Fui el otro día a la presentación de la novela Últims dies a l’Eixample, novela eléctrica y tronchante de Ferran Escoda, escrita en un catalán preciso, elegante, encantador. Siendo las presentaciones de libros a menudo sosas, esta vez estaba seguro de que no sería así, porque oficiaba Martí Font, colega cultísimo e interminable, con un gran sentido del humor, en cierto sentido parecido al de Escoda, y autor, entre otros textos, de Barcelona-Madrid, decadencia y auge (ED Libros), un pequeño pero sustancioso libro con penetración sobre las particularidades económicas, políticas, geográficas, etc., que diferencian a las dos ciudades. Libro que por cierto no puede escribir cualquiera. Es preciso tener una mente muy bien estructurada.
Nos lo pasamos bien en ese acto. Y ahora que he leído el de Escoda, saludo la aparición de una obra magistral o por lo menos, de una pieza muy divertida. Para mí una cosa y la otra son la misma. Tengo al sentido del humor como la más alta manifestación del espíritu humano, y además creo que son muy pocos los autores interesantes que carecen de él. Aunque desde luego los hay e incluso podría hacer una lista de esa gente amarga pero creativa e interesante, pero no es el momento. Prefiero ocuparme de la gracia, el humor, la ligereza. De esa cofradía eterna que nos seduce.
Como Martí Font. Y como Ferran Escoda. Aquí: la portada de Últims dies a l’Eixample (La Magrana) ya es a la vez interpelante y divertida, una declaración de intenciones. Se ve el búho atónito de ojos desorbitados, encaramado al hastial en el cruce de la Diagonal con el paseo de San Juan. Anuncio de Rótulos Roura que, por cierto, dicho sea de paso, siempre me ha obsesionado, como al narrador de El gran Gatsby el anuncio de las gafas gigantescas del doctor T. J. Eckleburg en la carretera.
Esa portada es un hallazgo para ilustrar esta novela de un autor guadianesco, nada prolífico, pero seguro. Si ves su nombre en la portada no dudes, compra. Su último logro, hace ya algunos años, fue Els meus millors prólegs publicado en La Temerària: “un jugoso compendio de prólogos concretos y reales de obras imaginarias y apócrifas, escritas, a su vez, por autores supuestamente ficticios e inverosímiles”. Una operación literaria propia de Bustos Domecq. A la vez disolvente y amable, como el Pickwick de Dickens que tanto le gusta al autor. Recreándose en el lenguaje, en una retórica perversa, que ya por sí sola era una debelación de la corrección política y moral, cada capítulo, cada prólogo, era la parodia de un escritor o periodista catalán, o de alguna de las corrientes de convencionalismo que ocupan el panorama universal. Y casi cada frase invitaba a la sonrisa.
Ahora el libro que nos ocupa, Últims dies a l’Eixample, aunque es breve creo que es de mayor ambición y envergadura. Y que además coincide de una forma mágica con el aire de los tiempos, con cierta general sensación crepuscular y kafkiana de ser atacados y despojados. Algo se nos ha escapado de entre los dedos, algo importante. O, mejor dicho, algo nos está arrebatando un simpático y maquillado tahúr del Misisipi sin que sepamos reaccionar, como si fuéramos señoras ancianas indefensas víctimas del tirón con el que se les roba ya no el bolso sino la vida.
Los fondos buitre
Y con esta constatación de pérdida irreparable, al mismo tiempo, la risa. El protagonista y narrador de la novela es el señor Deulofeu, veterano periodista, ya entrado en años, especializado en escribir obituarios, pero que no acepta glosar los hechos de cualquier muerto, sino que se limita, se ciñe, a los vecinos del Ensanche, su territorio vital y sentimental, su única patria verdadera. Deulofeu se niega a escribir ni una sola línea de ningún difunto que no viviese en ese barrio burgués de Barcelona donde él mismo habita.
Regida por ese principio moral, su pequeña y ordenada vida discurre plácida, tranquilamente… hasta que resulta que el turismo masivo, los fondos buitres, la Airbnb, enfocan sus demoníacos intereses al noble edificio donde él vive, y deciden sacarle de su casa, igual que han logrado echar a los inquilinos de todos los otros pisos, recurriendo a toda clase de artimañas y maldades, y en nombre de un principio superior: el beneficio económico, el comercio mundial.
¿Le suena al lector esto de algo? ¿Le suena al atropello que sufrió su madre, su hermana o él mismo? Claro. A todos nos suena la historia de unas personas que han sido despojadas de su paz y tranquilidad por unos mafiosos rusos, norteamericanos, italianos o españoles, amparados por el sistema y en nombre del bien superior de la libertad y la democracia. Por eso decíamos, párrafos arriba, que Últims dies a l’Eixample coincide con el espíritu de los tiempos. Describe el moderno beso de Judas.
Pero el buen señor Deulofeu, por más solitario y desvalido que esté, se defenderá del expolio con uñas y dientes. Le saludamos desde aquí como a un héroe contemporáneo y como protagonista de una novela deliciosa.