Gracias a Crónica Global, Metrópoli y El Español y a sus formidables jornadas de debates y conversaciones sobre el futuro de Barcelona, DespertaBCN!, que acaban de celebrarse, tuve ocasión de conocer al ministro de Cultura, Miquel Iceta, y darle conversación. Lo elogié en público, porque me parece que es un político articulado, y probablemente un gestor sensato. Durante la conversación, con mi colega José María Cortés, cuya honda humanidad y sabiduría tanto aprecio, y al que no veía desde hace décadas, no atiné a sonsacar a Iceta con la debida insistencia sobre un tema que él tocó un poco por encima, planeando: me refiero al presupuesto que el ministerio de Cultura dedica, por iniciativa de Zapatero cuando era presidente, a la “cocapitalidad” cultural de Barcelona y Madrid.
Consiste en una suma anual, no muy sustanciosa, con la que se quiere compensar en parte la supremacía que otorga a Madrid el mero hecho de ser capital del Estado y sede de las grandes instituciones, entre ellas las culturales. En realidad, como la gestión cultural está transferida a las comunidades autónomas, la capacidad del ministerio para influir decisivamente sobre la praxis en este terreno es relativa. Pero claro que puede intervenir para impedir la desdichada (y ventajista para Madrid) competencia o dumping que ya se dio en el pasado, por ejemplo, en los salones de cómics y de moda. También es verdad que Barcelona, por culpa de la ideología imperante en la región, se ha pegado un tiro en el pie muchas veces, como por ejemplo en el tema de la “biblioteca provincial” que el Estado iba a instalar y financiar íntegramente en el mercado del Born, y que fue boicoteada por el entonces concejal de Cultura Ferran Mascarell, para preservar unas “ruinas” sin valor alguno que había en el subsuelo y con las que en lugar de la biblioteca se montó otra cara estructura museística, a mayor gloria del discurso victimista, y dirigida por el ciertamente ruinoso Quim Torra.
Y ya que yo ahora tenía al lado a Cortés, con quien trabajé in illo tempore en El Correo Catalán, me permití recordar que en aquellos años de la Maricastaña, siendo conseller de Cultura de la Generalitat Joan Rigol (luego presidente del Parlament), el Liceu se vio afectado por un agujero en las cuentas que parecía enorme y amenazaba su continuidad: se debían 400 millones de pesetas de la época. El ministro de Cultura era, creo recordar, Jorge Semprún, que de inmediato ofreció adelantar esa suma y cancelar la deuda. Rigol despreció esa dádiva, despachándola con el argumento de que había que preservar la catalanidad del Liceu. “Hem de salvar la catalanitat del Liceu”, decía Rigol. Yo era muy joven pero ya me impresionó y alarmó esta majadería, y la extraña catalanidad de un coso en el que fundamentalmente se canta en italiano o en alemán. En esas manos estamos desde siempre. Al final, Rigol tan tonto no era –o quizá es que Pujol le dio un “toque”-- y, aunque refunfuñando, aceptó los 400 millones.
¿Museo del cómic?
En fin, batallitas. Volvamos con Iceta y la cocapitalidad. Por inercia y comodidad, ese presupuesto ministerial suele entregarse al ayuntamiento de Barcelona, que dispone de él a su aire, para tapar algunos agujeros en sus instituciones culturales económicamente más precarias. Esto tiene su sentido, claro, ya que Barcelona dispone de muchos museos pero –salvo el de Picasso, que es una mina-- de escuálida financiación. Iceta insinuó, y yo creo que si sólo lo insinuó es porque aún no tiene el proyecto bien cerrado, bien atado, o quizá espera a anunciarlo en ocasión más rentable, que esta manera de repartir tiene que cambiar, y que en breve el ministerio invertirá esa suma de la cocapitalidad en un proyecto propio; naturalmente consensuado con el ayuntamiento, pero propio. También tiene sentido que el Estado reclame más visibilidad. Me pareció que Iceta le daba vueltas a la idea de un museo barcelonés de fotografía, de arquitectura o de los cómicas, este último basado en el hecho de que la industria de los tebeos ha sido históricamente barcelonesa y también, un poco, valenciana.
Espero que lo piense bien, a mí esos museos me parecen innecesarios. El formidable legado de los fotógrafos barceloneses puede ampararse muy bien en el MNAC. En cuanto al cómic, a pesar de que periódicamente se ha hablado de la conveniencia de un museo, y aunque yo mismo trabajé en ese sector algunos años, tanto orgánicamente en varias editoriales como cuanto guionista, especialmente de Miguel Gallardo (EPD), nunca he ido fetichista ni me ha parecido que un museo del cómic tenga verdadera utilidad formativa, educativa. Siempre he pensado que el lugar de los cómics está en las revistas y en los álbumes para los que fueron concebidos, y no para las paredes de los museos, a los que llegan cuando ya están muertos, como las mariposas al corcho. Pero, en fin, como suele decirse, “doctores tiene la Iglesia”.