Dice Wikipedia que sus libros abundan en “metaliteratura y en derrotas”. Ríe abochornado cuando se le comenta y declara no ser el autor –“ni siquiera el meta-autor”, matiza– de esa biografía. Entre sus inhabilidades, de las que presume en la entrevista, cita su incapacidad para editar una línea de esta enciclopedia virtual. Tuvo un blog (‘Descartemos el revólver’, en homenaje a Raymond Chandler) que dejó de pagar y que ahora es una página de historia y arte. “Podría haber caído en manos de pederastas” comenta entre resignado, culpable e irónico. La retranca y un acento inequívocamente gallego caracterizan sus colaboraciones periodísticas y la mayor parte de sus libros. Su anterior novela –Rewind– era hermosamente dramática, sin atisbo de humor, dura y honesta. Ahora con Obra maestra (Anagrama) ha vuelto a las andadas. El lector acaba carcajeándose con las gracias y desgracias de una escultura de treinta y siete toneladas que desapareció del Museo Reina Sofía del artista Richard Serra. Un escándalo al que Tallón ha dedicado muchos años y muchas páginas.
–Con esta novela se rompe un mito: alardea de tener una pereza rayana en la molicie y, sin embargo, este libro demuestra mucho esfuerzo de documentación.
–Bueno, la verdad es que yo soy muy trabajador…escribiendo. En esta novela he trabajado en leer la causa judicial pero lo he hecho porque, para mí, no es trabajo. Si fuese trabajo (pone cara circunspecta) hubiera sido incapaz. Lo he hecho porque me gustaba. La lectura del libro deja la conclusión de que está muy bien documentado. Qué esté bien escrito y que guste o no… ya es otra cosa. Han sido años. Lo he dejado muchas veces para dedicarme a otras cosas y escribir otros libros, pero volvía.
–Le pidió ayuda a su hermana fiscal para conseguir leer el auto judicial. ¿Le ha pedido consejo para evitar disgustos? Hace hablar a personajes reales.
–Es verdad que en algunos casos aparece lo que yo creo que algunos personajes (ministros, directores de museos, periodistas, el propio Richard Serra) podrían decir, pero no dijeron. En otros, es algo que me han dicho o les dijeron a terceros. No creo que nadie pueda sentir mancillado su honor. Es ficción. He construido personajes reales con voces inventada. Son personajes.
–Muchos. Más que una novela coral parece un coro ruso.
–Setenta y dos voces, en concreto. De los setenta y ocho capítulos, seis incluyen la voz de Serra, el artista; el resto son otros personajes. El verdadero personaje es la escultura. El drama, por así decirlo, es su desaparición. Luego hay testimonios que atraviesan la historia y papeles, digamos que principales, sobre todo el artista y alguna institución, pero son voces que acompañan, que relatan. La protagonista es la obra.
–Aparte de la peripecia detectivesca, el lector va conociendo y entendiendo al autor de la escultura desparecida: Richard Serra. ¿Lo conocía?
–Sabía quién era. Sabía de su existencia, sobre todo cuando inauguró con Chillida el Museo Reina Sofía, pero no conocía ni el alcance de su obra ni el sentido de su proyecto artístico. Al margen del misterio y el escándalo, estamos ante un artista especial, muy peculiar. Serra, por las características de su obra (moles de hierro y acero) es más que un escultor. Para crear necesita un ejército de personas. Tiene las ideas en solitario, pero en su trabajo hay cientos de personas implicadas, no sólo para construirlas. Es increíble el proceso casi industrial que lleva hacer una obra de arte como esta. Su arte siempre está muy acompañado. No existe en solitario, como existe un poema, por ejemplo.
–¿Se ha hecho fan del minimalismo y la abstracción o esto ya lo traía de casa?
–Bueeeno. Mi relación con el arte es…nivel usuario. He profundizado poco. Me conmuevo, me afectan algunas obras de arte sin necesidad de entenderlas ni comprender su proceso creativo. Pero sí. Tal vez después de este libro me veo capaz de apreciar ciertas corrientes artísticas y, por supuesto, a Serra.
–En el libro aparece la obra en cuestión como algo animado, no estático.
–Esa es su gran peculiaridad. Una magnísima obra nunca estará terminada. El artista no la termina hasta que el espectador la vive, la recorre y la mira. Siempre hay quien vuelve a darle vida: sola no existe, no es nada, no significa nada. Tal vez esa sea la esencia del arte, que está sometido al tiempo. Ninguna obra existe sin la mirada de quien –diez o cien o mil años después– vuelve a sentirla. En el caso de Serra es la experiencia del espectador la que acaba convirtiéndose en la propia pieza.
–Una vigilante del museo observa a los artistas y descubre que más de uno siempre lleva una mano en el bolsillo. ¿Es su caso?
–Sí. Soy yo, aunque no sea un artista. (Sonríe) Siempre he tenido a los ojos de mi madre vigilándome para que sacara las manos de los bolsillos. Y no puedo. He llegado a barrer la casa con una mano en un bolsillo, oiga, que tiene mucho mérito porque no es nada sencillo… La novela, en pequeñas dosis, tiene parte de mí. La mano en el bolsillo es un estilo de vida que me define porque no entiendo qué se hace con una mano que no se usa. ¡Cómo vas a sentirse a gusto con una mano que no hace nada! Tanto si la pones en alto con la palma abierta o con el puño cerrado la mano siempre actúa. Tenerla quieta es un despilfarro, no tiene sentido. Al menos, yo me siento ridículo.
–Con esta novela cambia de registro.
–Con Rewind aparqué lo que Wikipedia llama metaliteratura y/o derrotas. Es verdad que he escrito mucho de libros y de escritores en lo que podríamos llamar mi carrera (se encoge de hombros con escepticismo, pero debe ser coquetería porque es escritor) pero procuro no repetirme. Cada libro es para mí supone aprender a escribir, de verdad. Rewind fue un importante: una historia dolorosa y dolorida contada a cinco voces.
–Obra maestra es también coral pero tira hacia la comedia. ¿O no del todo?
–De ser un drama, es un drama institucional. Todo lo demás, y es en gran parte real, es un disparate. Pero efectivamente: aquí no hay dolor ni duelo, no hay límite para el humor. Es la primera vez que escribo algo de un mundo que nunca había transitado, una novela que nunca escribí y que es varias en una. Puede ser una novela de amor, sobre el arte, sobre un artista. También puede ser casi costumbrista y hasta existencialista. Habla del paso del tiempo, de lo pequeño sometido a lo grande y lo grande a lo pequeño (Se refiere a las circunstancias, a veces intrascendentes, que hacen que una escultura monumental pueda desaparecer). Los capítulos aislados no son nada, pero reunidos cada uno ofrece algo. Creo que he mirado y contado esa escultura desde todos los puntos de vista. Uno más y me hubiera repetido.
–Serra sale bien parado, como César Aira, que aquí vuelve a hacer aquí un cameo. Le gustan las emociones fuertes, parece.
–Son tremendos los dos. Únicos. No todo el mundo puede ir a la fiesta (guiña un ojo como si tuviera el secreto de llevarse bien con personalidades complejas). Son raritos. Difíciles. Maravillosos.
–Hablando de raritos: usted es y vive en Orense, la periferia de la periferia.
–No es para tanto. Todos tendemos a pesar que por ser de un sitio somos especiales, quizás hasta yo en algún momento lo sentí así, pero ya no. Soy de Orense. De mi familia, de mi pueblo (Vilardevós, 1.900 habitantes), tener contacto con las personas que han moldeado mi carácter es una circunstancia, pero no es ningún mérito. Galicia siempre ha estado un poco lejos, incluso de la propia Galicia. Orense es la única provincia que no tiene mar, históricamente golpeada por el caciquismo, un lugar con enorme potencialidad pero que no parece haber encontrado su modo de ser, que tal vez ni existe (sonríe). Orense es un personaje de Cunqueiro. Tuvimos nuestro momento de gloria con Nos –movimiento cultural galleguista–, un grupo de creadores en todos los ámbitos. Las cosas van y vienen, vuelven y se van. Vivo aquí. Salvo unos años en Santiago y un curso en Madrid, este es mi sitio. Aquí estoy, en Orense.
–Le han hecho miembro de la sección del pensamiento del Consejo de Cultura Gallega...
–¿Por qué? Yo también me lo pregunto. Alguien tuvo esa idea. Cuando te proponen pertenecer a esa comisión parece que te invadiese una responsabilidad respecto a los asuntos de la tierra en la que naciste y no puedes negarte. No hay que alarmarse: es sólo para dos años y pueden arrepentirse. Hacemos cosas, en serio. Ya las hacían antes de tenerme dentro. Estamos preparando un congreso sobre las mentiras en los medios. En la medida de nuestras posibilidades hacemos lo que podemos.
–¿Habría dicho que sí a un supuesto Consejo de Cultura española?
–Verá, he estado mucho tiempo diciendo que sí por encima de mis posibilidades, por encima de mis facultades reales. Mi propósito en la vida es aprender a decir no. Últimamente he hecho avances, tengo que agradecérselo a Obra maestra, por lo laborioso, pero me gustaría decir no sin sentirme mal. Me siento un soberbio diciendo que no, tiendo a pensar que me sobran ocupaciones, bolos, trabajo. Quedo como un presuntuoso (Antes ha comentado la complicada tarea de ser autónomo). Ahora ando buscando a alguien que diga no por mí, esa sería una gran victoria.
–Obra maestra parece un descanso emocional después de Rewind.
–En absoluto. Diría que para escribir Obra maestra he tenido que hacer antes Rewind. No estaba capacitado para enfrentarme con esta novela (se la ha dedicado a Belén Bermejo, editora, amiga y fallecida en 2020, que aparece como un personaje). De hecho, empiezo el libro tres meses antes de que saliera Rewind, en 2019, antes del confinamiento. La escribí en plena pandemia. Escribo muy rápido el primer borrador. Con Rewind tardé 34 días. Siempre lo hago de un tirón y, cuando termino, no tengo prisa en corregir. La razón: cuando empiezo sé cómo va acabar y tengo que escribir la novela rápido. No hay nada que me dé más pavor que morir en medio de una novela. Tener una idea, saber cómo la voy a contar y cómo acaba y pensar que no la termino me aterra. Una vez tengo el borrador puedo morirme porque alguien la trabajará. (Intensifica el tono, exagera el gesto). Cuando escribo no hay nada más: ni yo, ni mi hija, ni nadie. Cuando acabo el borrador, las cosas vuelven a su sitio, mi hija vuelve a ser lo más importante del mundo y mi mujer la más importante de mi vida, y quiero a mis padres… pero, mientras escribo, no existe nada más que lo que quiero terminar.
–Supongo que no tendría esa pulsión cuando escribía discursos para el exministro de Justicia Francisco Caamaño, que aparece como personaje.
–Aprendí mucho en esa época. Escribir es un oficio y hay que ejercerlo. Caamaño es una de las personas más inteligentes que he tenido a mi lado. Es brillantísimo, aparte de un tipo genial y buena persona. Mi trabajo era intentar hacer inteligible la jerga judicial, administrativa. No es fácil. Fue una etapa importante, aunque no durara mucho. No es lo más raro que he hecho, le advierto. He escrito un programa electoral. Entero.
–¿Por dinero?
–Con Caamaño, no. O no solamente. Lo que aprendí con él mereció mucho la pena. Otras cosas sí: es muy honesto hacer las cosas y cobrar. Hay un vídeo fantástico de Concha Piquer que me parece una joya: ella habla de su arte, de las canciones, de la emoción y la pasión y termina diciendo: “Pero si no me paganm no me divierto”. Una gran verdad. Lo que me ha divertido más en mi vida es lo que he hecho por dinero.
–¿Qué no haría ni por mucho dinero?
–No comprometería lo que represento.
–¿Qué representa?
–Ni idea. No lo sé (ríe). Valores, supongo. Es que la mayor parte de las personas que yo he conocido es buena, decente, honrada. También he tratado con gente ingrata, pero tal vez he tenido suerte. Cuando te toman el pelo te queda la hilaridad, desdramatizar y, tal vez, destilar unas pocas gotas de mala leche.
–Estudió Filosofía pero ha trabajado como periodista ¿Añora las redacciones?
–Es que no existen ya. De todas maneras, yo he hecho bastante trabajos ridículos y alguno serio. Ahora me dedico a colaborar sin que me tutelen, a mi aire, proponiendo temas y aceptando encargos. Es una libertad que no todo el mundo desea y que tiene sus inconvenientes laborales. No me quejo, pero los medios han caído en una precariedad alarmante. Los jefes quieren que los chicos y las chicas hagan un periodismo espectacular, multimedia, por amor al arte. Estamos cavando un agujero para, dentro de nada, ser enterrados en él. Solamente nos van a salvar las buenas historias, contadas bien. Me temo que avanzamos sin descanso hacia la desconfianza de los lectores.
–¿Se ve haciendo crónicas como las de Emmanuel Carrére sobre el juicio del atentado de Bataclan?
–Ahora mismo me veo dándole bola a Obra maestra, no quiero pensar en nada más. He estado tanto tiempo esclavizado con su escritura que quiero vivir este libro una temporada… Por otra parte, yo he trabajado en la sección de tribunales de un periódico de provincias y le aseguro que, aunque se aprende de la condición humana, por lo general te aburres muchísimo y te mueres de asco. Lo de Carrére es otra liga.
–¿No le tentaría escribir una serie o una película?
–¿Ahora? (pone cara de terror, un poco simulada). Me gustaría, claro. Que alguien (subraya) llevara una novela mía a la pantalla, pero no se ha dado el caso. ¿Gustarme? sí.
–Aparece en las redes y está al tanto de lo que escriben sus contemporáneos.
–Los leo, sí. Me interesan porque aprendo y, sinceramente, porque quiero que me lean a mí. Que me lean los vivos. Los muertos no me pueden leer. No se puede pretender ser un escritor leído y despreciar a tus contemporáneos porque eres uno de ellos. Además, estamos en un buen momento. Hay muy buenos escritores. Muy buenos.
–Su padre se dedicó a la escultura, pero en el documental de Simone G. Saibene sobre usted –Escribir lo imposible– dice que usted es un perfecto inútil.
–Para todo lo que no sea escribir soy un perfecto inútil. No tengo ningún sentido de la vida práctica. No sé reaccionar. El otro día instalé una bombilla de 300 watios que tenía que ser de 120 y, cada vez que la enciendo, estalla. Lo grave no es que no sepa arreglarlo, es que soy incapaz de encontrar un electricista. Me falta iniciativa. Debe ser desidia. La procastinación.
–Creo que tiene ideas escritas en una libreta que no quiere tocar. Le he oído decir que no podría hacer biografías, aunque publicó un epistolario de Manuel Murguía (casado con Rosalía de Castro) porque caería en la ficción. Ha hecho cosas muy raras.
–El otro día una mujer muy amable se interesó en las redes por mi experiencia con literatura juvenil y premio de Barco de Vapor. Tuve que explicarle que era Máquina de vapor, un premio de literatura pornográfica que gané dos veces cuando era estudiante. (Ríe encantado con el equívoco).