La figura de Gabriel Ferrater mantiene su atractivo ahora que finaliza el año Ferrater, en el que se han publicado distintas obras. Se ha conmemorado el centenarario de su nacimiento, en Reus, y el 50 aniversario de su muerte, en 1972, en Sant Cugat. El último que ha publicado, con un lúcido estudio centrado en la visión política de Ferrater, ha sido el escritor Jordi Ibánez Fanés, con un título que incorpora dos partes definidas: Gabriel Ferrater y la política. Les veus que canten (Edicions del Molí de Dalt). La perspectiva que abre Ibánez es oportuna, porque desenmascara un problema de fondo que atañe al conjunto de la cultura catalana y es la propia concepción sobre la política, sobre lo político, un concepto viciado por varias décadas ya de proyecto nacionalizador, que ha generado diversas generaciones de escritores, periodistas e intelectuales, --ayudados por una potente administración que con el tiempo ha engordado con presupuestos muy respetables— que no quieren discernir entre la defensa de la cultura y la lengua catalanas de la adhesión a una determinada concepción del mundo.
La lengua está amenazada, pierde hablantes, no se considera necesaria y todo ello tiene una explicación clara: tiene un estado en contra. Reuniones de urgencia, medidas improvisadas e impulsivas. Y todo ello para tener la conciencia tranquila: se hace lo que se puede, con los instrumentos que tenemos. Esa es la situación en Cataluña, con un Govern y un entramado cultural, en buena parte subvencionado, que pide proteger y ensalzar el catalán. Es el nervio de Cataluña. Si peligra, la nación corre peligro de muerte. Y si la culpa es del estado que está en contra, entonces nadie que estime la lengua podrá rechazar el proyecto político nacionalista, que ha derivado en los últimos años hacia el independentismo.
La visión de Jordi Ibáñez Fanés, un escritor de prestigio, con una obra importante, en lengua catalana, en prosa y en verso, como el poema Un lloc perillós (2016), o la novela Infern, Purgatori, Paradís (2021) –con la que se puede analizar las últimas décadas en Cataluña desde la transición y, de forma especial el pujolismo— invita a una necesaria exigencia individual. Pide no caer en lo que, previamente, hayamos decidido. Reclama valorar la complejidad, la “decencia” de los creadores, y pensar que lo sustantivo es, precisamente, la lengua y las palabras.
Gabriel Ferrater, amigo de los grandes escritores de la Escuela de Barcelona, autores como Gil de Biedma, Barral, Goytisolo o Jaime Salinas, fue un poeta en catalán, un autor catalán que compartió vivencias, en una Barcelona gris y desolada en pleno franquismo, aunque con algunos indicios aperturistas, con intelectuales que podían ser afines por las muchas lecturas comunes, por una misma mirada situada en la Europa más avanzada, en el Reino Unido y en Francia, y también en Alemania. Y por compartir, claro, veladas etílicas y complacientes.
Su vida y su obra funcionan, hoy, como la prueba del algodón para el conjunto de la cultura catalana. En primer lugar, porque esa fue la propia voluntad del poeta, hijo de una familia burguesa de Reus que vivió el desastre y la destrucción moral de una sociedad con la Guera Civil. En eso se centra Jordi Ibánez Fanés, al realizar un particular ejercicio, el de escribir en forma de “pastiche” como si fuera el relato oral de Ferrater que protagonizó en la UB con el Curs de literatura catalana contemporània. Aquellas clases de Ferrater –tras ser grabadas, entre 1965 y 1967— se recopilaron negro sobre blanco. Versaban sobre una serie de creadores catalanes -- Josep Carner, J. V. Foix, Carles Riba, Joaquim Ruyra, Josep Pla y Victor Català— que el autor del poema In Memoriam analizaba en el contexto de la gran tradición literaria europea. A modo de canon literario, Ferrater los situaba en el mismo plano que los grandes literatos europeos. No es poca cosa.
No hay modo, muestra Jordi Ibánez, de situar a Ferrater en un rincón ideológico. ¿Catalanista? Por supuesto, si se considera que la etiqueta integra a quien valore “las palabras”. Y destaca el último verso del poema dedicado a Carner, en Les dones i els dies: “Mots que romanen, mentre ens varien els dies i se’ns muden els sentits, oferts perquè els tornem a entendre. Com una pàtria”.
Es decir, y vamos de la mano de Ibáñez: “Els mots, el llenguatge, vet aquí la pàtria que compta”. El autor de Gabriel Ferrater i la política insiste en todo momento en que lo que cuentan son los “detalles”, y huye de encasillar al poeta, que ofreció distintas pistas en varias entrevistas, con una animadversión a cualquier nacionalismo.
Sin embargo, ¿qué es ser político? Durante este año se han publicado otros grandes trabajos sobre Ferrater, como el de Jordi Amat, titulado Vèncer la por. Amat escribe una biografía, desgrana al hombre, al poeta, al amante de las mujeres jóvenes, al hijo de Ricard Ferraté, --Gabriel se añadió una ‘r’ al apellido, mientras que su hermano Joan, crítico literario, mantuvo la grafía del padre-- que se suicida tras el fracaso empresarial. Gabriel también se suicidará, a los 50 años. Amat ofrece también los detalles, pero deja al lector que tome partido. Es la biografía del hombre, del escritor, del creador que “tiene miedo” porque piensa que no llegará, que no podrá cumplir lo que se propone, sin ocultar que es un hombre que bebía, mucho, en un entorno en el que no era, precisamente, el único.
El flanco nacionalista, sin embargo, ha dimensionado otra faceta. Lo ha hecho Marina Porras, profesora asociada de Humanidades en la UPF. Su libro, Donar nous als nens (Comanegra) es una selección de la obra de Ferrater, que incluye entrevistas, como la de Baltasar Porcel, poco antes de su muerte, o la del italiano Roberto Ruberto. Pero hay un prólogo largo de Porras que es una breve biografía comentada, donde el enfásis se sitúa en la politización de la obra de Ferrater. ¿Se apartó de la política, no le interesaba a Ferrater en esos años tan decisivos, en los que ya estaba en marcha la oposición al franquismo desde la clandestinidad?
Su lectura es política, porque entiende Porras que Ferrater pasa por el filtro político a los autores catalanes que escoge para situarlos como modelo. El propio Ferrater lo expresa, cuando habla de “la máquina de tortura” que entiende que representa para los escritores en catalán el catalanismo. El gran ejemplo es Carles Riba, el último, para Ferrater, que está inmerso en ese mundo. Después, nadie querrá someterse a ese plan de tortura. Es decir, ¿quién puede servir a la causa, quién puede ser utilizado para gloria de un proyecto político? Riba se sintió utilizado y mostró su cólera, como explicó Ferrater.
Porque, ¿cómo ha percibido a Ferrater una generación más joven, la de Porras, o cómo asegura esa generación que se le ha enseñado a Ferrater? La idea es que el poeta y lector literario ha sido siempre presentado como el catalanet de la generación de los cincuenta que modernizó la cultura española desde Barcelona. Era el complemento perfecto para Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral o Jaime Salinas. Es la Escuela de Barcelona. Y el reproche de Porras a Amat es que el filólogo en su libro no tiene el valor de incluir a Ferrater en ese flanco y lo deja en una especie de limbo.
Lo español adopta al catalanet, que no es nacionalista. Pero Ferrater cultiva otras amistades, y elige el catalán, que es su lengua. Por eso, el autor que nos ocupa ejerce esa prueba del algodón sobre la cultura catalana. Por un lado, analiza de forma exhaustiva a los poetas y narradores catalanes en lengua catalana al calor de la mejor tradición literaria europea, y, por otra, pone en evidencia a los que quieren utilizar esa creación con fines políticos.
Porras entiende que no era verdad que a Ferrater no le interesara la política –no lo dice Amat, tampoco Ibáñez--, y que lo que era muy cierto es que no era un hombre de partido, de ideologías que se pudieran encasillar. Pero su visión es, de nuevo, la de una crítica literaria con unas gafas muy concretas, al señalar que Ferrater realiza una lectura “absolutamente política” de la literatura catalana.
El problema lo sitúa en el centro Jordi Ibánez, en su certero análisis. Lo que ve en Ferrater es a un creador que separa al nacionalista del patriota, que rechaza que se ponga al poeta o al novelista como la cirereta de un proyecto político, o que se le identifique con la particularidad identitaria y cultural para justificar un chantaje económico. Si entonces fueron los hombres de la Lliga Regionalista de Cambó, luego fueron los chicos de Jordi Pujol: ganancias y negocios, con el ropaje identitario cultural, la guinda cultural a lo que realmente ha interesado siempre, el proteccionismo arancelario. Es esa una visión que elevaría a categoría Jordi Solé Tura, con su libro Catalanisme i revolució burgesa, muy rebatida –Josep Benet, con el apoyo de Jordi Pujol, en su momento— pero que no ha sido falsada, en términos popperianos.
La paradoja insalvable, todavía, del catalanismo-nacionalismo, la formuló de forma cruda Ferrater, como destaca Ibánez. Si en lo cultural y lingüístico el franquismo supuso un ataque despiadado, en lo material esos catalanistas mantuvieron las riendas de sus destinos.
En la entrevista con Roberto Ruberto señala Ferrater: “No en vull fer una tragèdia –una cosa que detesto, potser més que cap altra en el món, és el nacionalisme: nacionalisme català, nacionalisme espanyol, nacionalisme europeu, nacionalisme occidental….detesto tots els nacionalismes--; però això no obsta perquè a Catalunya hi hagi una situació anormal. La contradicció és aquesta: que vivim quasi en un estat d’ocupació, i en canvi els diners els tenim nosaltres. No jo, però sí Catalunya. Els diners estan en mans dels catalans, i el proletari és espanyol…”
Escritores utilizados
¿Dónde situarlo, entonces? Ibañez insiste en que no se puede señalar, a partir de todo el material que dejó Ferrater, el curso sobre literatura catalana, sus poemas, o las entrevistas, una posición política determinada. Catalanista, sí, en el sentido de que tenía claro que Cataluña debía construirse de nuevo, como señala en la entrevista con Porcel, cuando éste le pide que significa ser un país normal: “És un país tot el que s’ha de construir, si no la nostra cultura mai assolirà un nivell aceptable”. Ibáñez lo comenta: “Bé, si això no és catalanisme, ja em diran com en podem dir. La idea de construir un país em sembla que no té pèrdua”. Lo importante también es destacar en qué momento muere Ferrater, en 1972. Todo estaba en ebullición, pero no pudo conocer cómo se construiría ese país a partir del proyecto pujolista.
Sí tiene claro que el catalanismo, esa “màquina de tortura” solo podía ser de derechas, como insiste Jordi Ibáñez, por ser heredero de un movimiento burgués, “de unas políticas inspiradas por unos intereses económicos de la burguesía”, y que los escritores catalanes, --y ahora el entrecomillado pertenece a Ferrater—“van ser utilitzats per fornir” de una “aureola”, de una “gloriola espiritual” el “moviment de protecció aranzelària”.
Porras comparte esa idea sobre la dificultad de encasillar a Ferrater, pero se indigna porque, aunque se sugiera –esa es su idea— tampoco se tiene el valor de decir claramente que formaba parte de la Escuela de Barcelona, de esos señoritos burgueses castellanos, que adoptaron al catalanet con el que bebían copas. Esa es la crítica desaforada de Porras a la biografía de Amat, que insiste en retratar al hombre con todas sus aristas y contradicciones.
Y esa es la grandeza de Ferrater, como si fuera la prueba del algodón, para reflejar que todo se politiza en Cataluña cuando está la lengua y la cultura catalana en el centro. Cuando se utiliza el catalán o el castellano, cuando se rechaza un proyecto nacionalista separador del conjunto de España, y se ve esa posición como sospechosa de un ataque que pretende la aniquilación del catalán. La idea de que solo con un estado propio se salvará la lengua la han falsado algunos expertos, como Albert Branchadell en su libro La hipotèsi de la independència. Prima la no aceptación de una realidad que es plural, compleja.
Contra el gregarismo
Jordi Ibánez, con una prosa que hipnotiza al lector, con matices constantes, con subordinadas, con referencias literarias, --como si fuera el mismo Ferrater con su particular oralidad en el curso de literatura catalana— persigue la luz, insiste en el detalle, en las pistas que ofrece toda la obra del poeta. Reclama “pensar históricamente”, teniendo en cuenta la época en la que se mueve Ferrater, de dónde viene, con un país arrasado, con su formación en Burdeos, con su particular educación no reglada en Reus, donde su padre le facilita todo tipo de lecturas. Ese pensar históricamente implica “la decencia del esfuerzo, de la verdad y la decencia de los detalles. Su prosa ayuda a pensar muy a fondo sobre Cataluña, sobre su enorme complejidad. Recurramos a Jordi Ibáñez:
"Per entendre’ns, i per tant sense talls historicistes i sense sacralitzacions ni monuments, per molt que uns el vulguin ficat (a Ferrater) en una vitrina protegit de les urpes ‘espanyolistes’, i uns altres el vegin com la millor clau per obrir el quarto fosc dels ídols de la tribu, o com una pedra per tirar-la contra el miratge d’una cultura que, a força d’anhelar ser normalment hegemònica, tendeix a una ansietat victimista o militant que li bloqueja el camí cap a l’autèntica, sobirana i relaxada normalitat. Perquè tot i que és cert que Ferrater, espigolat aquí i allà, es presta de fet a qualsevol jugada, encara és més cert que és absolutament ingovernable i incontrolable en termes polítics, i aquí rau per a mi una gran part del seu interès no solament com a home de lletres, sinó com a tipus que convida a pensar en la política en uns termes i en unes posicions que no són fàcils, i que conviden a trencar amb els conforts del gregarisme”.
C’est tout.