Peculiares, excéntricos, caprichosos, locuaces, y divertidos y tal vez odiosos, pero siempre libres. Existió una Inglaterra, la Little England que citaba Josep Pla, digna de admiración. Una época, la Imperial británica, con muchas sombras, pero también capaz de producir una serie de personajes únicos que han marcado huella. Dos ellos mantuvieron una gran amistad, y marcaron trayectorias profesionales: Virginia Wolf, la escritora todavía idolatrada, la autora de Orlando –tan moderna ayer como hoy-- y Lytton Strachey, el historiador, o, mejor, el maestro de biografías, capaz de deslumbrar al lector de 2024 con su enorme obra sobre La reina Victoria, recomendable para los amantes de la política inglesa y para los que disfrutan desmenuzando los asuntos particulares desde el agujero de una cerradura. Los dos se respetaban y se querían, y los dos participaban en el deslumbrante Círculo de Bloomsbury. Y Virginia y Lytton se escribían cartas, algo que ahora sí está en desuso. Producto de ello es 600 libros desde que te conocí (Jus Ediciones-Malpaso), con la traducción de Socorro Giménez. La agudeza está siempre presente, la inteligencia y la mala baba. Porque, ¿también esa actitud ante la vida debe ser ‘cancelada’ en beneficio de lo políticamente correcto?
Esa mala baba, la necesidad de apuntar cuando se cree necesario, sin tapujos, sin cautelas, caracterizó al Círculo de Bloomsbury, un grupo de amigos artistas, pintores, literatos y…economistas que no ha sido superado, precisamente, por la libertad que llegaron a exhibir. Siempre con la filosofía de G.H.Moore por bandera, con su obra Principia Ethica, el grupo mantenía reuniones periódicas en el barrio de Londres, pero el trabajo de cada uno los dispersaba. Leían en voz alta, bromeaban y tomaban el té, claro. Pero, ¿quién estaba por ahí? Virgina Wolf, Lytton Strachey, Roger Fry, E.M. Foster, Clive Bell, Duncan Grant, Dora Carrington, Bertrand Rusell y nada menos que John Maynard Keynes, el padre de la macroeconomía, tal y como la entendemos hoy.
La primera edición de estas cartas entre Wolf y Strachey vio la luz en 1956. Era la correspondencia mantenida a lo largo de 25 años, entre 1906 y 1931. Pero fue censurada, porque el marido de Virginia, el editor Leonard Woolf y el hermano de Lytton Strachey, James, no querían herir las sensibilidades de muchas de las personas que aparecían en esas misivas. Las mentes afiladas producían satisfacción, sí, pero no eran benévolas con algunos personajes, como la aristócrata lady Ottoline Morrell. La editorial Jus publicó las cartas sin censura en 2017, y ahora llega una segunda edición, de 2023, publicada por Malpaso, que adquirió la mexicana Jus.
Hay comentarios jocosos, cuestiones cotidianas, --el té siempre presente—y también pistas sobre la propia vida íntima de los personajes. En 1912, la autora de La señora Dalloway, viajó a España para disfrutar de la luna de miel con su marido Leonard. Estuvieron en Tarragona. Y Virginia se explaya: “El filete se ha convertido en carne de cordero, pollo o perdiz. Si ahora me dieras cerdo apenas podría distinguirlo”, le espeta a Lytton. Y añade con toda la mala leche del mundo, marcando las distancias entre esa Inglaterra impoluta --la de los 'Apóstoles' de Bloomsbury-- y la España de la época: “Si te digo que el cuarto de baño que está frente a nuestra habitación no ha sido vaciado en tres días, y que es posible distinguir allí las evacuaciones de cristianos, judíos, latinos y sajones, ya podrás imaginarte el resto”. Y la finura siempre presente: “Varias veces, los asuntos propios de la cama han resultado interrumpidos por los mosquitos”.
Los Woolf leen. También Strachey. A todas horas. Siempre hay oportunidades. “Leí tres novelas en dos días, y Leonard fue tras el Cuento de Viejas (novela de Arnold Bennet) como un gatito que se persigue la cola. Luego de esta vertiginosa carrera, ahora me he sumergido de lleno en Crime et Châtiment (Crimen y Castigo); cincuenta páginas antes del té, y veo que sólo son ochocientas, así que acabaré prontísimo. Ya es evidente que se trata del mayor escritor que haya existido jamás”. Nótese la capacidad lectora. ¿Sólo ochocientas páginas?
La relación es de amistad, de complicidad. La correspondencia versa sobre literatura, sobre las relaciones con terceras personas y la voluntad de crear, de mejorar en sus respectivas carreras. Y siempre hay un momento para lanzar un dardo envenenado. Strachey, desde Hampstead, en febrero de 1917, se deja ir: “Esa horrible mujer, lady O. Morrell, me escribe lo siguiente: ‘¿Le parece que yo podría escribirle a Virginia y preguntarle si puede conseguir el libro de Sasson (poeta herido en la I Guerra Mundial, autor de The Old Huntsman and Other Poems), y hacer una reseña amable de él? Creo que, si él escuchase que su trabajo ‘promete’, eso podría darle deseos de vivir, de hacer cosas en el futuro. Todo es espantoso y apenas puede soportarlo. ¿Sería mejor asesinar a Lloyd George’ (Primer ministro de la época)” (…) “Dime qué piensas, para que pueda darle alguna respuesta a esta criatura, que, me parece, está ahora en las últimas: infinitamente vieja, enferma, deprimida y malhumorada. Pronto se hundirá en algún asilo para ancianos donde la alimentarán con nueces y le permitirán recibir visitas (en la cama)”. La carta finaliza con una propuesta: “¿Quieres que vaya a tomar el té contigo el domingo? ¿Con o sin Carrington?”
El lector pasa las páginas complacido. Sabe que se trata de una correspondencia privada, y que los asuntos, en muchos casos, no pasan de un comentario sobre el tiempo, las dolencias de cada uno y las impresiones sobre los amigos y conocidos. Pero también recorre una parte sustancial de la creación literaria inglesa, con dos referentes que lo serían para siempre. Strachey, con su espesa barba, sería el gran reformador del género biográfico, con sus Victorianos eminentes. En las cartas, Virginia Wolf le anima a seguir, a buscar la casi ya alcanzada perfección. Y la propia Wolf, con sus reseñas sobre grandes obras y con comentarios sobre sus lecturas, ofrece la visión de una escritora que ha dejado obras como Al faro, o El cuarto de Jacob.
Por una rendija, recorremos 25 años que fueron determinantes en la historia europea. ¿Eran dos personajes casi aristocráticos, puntillosos, muy distantes? Protagonizaron, en cualquier caso, uno de los momentos de mayor creatividad en el Reino Unido, siempre libres, poco apegados a la oficialidad, con ideas propias, en particular sobre el sexo. Libertad, creación, amistad y fieles a G.H. Moore, con su definición sobre ‘bueno’ y ‘lo bueno’. Lo bueno es esa relación de respeto, cariño y admiración entre Woolf y Strachey, sin olvidar la necesaria mala baba.