Aunque se le conocía como Michel Greg y firmaba su obra como Greg, a secas, este estajanovista del cómic (en su doble función de guionista y dibujante) se llamaba en realidad Michel Regnier (Ixelles, Bélgica, 1931 – Neuilly sur Seine, Francia, 1999). Y aunque la prestigiosa editorial Fleuve Noir le publicó media docena de novelas policíacas, lo suyo fue una dedicación masiva y absoluta a los tebeos. Se le recuerda principalmente por su personaje Aquiles Talón (Achille Talon, en francés), del que llegó a fabricar la friolera de 42 álbumes, pero en su faceta de guionista trabajó para un montón de dibujantes en historias de aventuras que no tenían nada que ver con el humor que distinguía las de su más famosa criatura, aquel solterón barrigudo y de enorme nariz que vivía con sus padres, tenía una novia a la que nunca veíamos, leía constantemente las Pensées de Pascal y sufría la indeseada compañía de un vecino atorrante, Hilarion Lefuneste (rebautizado en España como Funestini), cuya capacidad para sacarle de quicio era insuperable.
Greg conoció en su adolescencia en Lieja al gran André Franquin, que le echó una mano a la hora de abrirse paso en el mundo del cómic franco-belga, algo que Greg le agradecería posteriormente escribiéndole los guiones de dos álbumes de las aventuras de Spirou, el personaje más célebre de Franquin. Entre 1958 y 1977, Greg escribió para dibujantes como Paul Cuvelier, Tibet, Hermann, Eddy Paape o William Vance (su colaboración más lograda, con el héroe Bruno Brazil). En el ínterin, en 1963, alumbró a su personaje estrella, Aquiles Talón, cuyas aventuras siguen publicándose en Francia con otros guionistas y dibujantes, aunque nos las podemos ahorrar, ya que el inefable Talón dejó de existir tal como lo conocíamos cuando falleció su creador. La especialidad de Greg con su Aquiles eran las historietas de dos páginas que desarrollaban un gag, aunque el hombre llegara a publicar diecisiete aventuras largas de su peculiar antihéroe, que, sin estar mal, les sucedía un poco lo mismo que a los largometrajes de Mr. Bean, pues ambos personajes funcionaban mejor en el formato breve. Versión previa y amable del Larry David de Curb your enthusiasm, Aquiles Talón solo aspira a que el mundo le deje vivir en paz, pero eso no es fácil cuando vives al lado de un atorrante como Funestini, con el que nuestro héroe mantiene una extraña relación de cierta amistad y odio sarraceno. Su padre, que atiende por Alambic, está chupando cervezas permanentemente y Aquiles siempre se refiere a él con la redundante expresión Mon papa a moi. En esta serie rica en latiguillos, cada vez que Aquiles cree haber derrotado moralmente a su vecino, termina su jeremiada contra él con la fórmula Et toc, tras la que, al parecer, no hay nada más que añadir (lo cual no impide que Funestini vuelva a hacerle la puñeta en cuanto puede).
Además de escribir y dibujar, Greg tuvo también cargos editoriales. Entre 1965 y 1974, aún en Bélgica, fue redactor jefe de Le Journal de Tintin, para pasar posteriormente, ya en Francia, a director literario de la editorial Dargaud, para la que ejercería también de delegado en Estados Unidos. La popularidad de su personaje principal condujo a la publicación del Achille Talon Magazine, pero la revista chapó al cabo de seis números. A finales de los años 50, nuestro hombre escribió los guiones de dos álbumes de Tintin (Hergé pasaba por una crisis creativa tras el divorcio de su primera esposa), Les Pilules y Tintin et le thermozéro, que nunca fueron dibujados por Hergé aunque le gustaron: simplemente, no se sentía cómodo en el corsé de un guion ajeno o que no partía de una idea suya.
En 1995, Greg se queda viudo y entra a su vez en una fase depresiva que, según quienes lo conocieron, le duró hasta su propio fallecimiento en 1999. Excelente humorista (menos amable de lo que aparentaba), eficaz guionista del género de aventuras y hombre de despacho para revistas y editoriales, nuestro héroe dedicó toda su vida a los comics y ha pasado a la historia -injustamente, en mi opinión- como un autor menor, por mucho que produjera. Yo siempre he sentido una extraña debilidad por Aquiles Talón y, sobre todo, por Funestini, tocapelotas ejemplar y vecino infernal de ese apacible gordinflón que solo aspiraba a que le dejaran releer en paz a su admirado Pascal. Y sé que al amigo Perich, al que le tocó traducirlo para Bruguera, se lo pasaba asimismo muy bien con él. Quienes no conozcan al bueno de Aquiles, pueden recurrir a las reediciones publicadas no hace mucho por el librero barcelonés Albert Mestres a través de su editorial, Trilita.