Ilustración de la adaptación de 'Tatuaje' de Hernán Migoya y Bartolomé Seguí / NORMA EDITORIAL

Ilustración de la adaptación de 'Tatuaje' de Hernán Migoya y Bartolomé Seguí / NORMA EDITORIAL

Letras

Pepe Carvalho, pesimismo esperanzado

El detective creado por Vázquez Montalbán, en cuyas veinte novelas se cuentan los cambios sociológicos de la España de su tiempo, cumple medio siglo de filosofía y desengaño político

6 agosto, 2022 20:00

Pepe Carvalho Tourón, detective privado en una España con lo público monopolizado por la dictadura, nació en 1972. Al menos, literariamente. Hace ahora 50 años que se publicó la primera de sus aventuras, Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán. Era difícil entonces prever que la saga alcanzaría la veintena de títulos. Yo maté a Kennedy pertenece a lo que se ha dado en denominar periodo subnormal; en el resto, con la excepción de Sabotaje olímpico, se emplea el realismo como método narrativo.

Subnormal significa, en este caso, que la realidad no está descrita a partir de la observación directa sino que se halla distorsionada por los desenfoques de los medios de comunicación. Los personajes, lejos de los matices, son héroes o villanos. Que la percepción de la realidad es asunto complejo se sabe desde Heráclito y Parménides. El narrador de Carvalho da cuenta de ello en las primeras páginas de la primera novela: “Tenía calor, incluso es probable que hiciera calor”, anota desde el moderado escepticismo de quien, tras haber leído el cartesiano Discurso del método, sabe que “los sentidos engañan a la razón porque no son perfectos”.

Carvalho

La novela aparece tras Crónica sentimental de España y el Manifiesto subnormal y se halla cercana a Guillermotta en el país de las Guillerminas y Happy end, obra que Vázquez Montalbán decía haber escrito para demostrar que no se necesitan treinta páginas para describir cómo alguien sube un tramo de escalera. Respecto a las novelas del ciclo Carvalho, Yo maté… es una anomalía. El propio autor reconocía que hay una ruptura entre esta obra y las siguientes, aunque tanto Yo maté… como Tatuaje y La soledad del mánager fueran, en buena medida, tentativas. Dicho por él mismo, “novelas de aprendizaje”.

Hay quien incluye la serie entera en la novela negra. Su autor, en cambio, sostenía que son novelas sepia. Hay en ellas una constante reconstrucción de la memoria que reflejan las viejas fotografías; de la memoria de lo que fue y de la memoria de lo que se pensaba que podía haber sido y no fue. Contienen una filosofía de la historia en la que se concibe un final feliz asociado a una idea de progreso, a la vez que se constata que, de momento, la felicidad no espera a la vuelta de la hoja del calendario.

Reproducción de un capítulo de la 'Crónica sentimental de España' publicado por la revista 'Triunfo'

Reproducción de un capítulo de la 'Crónica sentimental de España' publicado por la revista 'Triunfo'

Lo resume Vázquez Montalbán en la larga entrevista que le hizo Quim Aranda (Què pensa MVM): “Vivimos un viaje de retorno hacia una sensación de impotencia histórica y de falta de esperanza histórica. En los últimos treinta o cuarenta años [el volumen es de 1995] hemos pasado de una ascensión de la esperanza colectiva a una caída de esta esperanza”. El resultado es que la forma literaria del siglo pasado acabó siendo “el reflejo del escepticismo de la razón sobre su propia capacidad de entender la vida, la Historia, y de cambiarlas”.

Carvalho es, por supuesto, un personaje de ficción. Su autor no se cansaba de repetir que, aunque hubiera algunas coincidencias, Carvalho no es Vázquez Montalbán. La memoria del autor no aparece sólo en la figura del detective, convertido en un punto de vista para la descripción narrativa de la realidad social e histórica. Así, en la conversación con Aranda, Vázquez reconoce sus dificultades para entrar en el mundo de la filosofía y comprender el lenguaje de los filósofos: “Llegué a la universidad como si fuera un marciano. Fui a las primeras clases de filosofía, por ejemplo, sin entender ni siquiera el lenguaje, porque el mío era memorístico”.

vázquez montalbán

Tiene la misma sensación uno de los personajes de Los pájaros de Bangkok, Marta Miguel, que llega a la universidad procedente de una familia aculturada: “¿Sabe usted, yo no entendía nada? (...) Del lenguaje. De asignaturas teóricas, por ejemplo filosofía. Yo había estudiado de memoria y sabía decir lo que es una mónada según Leibniz, pero no entendía a Leibniz (…) Me costó tanto entrar en la cultura abstracta de la burguesía, tanto”. A lo que responde el detective: “La cultura burguesa es abstracta y la proletaria concreta, según usted”, sin que la conversación prosiga por estos derroteros.

En El laberinto griego, Carvalho no oculta que conserva la desconfianza hacia un tipo de saber que gusta de ocultarse tras un lenguaje confuso: “Cuando oigo la palabra filosofía me saco la pistola”. En el cuento Una desconocida asegura que le “jodían los filósofos” y en otro cuento, Pablo y Virginia, aparece un pastor de cabras que se presenta al detective: “Dicen que soy un filósofo, pero soy un imbécil”. En esa misma pieza el detective ironiza con la confusión entre platónico y daltónico.

Carvalhol

En Sabotaje olímpico la casa de Carvalho es invadida por un grupo de jóvenes filósofos y filósofas. La diferencia es importante: ellos llevan mocasines Sebago y ellas calzan mocasines Camper. Es el momento en el que, de la mano de Felipe González y para sorpresa del ministro Corcuera, España se descubre siendo orteguiana. Es más que probable que estos jóvenes filósofos fueran discípulos del escuadrón estructuralista del que se da noticia en Yo maté a Kennedy. La CIA ha organizado una academia estructuralista como vía de neutralización del historicismo marxista. También se puede llegar a filósofo haciendo cursos por correspondencia. El propio Carvalho se apuntó a uno sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel. “No aprendí nada”, confesaría.

A lo largo de sus aventuras, Carvalho quemó 55 volúmenes identificados y una cantidad indeterminada de tomos de una biblioteca argentina, tomados a voleo, de los que no se conoce título ni contenido ni autoría. De los 55, 27 son novelas; tres, libros de poemas, y dos, obras de teatro. El resto son ensayos, muchos de ellos filosóficos, que no le sirvieron para aprender a vivir. Carvalho cita muchos filósofos: Adorno, Hegel, Leibnitz, Kant, Lefebvre, Popper, Rubert de Ventós, Eugenio Trías,  Benjamin, Schaff, Russell, Habermas, Platón o Aristóteles, entre otros. Todos por su nombre.

El filósofo marxista Manuel Sacristán

El filósofo marxista Manuel Sacristán

Hay una excepción: Manuel Sacristán. El narrador le mantiene el nombre cuando quema una de sus  obras, Ensayos sobre Heine, pero en La soledad del Mánager y en Asesinato en el comité central lo convierte en personaje y lo rebautiza como Malibrán, primero, y Cerdán en la segunda novela citada. El filósofo y el autor coincidieron y discreparon como militantes del PSUC.Muchas veces Carvalho se refiere a la filosofía como el prototipo de una cultura inútil, alejada de la vida y de la gente. En casa de los Kennedy se topa con un filósofo alemán “especialista en sí mismo” aunque pese a su escepticismo, más vital que intelectual, Carvalho sabe que la cultura, incluida la filosofía, también puede ser un instrumento de liberación:

“Me preguntaba, ¿Qué es cultura? ¿Reproducir consciencia, insisto consciencia no conciencia, neutralizada o crear consciencia insisto, consciencia, no conciencia, crítica?" dice un personaje surgido de la memoria del antifranquismo y reconvertido en triunfador en el posfranquismo. El detective, por su parte, mantiene las distancias con la alta cultura, consciente de que la suya es una mezcla de Marx, Adorno y Concha Piquer, con ribetes de Jorge Manrique.

–"¿Usted es de esos que cuando oyen la palabra cultura sacan la pistola?".

– "No. Yo saco el mechero. La cultura es guisar con salsas o sin salsas (…) lo que usted llama cultura es ortopedia verbal o letrista".

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Es junto al fuego (a veces de la cocina) donde Carvalho se percibe a sí mismo “como esclavo de una cultura que le había separado de la vida, que había falsificado su sentimentalidad como los antibióticos pueden destruir las defensas del organismo”. Su actitud respecto a la cultura evoluciona a lo largo de las novelas. En algunos momentos refleja el rechazo de las clases bajas que, sin saber bien cómo ni por qué, intuyen que la burguesía utiliza el conocimiento como instrumento de dominación de clase.

El proletariado puede, en determinadas ocasiones y circunstancias, acceder a la cultura, pero el proceso es duro porque, en definitiva, se trata de acceder al dominio de un lenguaje que le es ajeno, aunque resulte imprescindible para proyectar cualquier transformación social. El propio Vázquez Montalbán, años más tarde, reflexiona sobre el horizonte del cambio y concluye que se avecinan tiempos de “un pesimismo importante”, acompañado de unas buenas dosis de cinismo, “sentimientos que conforman un caldo de cultivo magnífico para el retorno del primitivismo fundamentalista”. Y es que Carvalho ya no está seguro de que la historia tenga un destino final preestablecido.

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En la primera de sus aventuras, uno de sus jefes en la CIA, a la que se incorpora tras el paso por el PCE, le explica: “El socialismo podrá imponerse sin que usted o yo muramos en la guerrilla y si lo abandonamos a tiempo viviremos mucho mejor hasta que llegue esa, hoy por hoy, lejana consecuencia. La CIA (…) nuestro trabajo tiene un nivel de modificación poética de la historia: somos lo único que se enfrenta a la descarada con el avance del comunismo, precisamente porque no nos importa que a la larga gane. Se trata de un mero desafío técnico: cuánto tiempo seremos capaces de ir entreteniendo ese avance (…) Un revolucionario es como el santo, el mártir o la virgen, un ventajista repugnante”. Porque “sin la CIA no habría ni historia ni dialéctica”. Desde esa convicción Carvalho se incorpora a la CIA: dado que la historia tiene, inevitablemente, un sentido progresivo y progresista, militar con las fuerzas del bien carece de sentido porque su victoria está garantizada.

Vázquez Montalbán, poeta / DANIEL ROSELL

Vázquez Montalbán, poeta / DANIEL ROSELL

A finales de siglo, tras observar la realidad, afirmaba: “Ha costado mucho llegar a un pensamiento basado en el matiz, lo que constituye una conquista extraordinaria. Pero ante la sensación de desesperanza general se puede imponer la gente que tiene veinte duros de esperanza, que no es otra cosa que veinte duros de ideología, de catecismo”. ¿Quiénes son esos catequistas? Vázquez Montalbán les pone nombre: “los neoliberales y los integristas islámicos”. Son movimientos que se aprovechan “de una sensación de pérdida y de derrota de la razón para introducir un discurso espiritualista bajo la supuesta creencia de que tienen soluciones”, soluciones peligrosas porque son “siempre excluyentes”. Si hay alguna coincidencia entre Vázquez Montalbán y Carvalho esa era la convicción de que se puede ser derrotado, pero uno no puede rendirse. Si el mal triunfa, que no sea por no haber intentado frenarlo.