Kurt Vonnegut, confesiones epistolares
Milo J.Krmpotic traduce para Ediciones B una sabrosa selección de la correspondencia del escritor norteamericano, inédita en español y donde se documentan desvelos biográficos e ideas literarias
12 mayo, 2023 19:00Ahora que ya nadie escribe cartas, y que las redes sociales han convertido la intimidad en un producto de saldo en el mercado de la atención –el mensaje carece de importancia si congrega a una audiencia a la que pueda vendérsele algo o ser vendida; o ambas cosas–, publicar un volumen de medio centenar de páginas que reúne epístolas redactadas hace ocho décadas se antoja una empresa bizantina y, por supuesto, ruinosa. Salvo que la iniciativa –en este caso el mérito es del sello Ediciones B– se tome como un sanísimo gesto de rebeldía. ¿Que ya nadie escribe cartas? Pues aquí tenéis ración de sobra. ¡Mirad, así se comunicaba la gente hasta hace sólo dos décadas: poniendo sus pensamientos e impresiones en un papel!
Es curioso, pero muchos rastros del mundo de ayer (mismo) se han convertido, debido a la súbita aceleración del tiempo que exige la dictadura digital, en pura arqueología. Quienes lo vivimos, lo sabemos bien: entre el momento de la escritura de una epístola y su lectura –hasta en el caso del servicio postal estadounidense, que es toda una institución– podían transcurrir semanas, a veces meses, sin que ni el emisor ni el destinatario tuvieran ninguna prisa por recibir una respuesta. Todo lo contrario que ahora.
La inversión de valores ha sido colosal: la mayoría de gente tenía claro lo que era urgente y qué podía esperar. Ahora todo tiene que ser instantáneo, incluidas las fantasmagorías. Hay quienes, descolocados por la condena de cumplir años, evocan con nostalgia esos tiempos en los que el cartero parecía ser el enviado de los dioses. Se trata de un imperdonable pecado de nostalgia crepuscular: aunque siguiéramos escribiéndonos en papel y enviándonos postales, las cartas ya no serían las mismas. Nosotros tampoco somos quienes fuimos.
La lectura de la sabrosa correspondencia del escritor norteamericano Kurt Vonnegut, que acaba de editarse en español, con una traducción de Milo J.Krmpotic, nos recuerda esta topografía sentimental de un mundo que va camino de la extinción, si es que no ha perecido definitivamente. Era el nuestro. Al menos, solía serlo. Sin ser mejor que el presente –hace falta criterio para evaluarlo– lo cierto es que goza del encanto de lo simple y lo auténtico.
Vonnegut, portentoso escritor de ciencia-ficción, pertenece a esa estirpe de maravillosos impertinentes que expresaban su melancolía a través del humor, con frecuencia bien negro. Sus chistes funcionan como navajas: bajo la apariencia del ingenio o la ocurrencia disimulan una capacidad violenta para tumbarnos con un golpe en el mentón. El autor de Matadero Cinco es un maestro en el dominio de la frase corta, con la que logra poderosos efectos de sugestión. Nos hace reír, a continuación nos hace llorar y, entre una y otra cosa, nos desarma por completo al desnudarse ante nuestros ojos y mostrarse como nuestro semejante.
Vonnegut no tuvo una vida fácil: su familia (una saga de arquitectos de Indianápolis) se arruinó durante la Gran Depresión. Él quedó huérfano y vivió –como soldado– los espantos de la Segunda Guerra Mundial, incluida la destrucción (por parte de los aliados) de Dresde. Las huellas de estos hechos forjaron su carácter: parecía haber sabido conservar el buen humor pero la procesión iba por dentro. Al leer esta selección de su epistolario, al cuidado de Dan Wakefield, donde se recogen cartas que van desde los años cuarenta hasta comienzos de este siglo, se aprecia bien lo que podríamos denominar –poniéndonos estupendos– la ambivalencia del payaso: el autor de estas misivas nos hace divierte y, al mismo tiempo, enuncia su drama, que es idéntico al que nos enfrentamos todos los seres humanos.
Vonnegut tiene –Bukowski y Hunter S. Thomson parecen en esto sus gemelos– una envidiable capacidad para decir cosas muy profundas con una sencillez prodigiosa. Sus cartas son espontáneas, desinhibidas, entretenidas, libérrimas y naturales. En ellas escribe a su familia –la narración de su cautiverio en Dresde abre la colección–, a su primera mujer, Jane Marie Cox; a sus editores, compañeros y amigos del colegio, a algunos de sus admiradores y a otros escritores cercanos, como Norman Mailer o el matrimonio Donoso. Versan sobre sus sucesivos empleos y rechazos editoriales, la ausencia (crónica) de dinero y la intrahistoria de la gestación de sus libros. Nos regalan el reflejo de un escritor vocacional luchando contra los elementos y trabajando siempre entre dudas e inseguridades. Abriéndose paso, a machete, dentro de la senda oscura del arte. Combatiendo la irrelevancia y el desprecio.
Muestran también a un ser humano enternecedor y divertidísimo, pero íntimamente herido, que recurre a las armas de ironía y la comicidad para defenderse del mundo. Es auténtico y hondo. Prosaico. Sincero. “Un ateo que ama a Cristo”. Un librepensador en el país de la propaganda. “¿Sabes? La verdad puede ser algo auténticamente poderoso. No te la esperas”. ¿En un mundo lleno de mentiras hay algo más subversivo que decir lo que piensas?
Vonnegut no compuso estas cartas para los lectores de sus libros, sino para sus destinatarios. Su condición privada, sin embargo, no lastra su ejemplo moral. Un sabio sólo es un hombre que, tras haber considerado las cosas, dice lo mismo de ellas en todos sitios, con independencia de quién sea su interlocutor o de la reacción que provoque. No cambia de criterio para perseguir el aplauso. Muda de opinión si cree que se ha equivocado. La voz epistolar de Vonnegut evoluciona conforme pasan los años, de forma que estas misivas pueden leerse como una biografía in media res o un anexo documental a And so it goes, el libro que Charles J. Shields escribió hace una década sobre su vida y sus hazañas.
En las cartas de los años cuarenta –escritas por un soldado que regresa de los espantos de la guerra y decide abandonar el ejército para dedicarse a la escritura– Vonnegut es un alumno en la Universidad de Cornell que trabaja como periodista de provincias y que, después de alistarse, se traslada a Chicago para obtener un título en Antropología. Igual que tantos otros principiantes, manda sin parar sus relatos a las revistas literarias con la esperanza de ser publicado y poder vivir de la literatura. “Vivimos en una incertidumbre del demonio”.
En los años cincuenta la familia se instala en Cabo Cod. El escritor, que ha dejado el periodismo, sobrevive como redactor publicitario en la Compañía General Electric. Sus aspiraciones como novelista persisten, pero la suerte se le resiste: “La gente mustia, como nosotros, somos una minoría patética y ruidosa que se dedica a escribir. Y la gente que pretende ganarse la vida escribiendo está condenada al fracaso (…) aunque yo espero construirme una reputación como escritor de ciencia-ficción. Ese es el plan. Ya veremos”.
El Vonnegut diletante, acosado por los gastos crecientes de una familia numerosa –había adoptado a sus sobrinos tras la muerte de su hermana–, propone inventos absurdos a empresas –entre otras cosas, patenta una pajarita–, calcula los rendimientos de vender cuentos a las revistas (que no siempre se los compran) o reflexiona sobre el gregarismo cultural. Sus anhelos son quimeras; sus urgencias, materiales. “Si no pasa algo agradable ocurrirá una cosa terrible: tendré que buscarme un empleo”. Se agarra, como Bukowski, a su obstinación como escritor, cuya identidad depende de persistir en el empeño: “Si no soy escritor, no soy nada (…) Nadie puede zafarse de sí mismo. Nadie puede dejar de ser lo que es”.
La resistencia, y algún que otro golpe de suerte, como ser contratado en Iowa como profesor de creación, harán de Vonnegut un escritor profesional. El éxito de Matadero Cinco, leído en los sesenta como una novela antibelicista que conectaba con el espíritu de la contracultura, disiparía las dudas –propias y ajenas– y lo convertiría en un best-seller. El resto de la correspondencia recoge los secretos y las circunstancias vitales que rodearon la gestación del resto de sus obras, incluida la divertidísima Desayuno de campeones.
Los devotos de su literatura disfrutarán con los episodios de la locura cotidiana de Vonnegut. Quienes se acerquen por vez primera al personaje encontrarán en estas cartas no sólo un relato –crudo y directo– de los sacrificios y las carencias que tiene que vencer un escritor. Descubrirán también que, al contrario de lo que se cree, el triunfo no es un destino natural, sino excepcional. La gloria literaria es un vía crucis en el que los mejores cireneos son los clásicos: “Oye, Knox: ¿Has leído la Poética de Aristóteles? Acabo de hacerlo, y he encontrado en ella todo lo que los editores y escritores me han dicho alguna vez sobre la manera en la que se construye una historia. No se me ha ocurrido una sola enmienda basada en los descubrimientos que se vienen haciendo desde el año 322 a.C. Es clara y no demasiado larga…Podrías recomendársela a algún joven prometedor. Como yo”.