Uno de los tipos que más me ha hecho reír en el mundo de la historieta es prácticamente desconocido en España, donde su obra se ha publicado habitualmente tarde, mal y de manera esporádica. Me refiero al francés Marcel Gotlib (París, 1934 – Le Vésinet, 2016), cuyo auténtico nombre, como hijo de emigrantes rumanos y judíos, era Marcel Mordekhai Gottlieb (apellido que, traducido literalmente del alemán, significa Amor de Dios). Al natural, curiosamente, no resultaba tan hilarante, como pudimos comprobar Joan Navarro y yo a mediados de los años 70 cuando lo entrevistamos para un número del boletín del Club de Amigos de la Historieta: no era un tipo desagradable, pero sí un tanto adusto, no sé si de natural o si por verse obligado a dar conversación a dos fans pipiolos que le estaban haciendo perder el tiempo para hablar de él en un opúsculo que leían cuatro chiflados que se reunían en el bar Velódromo de Barcelona para montar unas cacofonías a base de monólogos del modelo Cada loco con su tema.
O quizás reservaba su vis cómica para su obra, que empezó dirigiéndose a los niños (las aventuras del perro filósofo Gai-Luron), continuó enfocada al público en general (La rubrique a brac, en Pilote) y se adentró por los procelosos terrenos del sexo, la escatología y el autoanálisis psicológico (en las revistas L´echo des savanes y Fluide glacial), antes de acabarse bruscamente en 1980, cuando el autor, por motivos que nunca han quedado claros, decide dejar de dibujar. De mi charla con él recuerdo una cierta impresión de hallarme ante un hombre un tanto atormentado que había encontrado en el humor una vía de escape: no sería de extrañar si tenemos en cuenta que su padre fue eliminado por los nazis y que él pasó una gran parte de su infancia en un orfelinato.
En cualquier caso, el Gotlib dibujante fue siempre un sujeto tronchante. Yo lo descubrí en Pilote con la serie Les dingodossiers (traducción aproximada: Los informes chiflados), escrita por el gran René Goscinny, que era también quien lo había fichado para su revista. Serie de comentarios cómicos sobre fenómenos de la actualidad, Les dingodossiers fue como un banco de pruebas para que el joven Marcel pudiera alumbrar, en 1968, La rubrique a brac (intraducible juego de palabras entre una sección periodística y un mercadillo de objetos variopintos), que era lo primero que me leía cuando compraba Pilote (luego me hice con todas las recopilaciones en álbum).
Ampliando el objetivo de Les dingodossiers, La rubrique a brac podía abordar cualquier tema, época o asunto, siempre desde una óptica de humor salvaje que debía bastante a la escuela de la revista norteamericana Mad (no es de extrañar que a nuestro hombre le concediera en 1972 el premio Mad la norteamericana National Cartoonist Society) y en la que siempre se acababa colando, como personaje recurrente, Isaac Newton, extraño héroe de una odisea humorística muy bestia y, en el fondo, muy judía.
Como a otros colegas de su generación, a Gotlib lo atrapó el espíritu post mayo del 68 y se sublevó contra su ex guionista y benefactor, René Goscinny, largándose de Pilote y creando revistas en las que se pudiera expresar más libremente, como L´echo des savanes (lanzada en 1972, a medias con Claire Bretecher y Nikyta Mandrika) o Fluide glacial (1975, donde creó a sus peculiares anti héroes Super Dupont, ridículo súper héroe francés con boina, pantuflas y baguette bajo el brazo, o Pervers pepere, un viejo rijoso asaz repugnante permanente obsesionado con el sexo).
La obsesión por el sexo fue, de hecho, lo que más nos quedó claro de Gotlib en su vida post Pilote: sus historias para L´echo des savanes eran guarras no, lo siguiente, lo cual nos pilló un poco por sorpresa a los seguidores de La rubrique a brac: más que historietas de humor, parecían sesiones de psicoanálisis protagonizadas por el dibujante. Esta fase le duró un tiempo, hasta que regresó al humor salvaje de toda la vida con Super Dupont y Pervers pepere. No sé por qué se jubiló en 1980, con 46 años de edad y tras acumular diversas distinciones (entre ellas, la de Chevalier des Arts et des Lettres en 1975 o el Gran Premio del Salón de Angulema en 1991).
Su base de fans en España fue siempre escasa, y a veces pienso que se reducía a mí mismo y algunos amigos, que lo encontrábamos genial y a los que nos había provocado unas carcajadas que le agradeceríamos toda la vida. TBO repescó parte de Les dingodossiers, y otras muestras de su obra aparecieron, desperdigadas, en publicaciones como Star, Mata Ratos (cuando lo llevaba mi difunto amigo Tom Roca), El Víbora o Bésame mucho (en este caso, creo recordar que en la época en que yo ejercí de redactor en jefe).
Hoy día, casi nadie se acuerda de Marcel Gotlib en nuestro país, aunque también es verdad que no se le hizo mucho caso en sus años de esplendor. Pero los que disfrutamos de su humor judío, bestia y salvaje siempre lo tendremos presente en nuestros corazones por los saludables ataques de risa que nos provocó cuando, probablemente, más los necesitábamos.