Cada vez que me cruzo con Josep Maria Beà (Barcelona, 1942) –algo que no sucede con la frecuencia que uno desearía-, pienso en el desopilante cómico de micrófono que ha perdido el mundo de la stand up comedy española. Beà parece estar siempre de buen humor (nunca lo he visto contrariado), gasta una conversación amena y estimulante y brilla especialmente en los comentarios hilarantes, que suele acompañar de una gestualidad muy eficaz que complementa a la perfección la historia que te está contando. Digámoslo claro: el gran Beà es uno de los tipos más divertidos que he conocido en mi vida (y suele ir acompañado de su esposa, Mariana Bellido, un encanto de mujer que parece seguir tan enamorada de su marido como el primer día).
Si hay algo mejor que leer Los profesionales, de Carlos Giménez, es escuchar a Beà contando las mismas historias (y muchas otras) de lo que sucedía en Selecciones Ilustradas. Con el debido respeto al señor Giménez, las narraciones orales de Beà, fugaces e intangibles, resultan mucho más tronchantes y deberían ser consideradas patrimonio inmaterial de la humanidad. Beà sabe de lo que habla: entró en la agencia de Filstrup (también conocido como Josep Toutain) a los quince años, tras haberse fogueado con los tebeos en la infancia, gracias al quiosco de la esquina de su casa, donde adquiría cada semana las aventuras de sus héroes favoritos, el Capitán Marvel, de C.C. Beck y El inspector Dan de la Patrulla Volante, de Eugenio Giner (Ortells, Castellón, 1924 – Premià de Dalt, Barcelona, 1994). Allí lo tuvieron ejerciendo de pequeño becario hasta que le permitieron dibujar su primera serie, Johnny Galaxia (1959 – 1961), trabajo que compatibilizaba con sus labores de guitarrista en el grupo de rock Los Dálmatas, cuyo cantante era otro miembro de la escudería Filstrup, Pepe González (nunca llegaron más allá de la Costa Brava, donde fueron bastante populares durante cierto tiempo).
En 1965, nuestro hombre se traslada a París, donde se tira tres años flirteando con la pintura y descubriendo la obra de Francis Bacon y Max Ernst (cuyo peculiar estilo le sería muy útil posteriormente en su condición de historietista). De regreso a Barcelona, vuelve a Selecciones Ilustradas, trabajando para el extranjero, y colabora en la efímera revista Drácula (que empezó muy bien como antología de relatos breves, hasta que la editorial, Buru Lan, la utilizó para reciclar en color y a lo grande la serie de Carlos Giménez Delta 99 y la de Esteban Maroto Cinco por Infinito. En Drácula publicó las andanzas de Sir Leo, escritas por nuestro común amigo Luis Vigil, que en paz descanse, quien también le ofreció hacer ilustraciones en su revista dedicada a la fantasía y la ciencia ficción Nueva Dimensión. Yo diría que Sir Leo es el comienzo del genuino Beà, el autor que luego crearía, para Jim Warren, The tales of Peter Hypnos (1976) y para el Toutain de la revista Comix Internacional la que me sigue pareciendo a día de hoy su obra maestra, Historias de Taberna Galáctica (publicadas en álbum tres veces, en 1981, 2002 y 2016). Ciencia ficción con un extraño humor subterráneo, Historias de Taberna Galáctica es un compendio de aventuras fantásticas y a menudo extravagantes con las que Beà demostró de forma definitiva que tenía un mundo propio y que ese mundo era, como diría el difunto progenitor de Julio Iglesias, raro, raro. Historias de Taberna Galáctica funcionó tan bien a nivel internacional que estuvo a punto de convertirse en una serie de televisión con participación norteamericana que, lamentablemente, nunca llegó a buen puerto.
Junto a colegas como Carlos Giménez, Luís García, Alfonso Font y Adolfo Usero, Beà fundó en 1982 –en pleno boom de las revistas de comics en España- el mensual Rambla, que tuvo una vida complicada y breve que, ante las deserciones de dibujantes, obligó a Beà a inventarse a una serie de alter egos (con un estilo que no tenía nada que ver con el suyo) para poder llenar páginas: el más trabajador era el inexistente Sánchez Zamora, pero había otros para el humor y hasta un supuesto dúo, Las Parcas, que optaba por una ilustración fotográfica en la línea de Enric Sió o el citado Luis García.
parentemente desmotivado por la historieta y animado por su amigo Andreu Martín, Beà publicó en los años 90 (editorial Anaya) unas cuantas novelas juveniles de temática fantástica, como Andar entre las estrellas (1994) o Más allá de la luz (1996). En el 2003 recibió el Gran Premio del Salón del Comic de Barcelona, cuando ya había iniciado su retirada del medio, cuyos motivos a mí nunca me han quedado claros, aunque nunca me atrevo a preguntárselo cuando me lo cruzo porque prefiero disfrutar de su conversación, de sus tronchantes historias y de su tendencia natural a la gansada, que es algo que aprecio mucho y que yo, modestamente, también practico.
La verdad es que hace años que no sé muy bien a qué se dedica el amigo Beà, aparte de asistir complacido a la reedición de sus propias y excelentes obras, que hacen de él, en mi opinión, uno de los autores más interesantes y originales de toda la historia del tebeo español. Por las fotos que cuelga Marian en su cuenta de Facebook, la feliz pareja se lo pasa muy bien comiendo con amigos o dando paseos por la playa, lo cual me parece muy bien: se han ganado ambas cosas a pulso.