Gabriel Ferrater, en Formentor en 1962.  / ARXIU FERRATER / ESCRIPTORS.CAT

Gabriel Ferrater, en Formentor en 1962. / ARXIU FERRATER / ESCRIPTORS.CAT

Letras

Gabriel Ferrater: dos visiones 'catalanas'

El año Ferrater ha acabado con una notable intensidad a partir de enfoques plurales como el de Jordi Amat y Marina Porras que destilan la importancia del poeta

14 enero, 2023 20:00

Un twitero zumbón escribía el otro día: “¿Y ahora que se ha acabado el año Ferrater qué vais a hacer todos?” (siento no recordar el autor de la frase) y resulta que es verdad, se acabó el Año Ferrater y quizás sea hora de ir haciendo balance. De buenas a primeras, lo que está claro es que ha sido mucho más intenso que otros centenarios cercanos que pasaron mucho más desapercibidos o que, sencillamente, no consiguieron sacar al público de la atonía o la inercia. Y eso que Ferrater compartía su año con otro peso pesado, Joan Fuster, que ha dado también mucho que hablar en forma de congresos, reediciones y artículos en prensa. 

El Año Ferrater ha dejado, como mínimo, dos grandes libros. Uno es Vencer el miedo, del superbiógrafo Jordi Amat (Tusquets), y el otro es Donar nous als nens (Comanegra), que se compone de un prólogo y una antoogía preparados por la supercrítica Marina Porras, (a lo largo del año se publicó también el trabajo de Jordi Ibáñez Fanés, que no es objeto de este artículo). Se abre el libro de Amat con un capítulo-prólogo que empieza en el momento mismo en que murió Carles Riba, y lo que implicó esa muerte para Ferrater. Amat abre la función con una auténtica batería de datos, con un anticipo de lo que más domina, y lo que más domina es lo que más le fascina: el material de archivo de los escritores catalanes entre 1939 y la estabilización del pujolismo: no hay relación, edición, equipo, bar, tertulia, premio, jurado, papelito olvidado, servilleta garrapateada o anécdota que se le escape, es una metralleta. Las redes culturales en las que se desarrolló Gabriel Ferrater (a su hermano Joan ya le había dedicado muchas páginas de El llarg procés), en oposición al noucentisme otoñal (“dominical”, dice) por ejemplo de un Tomàs Garcés, nos son descritas con un nivel de detalle que continúa echando de espaldas incluso al lector asiduo de Amat, acostumbrado a su capacidad analítica. El talento de Amat es rizomático y narrativo, cuando le toca pasar a explicar el tema por el principio (los orígenes de la familia Ferraté y el contexto reusense), se nota que la cuestión le parece un poco más farragosa.

Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

No ocurre así en el prólogo de Porras, realmente relevante. Es curioso como una misma historia puede contener detalles tan diferentes siendo sustancialmente la misma materia histórica. El estilo de Porras es mucho más expresionista que el detallista de Amat. Allí donde él pasa a veces el escáner totalizador, Porras hunde el escalpelo. Es cierto que el formato (unas escasas ochenta páginas) no deja a Marina Porras espacio para la digresión, lo cual la obliga a ser mucho más conceptista que Amat, pero también es mucho más drástica, y este estilo que habla más alto de machismo, mierda, puteros y putrefacción encaja bien con la oscuridad de fondo que preside la personalidad compleja y atormentada de Gabriel Ferrater. Amat ve sobre todo en él a un inadaptado, o más bien a un inadaptable incapaz de tomar partido de su inteligencia indomable. Porras, sin moverse de ese análisis, lo ve como un personaje aún más atormentado, con más rabia dentro que tristeza o miedo, lo compara con el Gran Gatsby, y acusa a los escritores de la noche barcelonesa de haber metido demasiado a Ferrater en la bebida, que es lo que finalmente lo llevó al desastre y al suicidio. 

Amat describe a la perfección el tipo de trabajo que desempeñó Ferrater desde que empezó a tomar notas sobre Carner, Foix y Ausiàs March hasta que, en sus último años, se dedicó a la lingüística muy en serio hasta el punto de pedir a la Universitat Autónoma que le dejara impartir esa asignatura, pasando por sus años centrales de trabajo para la editorial Seix Barral. Porras incide más en el ambiente pijo y superficial que rodeaba al poeta, es más dura con ese ensayo de gauche divine que (cree) fue la Escuela de Barcelona, a la que resta importancia y suma frivolidad, en una voluntad firme de deshacer mitos.

Inteligencia voraz

No le interesan a Amat las cosas de los notarios, sobre las que Porras sabe descargar brochazos osados que caracterizan a los familiares de Ferrater con cuatro trazos, acertando siempre. Decíamos que los antecedentes reusenses no son la parte que parecía interesar más a Amat. Pero no importa, pronto llega la guerra civil y nos sorprende un Gabriel Ferrater haciendo el punki, robando, bebiendo, de putas, afiliado puntualmente a la CNT (durante la Revolución era obligatorio estar sindicado), y continuando con sus correrías oscuras durante la primera postguerra. Gabriel Ferrater no se puso a hacer nada especialmente serio hasta mediados de los años cincuenta, cuando entre Riba y Valverde consiguieron ponerlo mentalmente en vereda. Si algo nos sorprende de este período del biografiado es lo amoral de su existencia como señorito oscurecido, y un cuadro familiar digno de una novela de Faulkner o de Lovecraft, una crónica de un decaer burgués a través de unas décadas polvorientas.

Esa conexión entre la Barcelona liberal de la preguerra y los déficits estructurales de los años cuarenta y cincuenta ocupan una parte sustancial del libro. Al fin y al cabo, Jordi Amat es un historiador cultural, y le gusta atender a los intersticios y las argamasas de los campos literarios. Porras disecciona la literatura de Ferrater y Gil de Biedma con un enfoque más metodológicamente escéptico. Esta parte más seria de las influencias sobre el crítico Ferrater no aparece en la síntesis de Marina Porras.

El poeta Gabriel Ferrater

El poeta Gabriel Ferrater

A todos los salvó la literatura, la biblioteca paterna, llena de libros de Carner y de novelas en sus lenguas extranjeras. Por su conocimiento exhaustivo de Carner, Ferrater pudo convertirse en el paso adelante que necesitaba esa edad dorada de la cultura catalana, que no se atrevía a explorar a fondo las disonancias y fracturas de la modernidad plena. Ese miedo a deshacerse de las moralidades blandas (la gran cruz de la cultura catalana) no lo tenía Gabriel Ferrater, cuya poesía se puso a beber de Valery Larvaud o de T.S Eliot sin las prevenciones del pensamiento planchado y ordenado y sólo los domingos. Porras trae a colación la palabra clave a la hora de entender la modernidad ferrateriana: “interpersonal”. Esa poesía sobre sentimientos universales, escrita a media voz, sin campanas ni trompetas, ni banderas, no estaba escrita para ser declamada, sino que apelaba a un lector concreto, único y personal, libre de megalomanía y de ideologías intrusas.

Sabíamos que, desde muy pronto, Ferrater detestaba cualquier ideología y que antes de llegar a viejo, antes de apestar a cosa pasada, pensaba suicidarse con cincuenta años. Más o menos lo que hizo su padre, para que su familia cobrara un seguro de vida con el que poder subsanar sus deudas. Pero, por sorpresa, flotando sobre interpretaciones psicologistas fáciles, no es este drama paterno el que preside la biografía de Amat, o no de forma totalmente directa. Porras tampoco insiste mucho en ello: sí analiza el mal efecto que pudo producir en los jóvenes nacidos en los años veinte la facilidad con la que la política republicana se volatilizó sin dejar ningún rastro. El problema de Ferrater es que no sabía qué hacer con su inteligencia voraz. Era un pésimo estudiante, no podía aplicarse a nada, no sabía estructurar su pensamiento, quemó un dietario de aforismos que parecía genial, no daba pie con bola y no parece que el alcohol ayudara mucho a enderezarlo.

La página clave de Vencer el miedo es la 149, de la que extraeremos varios fragmentos, porque es donde parece que Amat expone su hipótesis general: “La paradoja es que este saber iluminador, que tanto fascinaba a quienes lo veía en acción, Ferrater era incapaz de integrarlo en su vida práctica. El contraste era fortísimo. ¿Un exceso de inteligencia? Parece más ajustado decir un demonio de intelecto, porque no le dejaba ni le dejaría de ir corroyendo”. Ferrater era un genial inmaduro, un miedoso nihilista, un narcisista exagerado: “A veces se escapaba de la contradicción bebiendo para no dejar de brillar, para estimular la lucidez y seducir una noche y otra, y ver cómo lo veían los que le escuchaban embelesados. Pero lo más habitual era no poder escapar de la constatación a la que lo llevaba la contradicción de su vida: era un adulto que no sabía ni quería ni podía vivir como vivían los adultos”.

Banquete de inteligencia

Y, finalmente: “Claro que había quien podía verlo como un hedonista fascinante, un hombre torpe incapacitado para vivir como alguien de su edad, pero que al mismo tiempo podía ser encantador. Atento, simpático, generoso. Pero él veía otra cosa: el miedo de fracasar en la vida adulta”. Era un inmaduro irredento. Un amante de los bares que no sabía comportarse con naturalidad ante las mujeres, o aceptarlas sin imaginarse moldes fantasiosos para ellas. Era una criatura sí, y sus parejas así lo recordaron, capaz de sentir una ternura intensa, incluso excesiva. Una ternura memorable.

Gabriel Ferrater, imagen recogida en 'Les dones i els dies' / EDICIONS 62

Gabriel Ferrater, imagen recogida en 'Les dones i els dies' / EDICIONS 62

Pobre Ferrater, formado entre los algodones de una burguesía catalana culta, el desengaño de un padre mucho más frágil de lo que parecía, un derrumbe civilizatorio, la ley de la selva de los campos, la necesidad de ser contemplado, escuchado y amado, el alcohol desde buena mañana, la soledad y el precariado profesional. Una persona tan presumida y frágil no podía llegar muy lejos alojada en un intelecto tan brillante como desorientado. Gabriel Ferrater no se pudo adaptar ni a sí mismo. Se podría decir que sólo logró encontrarse a medias en algunos instantes o destellos. Otros escritores poderosos han sido también un poco así (pienso en Larra o Costa o José Agustín Goytisolo). Y, sin embargo, era un lector insuperable, y un crítico superdotado. Lo acreditan algunos de los textos que ha seleccionado Marina Porras, los dedicados a Pompeu Fabra, Marcel Proust, James Joyce, Robert Frost, Franz Kafka o Charles Baudelaire. Todo el mundo coincide en un punto: qué lástima que un hombre así acabara tan mal, y que el país fuera incapaz de aprovecharlo más. Nadie escribía así en Cataluña entre los años 50 y 1972, momento en que el poeta no pudo soportar la perspectiva de seguir viviendo enfermo hasta que su hígado dijera definitivamente basta, y se ató una bolsa de plástico en la cabeza.

Así termina la biografía de Amat, que se desarrolla circularmente entre dos muertes: la culturalmente catastrófica de Carles Riba y el horrible suicidio de Ferrater. Esos textos antologados por Porras son una fiesta para el intelecto. No se pierdan este banquete de inteligencia y precisión, literatura analítica y universal en estado puro. Ferrater era un alma matemática demasiado sensible, y esta naturaleza problemática es la que hizo posible este chorro de vitalidad literaria que tan bien han sabido reconstruir Porras y Amat. Sólo por estos dos motivos, la publicación de dos libros tan interesantes, ya valió la pena el centenario que ahora acaba.