Se habla de la madre patria, pero es que es así. Hay una cosa, además, de España y es que no tiene tantos vacíos como otros países, los vicios de la modernidad. Siento más la espiritualidad en España que en Estados Unidos o Francia. Y luego ha hecho cosas increíbles. Pensemos que Ferran Adrià, un cocinero, ha sido el emblema, en muchos congresos internacionales, en los últimos decenios. En momentos en el que había referencias como Eugenio Trías, por ejemplo, la imagen de España era Ferran Adrià. Yo soy un español en el exilio”.
¿Modernidad y antimodernidad? “Me pasó en Córdoba, en una Semana Santa. Cuando contraté el hotel, me dijeron que tenía un balcón con vistas a la procesión. Y me dieron un organigrama con todas las horas para poder seguirla. Lo que vi me llevó a la reflexión. Los vestidos típicos, religiosos, de la Semana Santa, y chicas al lado, tatuadas, con piercings. Pensé, ¿qué es esto? Es España, es un choque que me encanta. ¿Dónde puedo ver eso? No se ve en otro lado. Amo España, la forma en la que se vive todo, que engarzo con la historia del viejo en mi libro, la pasión, esas caídas del viejo que asustan a su hija…es forma de vivirlo todo”.
¿Y México? Barcelona sigue siendo la ciudad capital para la edición en lengua española. Álvarez Tuñón acepta el reto de hablar de México, que compite con Barcelona por ese puesto. La fascinación por México, sin embargo, es distinta. Y el escritor explica por qué. “México es el punto de unión entre España y la exhuberancia americana. Es una síntesis. México DF es peligroso, tomado por los narcos. Pero es un país maravilloso. Las ediciones de libros son ordinarias, pero son para todos, son baratos. Puedes tener de forma fácil 15.000 lectores, sin ser famoso. Hay una presencia universitaria enorme, y luego tienen cosas como la Fiesta del Grito, en la que sale todo el mundo y el presidente y los ministros. Durante un minuto y medio todos gritan y luego vuelven al trabajo”.