La Alemania de la inflación

La Alemania de la inflación DANIEL ROSELL

Letras

Josep Pla en la Alemania caótica de la inflación

Las crónicas del gran prosista catalán, escritas desde el Berlín anterior al nazismo, donde vivió una bohemia de cafés y señoritas, publicadas por Destino, son un ejemplo de periodismo ancien régime con mayúsculas

15 marzo, 2024 18:28

El hambre está mejor organizada en Alemania, pero en el fondo es igual”. No cabe mayor solidez que se sustenta en una frase sencilla. En una de ellas puede condensarse toda la vocación de exactitud y rigor del periodismo, ese viejo arte en extinción. Al juzgar las más de 30.000 páginas de las obras completas de Josep Pla i Casadevall (1897-1981), el mejor prosista catalán de todos los tiempos y uno de los referentes de la edad de plata del periodismo español, se mantiene una extraña costumbre, convertida en un vicio recurrente. Consiste en ponderar superlativamente la calidad de sus dietarios y libros memorialísticos –especialmente El cuaderno gris– al tiempo que se coloca en una división distinta (en apariencia algo inferior) los libros hechos mediante la adición o la selección de sus artículos para los periódicos. 

El fenómeno no deja de ser curioso, como también lo es que en el memorialismo de Pla –como ya apuntó Gabriel Ferrater, de profesión poeta suicidala realidad cotidiana adquiera la condición de asunto principal sin que su autor incurra en ningún instante en la narración abierta y franca de su intimidad. Tan increíble como cierto. Son las maravillas de un escritor que para ocultarse –es célebre el sentido del ridículo que profesaba el autor de los Homenots– eligió ese procedimiento (infalible) que consiste en hacernos creer que va a contarnos toda la verdad.

El joven reportero Josep Pla en París

El joven reportero Josep Pla en París

La distinción entre ambos registros –el memorialístico y el periodístico– es del todo punto injusta. El Pla que escribe sobre la realidad exterior –blindando así su mundo interior de las miradas aviesas– es uno de los escritores más dotados de su momentum histórico, junto al sevillano Manuel Chaves Nogales, al gallego Julio Camba y al vasco Baroja, con los que forma el santísimo cuarteto de los grandes escritores (escépticos) de periódicos. 

Pla es un prosista portentoso, dotado de un talento nada común para hacer libros donde no existe principio, nudo ni desenlace, porque la vida real tampoco tiene ninguna de estas tres cosas. Sin esfuerzo aparente, es capaz de crear esa prodigiosa sensación de naturalidad hecha a base de una hábil táctica de ocultación retórica. Antes de encerrarse en la masía de Llofriu y sustituir el borsalino por la boina fue un periodista capaz de condensar en tres cuartillas –el periodismo es un arte bastardo, sine nobilitate– la atmósfera de un instante o el espíritu de una época. Sin necesidad de alardes o ponerse estupendo. 

'La inflación alemana. Crónicas 1923-1924'

'La inflación alemana. Crónicas 1923-1924' DESTINO

En el fondo, la cosas son bastante sencillas: ¿de qué diablos va a estar hecha la obra de un escritor de periódicos sino de artículos, crónicas, reportajes y entrevistas? ¿Acaso es inferior una prosa basada en los hechos y las impresiones, en el prosaísmo en definitiva, que otra dedicada a la fabulación? Y si se piensa que sí, ¿por qué? La prueba de que el periodismo –que no es lo mismo que la información, que únicamente es el material con el que un periodista trabaja– puede ser literatura de rango mayor la encontramos en La inflacción alemana. Crónicas 1923-1924 (Destino), una selección –hecha por Xavier Pla– de los artículos, notas y comentarios escritos desde el Berlín anterior al ascenso del nazismo para el diario La Publicitat. 

Se trata de un libro extraordinario. Por momentos, excelente. No tanto por el friso histórico que refleja –los acusados contrastes sociales en una Alemania con menos de un siglo de historia como nación, en crisis por la inflación y humillada por las condiciones impuestas en Tratado de Versalles– sino por la habilidad de Pla para sintetizar en una crónica subjetiva, con la engañosa apariencia de estar escrita a vuela pluma, todo lo que identifica el periodismo ancien régime. La edición de Destino, cuyo nombre está unido a la memoria escritor ampurdanés, que cada semana vertía sus artículos en su Calendario sin fechas, y que se refugió al lado de Vergès tras su fallido asalto a la dirección del La Vanguardia, reúne casi noventa artículos concebidos sobre el terreno. En Berlín, en el Munich del Putsch y en la cuenca minera del Ruhr, ocupada por Francia y Bélgica para garantizarse las sanciones de de Versalles. 

Josep Pla

Josep Pla DANIEL ROSELL

En estas crónicas siempre está presente la catástrofe de la inflación de entreguerras, que de un día para otro hizo de Alemania un país donde se podía vivir con muy poco dinero –siempre que se poseyeran divisas– a convertirse en la nación más cara del mundo. Donde un libro era un objeto de lujo y tomar un café costaba millones. El primer plano de los artículos de Pla versan acerca de las consecuencias de la depreciación del marco. Pero aún mejor es el trasfondo del relato: lo que el escritor catalán describe en estos artículos –escribía entre tres y cuatro a la semana, servidos según las inquietudes del lector de Barcelona– es el cuadro social convulso e infernal, lleno de patetismo, que se impone cuando en una civilización el dinero –y por tanto las cosas y también las personas– deja de tener el valor convenido por todos. 

La impresión que causó la crisis económica de esos años en Alemania, mientras en España el general Primo de Rivera consumaba el golpe de Estado tolerado por Alfonso XIII, que precipitó el ocaso de la Restauración, le duraría toda la vida. Pla tenía veintiséis años cuando vivió el súbito hundimiento alemán. No lo olvidaría nunca, hasta el punto de establecer una equivalencia directa entre la inflación y el ocaso de la moral. Alemania vivía el colapso de la República de Weimar. Berlín, al contrario que París, donde el escritor catalán empezaría su Grand Tour como corresponsal europeo, era la ciudad moderna por excelencia. 

Aly Herscovitz

Aly Herscovitz

Todo parecía prometedor para un Pla joven y suelto que, gracias al jornal que le enviaba regularmente La Publicitat, invitaba a cenar a las señoritas –entre ellas, a la enigmática Aly Herscovitz, sobre la que Xavier Pericay et alii ha publicado en Athenaica una ejemplar investigación: Cenizas de la vida europea de Josep Pla– y vivía una bohemia abrupta con Eugeni Xammar, instalado en la capital del Reich como corresponsal de La Veu de Catalunya, el periódico de la Lliga Regionalista de Cambó. Al margen de los episodios de vida galante, obviamente ausentes de los artículos que enviaba a Barcelona y a Mallorca, donde El Día, propiedad de Juan March, tenía sindicada muchas de sus notas, lo que se encuentra Pla en Alemania es uno de esos momentos en los que la Historia con mayúsculas cae con todo su peso sobre la gente (minúscula). 

La depreciación del marco, que comenzó con la Gran Guerra, alcanzó tal extremo que hizo peligrar la frágil unidad de una nación dividida entre el pulso entre Prusia aristocrática e industrial y la Baviera monárquica y agraria. Un país, entonces todavía relativamente joven, que había visto caer el imperio austriaco y la implosión de otomano y que, tras su derrota en la guerra de 1914, había perdido territorio, recursos económicos y hasta la fe en sí mismo. Una encrucijada histórica –explicada por Josep María Fradera en un prólogo colosal– de la que Pla, sin huir de lo oficial (los políticos, la posición de los industriales, el hundimiento de la clase media) lo que traslada a sus lectores es la experiencia del ciudadano común, sumido en el asombro de una situación donde debe robar –y a su vez es robado–, en la que la violencia política se ha convertido en un hecho habitual, donde el nacionalismo (indignado) focaliza la frustración patriótica sobre los judíos y va emergiendo la amenazante sombra del nazismo, entonces un actor todavía secundario, en el desbarajuste político, cargado de demagogia y arbitrariedad. 

'Viaje a Rusia'

'Viaje a Rusia' DESTINO

La mirada de Pla, sensual, inteligente, observadora, caza al vuelo el pálpito del momento, combinando lo prosaico con las referencias obligadas a la situación internacional: el anhelo francés de desarticular la Alemania de Bismarck, para dominar el continente, la eterna actitud insular de Inglaterra, y la amenaza de extensión de la Revolución rusa, una vez hundida la dinastía de los Romanov, hacia el resto de Europa. De esta última cuestión Pla, que no visitaría la Unión Soviética –con Eugeni Xammar– hasta 1925, y de cuyos escritos sí hizo un libro (Viaje a Rusia, Destino) hablaba de oídas, alimentado por lo que leía en la prensa francesa y la creciente movilización sindical de la antigua Prusia. 

En la Alemania de los años veinte colisionaron una civilización burguesa y el obrerismo socialdemócrata. Lo que en realidad estaba feneciendo en aquel Berlín febril, de cabarets y suicidios, era la cosmovisión de Europa procedente de las guerras napoleónicas. Una política radicalizada, con tendencia hacia los extremismos, alimentada por el deterioro económico, que convertía en mendigos a los patricios y dejaba sin referencias a toda la sociedad, mientras los especuladores y los buscavidas sin escrúpulos, se enriquecían. La habilidad de Pla, cuya experiencia como periodista era entonces escasa, es condensar toda esta espiral de contradicciones en imágenes y escenas memorables, que expresan, mucho mejor que cualquier estadística, lo que estaba ocurriendo. 

Los conspirsadores del Putsch de Munich antes del juicio

Los conspirsadores del Putsch de Munich antes del juicio HEINRICH HOFFMANN

Colas de antiguos burgueses esperando un cuenco de sopa. Un Berlín lleno de banqueros donde un asiento en un teatro vale lo mismo que un kilo de patatas. Masas desesperadas en busca de su Mussolini –sería Adolf Hitler, un hombre con gabardina y una cruz (gamada) en la solapa, con el que el dúo Xammar/Pla tuvieron un breve encuentro–, la extensión del antisemitismo entre las clases populares, las piezas de pan a 200 marcos, la evaporación de los ahorros de toda una vida, el izquierdismo siniestro, los entierros donde los ataúdes se alquilan para cubrir las necesidades mortuorias de varios difuntos, las tiendas de anticuarios, llenas con los anhelos de una clase media que ya no tenía para comer, los prestamistas sin escrúpulos, el estraperlo –que en España no se conocería hasta dos décadas más tarde– la agonía de un país sin orden, donde el comercio es inviable, los cancilleres descabezados al ritmo que marca el encarecimiento del dólar, las mesdames que alquilan los cuartos de sus mansiones a familias y parejas encendidas, calles sin coches, tranvías sin pasajeros, restaurantes inaccesibles, gente que camina sonámbula por la calle porque no tiene dinero para cenar, sobreprecios, un comunismo en ebullición y la pérdida de la esperanza. El infierno moderno de hace un siglo exacto. 

Pla abandonaría Berlín después de dos años para regresar a París, convertido en un conservador irremediable, un hombre escéptico ante la condición humana y un declarado individualista de convicción y destino. Nueve meses más tarde, Hitler saldría de prisión. Tardaría casi una década en convertirse –gracias al apoyo popular de unas masas hambrientas, encendidas de ira y delirantes– en el canciller de la nueva Germania. El resto es Historia.