De afuera a adentro, así acaba de evolucionar la narrativa de Manuela Buriel, que también se ha llamado o sigue llamándose Colectivo Juan de Madre, mientras siguen siendo relativamente pocos los que conocemos su denominación administrativa en el Registro Civil, respecto a su entrega anterior, Lo danzante (2021), que también publicó Aristas Martínez. Su nueva novela se titula De la luz negra, y en lugar de haber sido concebida desde una especie de atalaya metafísica o alienígena que permitía una perspectiva vuillardesca y anarquizante, Buriel se centra en una distopía laboral multinivel mucho más introspectiva.
En una de sus mejores novelas, Voces, Ursula K. Le Guin contaba la historia de una Ciudad-Estado cuya cultura estaba basada en el culto a los libros. Invadida por un pueblo militarista y fanático, a los habitantes de Ansul les prohíben leer y sus bibliotecas son lanzadas al agua o quemadas para salvaguardar la pureza pública de la ciudad. Como en Calcolom, uno de los ámbitos distópicos que imagina Buriel, las obreras también son obligadas a abandonar sus cultos fluviales para abrazar la religión del Fuego, es decir, la Producción y la Inquisición, desde un punto de vista simbólico.
De la luz negra también es un texto emparentado con Las mil y una noches y La Historia interminable, también habla del irrefrenable impulso de leer y compartir palabras, también habla de la masonería implícita que se ha tejido entre lectores enfermos de todo el mundo, ya que en realidad es el instinto mismo de la respiración lo que nos lleva a sumergirnos en la lectura desatada y vertiginosa, y para estudiarlo se sirve de un protagonista que lee una distopía laboral parecida a Nosotros, de Zamiatin, pero en versión catalana, mientras habita él mismo otra distopía laboral.
El horror en las colonias textiles catalanas
Lucio, el protagonista de esta novela de novelas, tuvo que huir de España tras quedarse sin trabajo en aquella edad en la que nuestro país deja de considerar productivos a sus trabajadores para dejarlos en la cuneta de la historia. Lucio acepta un puesto oscurísimo en un parque eólico de la ciudad de Fez, y sobrevive a base de la marihuana que le alivia los dolores de huesos y los enigmáticos libros que compone en castellano su librera Azucena. Lucio va desenvolviéndose como puede en esta Fez futurista y retrotecnológica que le va consumiendo, en un proceso introspectivo cada vez más visionario y alegórico.
Azucena le ha regalado a Lucio, que malvive en condiciones penosas, tres volúmenes artesanales: la biografía de Marsha P. Johnson, una prostituta santa, trans y tolstoyana, machacada por la sociedad policial norteamericana, un poemario de inspiración místico-sufí y franciscana y una novela que refleja con tintes expresionistas y surrealistas el horror de la vida cotidiana en las colonias textiles catalanas, como las de las cuencas de los ríos Ter y Llobregat, que hoy han sido museizadas y pueden ser visitadas sin demasiado problema. A medida que avanza la narración, los tres libros se van trenzando entre ellos y también con la propia vida de Lucio, condenado a sustituir a los robots que quedan inservibles en la instalación para la que trabaja.
Lucidez peligrosa
Yo no sé si la literatura española o hispanocatalana o catalanocastellana actual es mejor o peor que la de hace veinte años: me interesa poco esta cuestión. Lo que sí noto es cierto miedo a incomodar, prevenciones a la hora de molestar, explorar o desarrollar temas de conciencia desde una postura ética poco inclinada al postureo cortesano. Lo que sí sé es que los libros de Manuela Buriel están totalmente exentos de este miedo que lastra tantos títulos frustrados que se lanzan a las mesas de novedades para contar con mucha asepsia lo que se supone que debemos pensar sin ofender a nadie. A Manuela no le da miedo señalar la barbarie laboral, o el derecho a la cultura que le es negada a los marginados, así como tampoco nos miente sobre la verdadera naturaleza de lo que es hoy Internet; un enorme y monetizado cementerio de datos cadavéricos que podemos recorrer como si fuera un laberinto de información abandonada por una civilización cada vez menos humana y pensante. Manuela Buriel es una libertaria sexual y obrera auténtica: no intenta dictarte cómo has de pensar sino que te presenta de un modo visceral cómo es su mundo de esfínteres, contraculturas, retretes comunicantes y sueños reveladores. Es un vanguardista auténtico, un neopopularista complejo y leal a todos los potenciales subversivos.
Los itinerarios de Lucio por el internet ruinoso me hicieron pensar en una frase de Agustín Fernández Mallo, preocupado por el cadáver digital que algunas empresas han urdido de nosotros mismos con datos estadísticos sin nuestro permiso, y que es una excrecencia nuestra vulgarizada y caricaturizada, exprimida y abandonada luego cuando ha dejado de producir zumo dorado. Abandonada a nichos que son tumbas digitales sin acceso al olvido, palpitaciones de muerte silícea en un universo frío.
Es oscuro y luminoso a la vez este Fez descrito por Manuela Buriel. Oscuro por su periferia retrotecnológica, luminoso por su cultura viva y sus corrientes de agua putrefacta. Son muy reales estas aventuras lectoras de Lucio, porque Manuela comprende que el lector se incomoda y agita en mares tormentosos de pensamiento: leer no es inocuo ni neutro, es un acto de lucidez peligrosa, emparentado con el sexo. Por eso Lucio le exige a una prostituta que le penetre con un condón lleno de letras. Ha entendido perfectamente lo que arriesgan los aún lectores, como los ciudadanos de la ciudad de Ansul, que se juegan su encaje en una sociedad violenta e idiótica si se dejan llevar por las verdades incómodas de las grandes obras, las que mueven a la agitación y a la búsqueda de la autenticidad.