Me da miedo Álvaro Cortina. Finge que es muy normal, le leo comentarios a libros de filosofía en El Cultural, que son textos serenos y sensatos, pero luego cuando leo sus libros me parece que es un sujeto extrañísimo y potencialmente peligroso. ¡Y qué más quiero yo que autores peligrosos!
“En novela, hace tiempo que nada me hacía disfrutar tanto como Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta (Jekyll&Jill). Narración a cuatro voces que nace entre los hielos y acaba en otro planeta, pertenece al género fantástico pero no rehúye el terror, la sátira, el debate teológico y el relato de aventuras. En algunos momentos, en su etapa final, me recordó Cántico por San Leibowitz, de Walter M. Miller, uno de mis clásicos preferidos de la ciencia-ficción. Maneja una bien dosificada erudición tanto literaria como filosófica o musical y juega con un estilo rico y variado que no se atiene a los patrones de prosa meramente funcional habituales en las obras primordialmente narrativas. Vamos, que está ‘bien escrita’ y no sólo ‘bien contada’, aunque yo no tenga nada contra quienes se limitan a este último y nada fácil objetivo”.
Son palabras de Fernando Savater de hace diez años, cuando Cortina publicó su primera novela, una extravagancia. Como casi siempre, Savater tenía razón y eso del “patrón de prosa” está muy bien visto. Eduardo Mendoza, en la biografía que le dedicó Llàtzer Moix, al hablar de sus técnicas de escritura cuenta que, para ahorrarse fastidiosas correcciones, no escribe sobre el papel ni una frase antes de tenerla bien redondeada en la mente (según recuerdo decía aproximadamente esto). Es un novelista que sientes que disfruta acuñando la frase (quizá es una impresión engañosa). Desde luego que hay autores excelentes que atienden solamente a la funcionalidad de sus descripciones y diálogos, y, como dicen en catalán, tiren pel dret, pero los hay también que en cada frase están brindando una celebración del lenguaje, de la comunicación o de la inteligencia. Se les nota que quizá han luchado hasta dar con la frase adecuada y estupenda, o bien que han estado disfrutando al buscarla. Y por cierto que el lector, por lo menos el lector que es como yo, lo agradece y lo disfruta también. Cortina es de este grupo de autores.
El recuerdo de una pesadilla
Aparte de dos ensayos sobre Schopenhauer y sobre Bergson, es autor de un extraño libro celebrado –por una selecta minoría—, meditativo y entusiasta, titulado Abisal, que es un largo paseo por sus querencias literarias de lector consumado, muchas de ellas adscritas a estos subgéneros, pero no todas: ahí caben desde Baroja y Unamuno a Kafka y Juan Perucho, Mario Praz y Léon Bloy: un lujo de texto, que pocos autores se pueden permitir, y poco editores publicar, y en este sentido hay que descubrirse ante los de Jekyll & Jill.
Todo esto viene al caso de que Cortina acaba de publicar otra novela, también “de género”, o de subgénero, de subgénero francamente gore, titulada Garravento la garra al viento (ed. Jekyll & Jill) que en este sentido lingüístico es una gozada. Ha creado aquí un personaje inolvidable: no un ser humano, sino el águila cuyo nombre da título a la novela, que después de leer la última página y cerrar el volumen se queda en la conciencia del lector como el recuerdo de una pesadilla o como el espíritu del mundo, que es implacable y ciego.
La novela de Álvaro Cortina cuenta la historia de Manfredo, intelectual autodidacta y autor de un ensayo titulado Kant y la vida extraterrestre, que cuando lo publica es cruelmente criticado por tres supuestos amigos, cada uno de los cuales dirige un blog sobre literatura y filosofía en internet. De ellos, de esos tres “anti-Manfredos”, se quiere vengar de forma especialmente imaginativa, perversa y retorcida, con ecos de Edgar Allan Poe, la mujer de Manfredo, Florinda, cetrera que quizá se taró irreparablemente tomándose demasiados tripis de jovencita.
Ternura muy humana
Para vengar a su desventurado marido –que a consecuencia de las críticas sufrió un ictus paralizador— compra en Alemania, lleva a España y adiestra a un águila arpía de Belice, el subgénero de más envergadura entre las aves rapaces, hasta convertirla en una máquina homicida…
Así contada, la trama parece inverosímil, pero proporcionando un montón de datos sobre rapaces y cetrería, sabiamente dosificados a lo largo del texto, el autor hace creíble (y pavorosa) la idea de un animal custodiado en Madrid, en una habitación de un piso situado en un edificio exactamente en la céntrica calle del Conde de Xiquena (que por cierto es la calle donde vivió, siendo niño y joven, Ruano, y donde ahora vive Trapiello, y que desemboca en la iglesia de las Salesas, que será desacertada, pero para mí es muy querenciosa).
Como un fantástico tour de force, antes del macabro desenlace el autor se entretiene en disquisiciones kantianas, sin duda sabias, que durante no pocas páginas interrumpen el flujo apasionante del relato, el suspense. Claro que también Graham Greene interrumpe de forma inopinada el suspense de El americano impasible, cuando los protagonistas están metidos en tremendo atolladero, para ponerlos a discutir sobre la existencia de Dios; y también Baroja, tan apreciado por Cortina, interrumpe la trama de El árbol de la ciencia para que los protagonistas debatan sobre la filosofía de Schopenhauer, o la de “El mundo es ansí” para comparar los méritos de Zuloaga y de Sorolla…
Hay también una ternura escondida, cifrada, una ternura muy humana y conmovedora en Garravento, el sabio lector que sienta curiosidad por esta novela sabrá encontrarla en sus páginas sin que yo ahora se la revele. Es una sustancia que pide discreción.