Cada pocos meses se desata en las redes sociales una especie de guerra civil entre docentes partidarios de las novedades metodológicas y detractores, grosso modo, de las mismas. No analizaré aquí las razones de unos y otros, ni los porqués de que esas discusiones acaben en cruces de acusaciones tan lamentables como extremistas. Seguramente las redes no sean el mejor canal para vehicular la necesaria reflexión pedagógica que necesita este país, y esto es parte del problema, como trataré de explicar aquí.
El debate pedagógico en España está secuestrado. Por agentes ideológicos, políticos y económicos que toman la forma de asesoramientos técnicos ideológicamente neutros, pero que son el canal para que se imponga un determinado modo de entender la escuela pública y la docencia. Como ha escrito Marina Garcés, la principal habilidad de los dispositivos neoliberales es su especial talento a la hora de crear confusión, y en las pasadas discusiones se ha creado una importantísima, que de haber sido dilucidada a tiempo hubiera frenado no pocos encontronazos irracionales.
Esta confusión es la siguiente: los “pedabobos” no son docentes. Porque, de hecho, lo que caracteriza a un pedabobo es precisamente eso, que no es un docente. Hubo hasta medios generalistas que presentaron las hostilidades como un problema entre “profesaurios” y “pedabobos”; pues bien, yo pienso que sería muy sano explicar aquí que los “profesaurios” no existen y que los “pedabobos” no son docentes. Y si esto se aceptara, la guerra civil irracional ya no tendría mucho sentido, porque estaría automáticamente resuelta, se vería claro que es una aberración pública, basada en premisas falsas.
Lo ampliaré: yo mismo a veces utilizo la palabra “profesaurio” como un epíteto cómico, para designar a un docente que pone el acento sobre el conocimiento y las virtudes académicas, pero esta palabra no debería pasar de tener este significado entre festivo y autoparódico: hay profesaurios que se compran la camiseta del Orgullo Profesaurio, y a veces los autodenominados profesaurios resulta que son los más innovadores (o “innovasaurios”) de su centro. De aquí, a dibujar una imagen estereotipada de profesor franquista con los dientes amarillos y tendencias sádicas hay un buen trecho. Pero esos espantajos torturadores y pervertidos les van bien a ciertos divulgadores que así pueden satanizar a un tipo de docente anacrónico e inútil que, afortunadamente, es ya una exigua minoría.
Por lo tanto el primer exceso es un abuso en la estigmatización de un tipo de docente. Creer que la LOMLOE es un engendro legislativo que producirá más segregación económica que soluciones reales no implica creer en esa “cultura del esfuerzo” sádica que se dedica a ignorar las diversidades en el aula. Creer que los problemas de la escuela se podrían solucionar desde una perspectiva racionalista y materialista (más presupuesto, más personal especializado de todo tipo, especialmente para atender a todos como se merecen) no significa que se añoren sistemas excluyentes de hace medio siglo. Tampoco es cierto que no creer en la reforma de las almas convierta a un docente en un déspota dispuesto a comerse a nuestros niños crudos.
Pasemos a los pedabobos. Decía que no hay nada más absurdo que imaginar un conflicto metodológico entre docentes críticos, racionalistas o de estilo ilustrado, como prefieran llamarlo, y profesores “pedabobos”, porque, es una cosa que no se ha parado de repetir, un profesor no puede ser un pedabobo. Un pedabobo es un intruso, un impostor, un usurpador. Ni suele tener estudios de pedagogía, ni suele ser docente de nada.
Con el sistema educativo español pasa como con el taxi. De repente, aparecen las empresas de nueva economía de plataformas, se presentan a sí mismas poderosamente como entidades colaborativas, y se quedan con todo el mercado de la ciudad, si las autoridades no toman cartas en el asunto. Pues los pedabobos son algo así como el Cabify o el Uber de la enseñanza: procedentes del afuera del sistema, copan los medios, cambian metodologías por propagandas y coaching e ideología turbocapitalista, y el follón ya está servido, porque en la escuela ya no sabe nadie lo que hay que hacer ni cómo hacerlo.
Impedir que en España se aprenda
En España, la enseñanza pública se está privatizando, y se está uberizando. Los saberes estructurados y sólidos se están sustituyendo por una papilla emotiva y fragmentaria que no ofrece las garantías de una red cognitiva sólida, que garantice la plena alfabetización y una ciudadanía suficientemente crítica y autónoma. En este sentido, los docentes saben que hay profesionales muy innovadores que son profesores ejemplares, y también profesores más humanísticos que son totalmente necesarios y válidos. Lo primero que hay que tener muy presente es esto: en España ya no sobra nadie.
El problema de prescindir de la mitad de la plantilla como mínimo es evidente: ese empobrecimiento crearía una desertización irreversible del sistema escolar español, y precisamente eso es lo que pretenden los pedabobos: sacar partido de la confusión, sustituir las necesidades del alumnado por el solucionismo privatizador y la filosofía positiva, liquidar la escuela pública y sustituirla por la red asistencial que nadie quiere financiar en este país, cambiar las culturas escolares por la happycracia, impedir que en España se aprenda y se enseñe, trabajando para agentes totalmente exteriores a los intereses pedagógicos de nuestra sociedad.
Un docente, por malo que sea, aporta a la sociedad. Un pedabobo sólo divide, lamina, calumnia, manipula, asume y romantiza la precariedad, impulsa una reconversión laboral y económica draconiana y trata de mercadear con nuestra escuela pública. La diferencia entre un docente bueno o no tan bueno y un pedabobo es más que evidente. Un docente español, a no ser que fuera un tarado, no busca el mal para el alumnado. Y esto no está tan claro en el caso de los falsos pedagogos que juegan a hacer prestidigitación social desde sus púlpitos.
La hegemonía del intruso
Por lo tanto, si algún docente se siente aludido por la fórmula “pedabobo”, que se olvide ello, porque los pedabobos son, precisamente, los no docentes, los intrusistas, los que distorsionan una necesaria reflexión pedagógica que debería desarrollarse entre docentes, y entre familias y autoridades directamente implicadas en la gestión de centros. La hegemonía del intruso es el principal peligro hoy para nuestros hijos, no sé cómo es posible que ni un solo político lo vea y trate de proteger nuestro mejor legado. La introducción inmoral de categorías empresariales, en bruto, en propuestas curriculares es un completo disparate, y se está haciendo esto de forma masiva en este país, seguramente porque ayuda a consolidar proyectos políticos totalmente populistas, de cara a electorados no muy sofisticados o no muy informados.
El problema, pues, no debería degenerar en un conflicto metodológico entre facciones que creen poseer la verdad absoluta. El problema ni siquiera es de raíz pedagógica. Lo será cuando hayan sido desenmascaradas las interferencias utilitaristas y totalmente partidistas que hoy cuentan con la hegemonía en el campo escolar.
Cuando el debate vuelva a la comunidad educativa, se verá que todas las opciones son asimilables por un sistema democrático normal, si es que estamos dispuestos a construir un espacio educativo normal, y no este caos de novolatrías cruzadas que contraindican entre sí.
Convendría también abandonar posturas maniqueas y excesos moralizantes. Cuando Baruch Spinoza, apóstata de dos religiones, empezó a publicar su filosofía, en los tratados religiosos era presentado como un demonio satánico con nariz de cerdo y cola de dragón. Mucho después, se comprendió que lo que había intentado imaginar ese terrible y peligrosísimo ateo era la pura y simple concurrencia demoliberal, en el siglo XVII. Que nadie caiga de nuevo en esas caricaturas deshumanizadoras; comportémonos como adultos porque hay mucha juventud que nos necesita tranquilos y lúcidos.