Ha pasado casi un mes desde la celebración de Sant Jordi. Las consecuencias de aquel día de granizo, lluvia y viento soy hoy aún más evidentes si cabe que entonces. Porque, más allá de los tenderetes que se vinieron abajo a causa de la tormenta, la pérdida de ejemplares es una realidad contabilizada. A los que las editoriales dieron por muertos en sus propias paradas se suman los que las librerías han tenido que devolver por no ser aptos para la venta. Las distribuidoras no se han hecho cargo de estas pérdidas. Tras ese fatídico Sant Jordi, las instituciones, a modo de reparación, quieren volver a celebrar otro Día del Libro en julio, si bien, entre críticas por la falta de previsión –las predicciones meteorológicas anunciaban viento y lluvia para el 23 de abril con bastante antelación– más de uno se pregunta sobre la viabilidad de este evento cultural.
¿Tiene sentido jugársela todo a un solo día al año? ¿Debería replantearse el Día del libro y, quizás, pensar en una celebración más extensa en el tiempo? ¿La solución pasaría por hacer en Barcelona una Feria del Libro similar a la de Madrid donde, previo pago por la caseta, el Ayuntamiento se hace responsable de lo que suceda?Estas preguntas están formuladas. Y no parece que nadie pueda contestarlas con rapidez, aunque el debate entre los profesionales está abierto. Los problemas de viabilidad y rentabilidad para los agentes económicos vinculados al libro se multiplican. Los nuevos frentes de batalla son la falta de papel y al aumento de la inflación.
Papel, electricidad y el transporte: los costes suben
El 18 de febrero de 2022, el periódico argentino Clarín publicaba un reportaje sobre la falta de papel a la que se enfrentaba el sector del libro, un problema de índole global. La escasez de la materia prima del sector editorial viene produciéndose desde que, con la pandemia de Covid, los transportes se ralentizaron, faltó mano de obra y comenzó la crisis de los contenedores que afectó precisamente a China, uno de los principales productores de papel. Se buscaron mercados alternativos –Finlandia, y Canadá, principalmente–. Sin embargo, los grandes grupos empresariales no tardaron en posicionarse en ellos y acaparar los suministros. Prueba de ello es que los sellos independientes gestionan la compra de papel directamente con las imprentas, no con los productores. Los trabajadores de la principal papelera del mundo, UPM Kymmene, fueron a la huelga desde el 1 de enero hasta el 22 de abril como señal de protesta al cierre de fábricas tras la pandemia y la falta de materiales. Si en el mes de febrero se calculaba que el papel había incrementado de un 20% su precio, ahora ya se habla de entre un 30% y un 40%.
No es el único suministro que se ha encarecido. Los gastos de transporte son cada vez mayores debido al aumento del gasoil, hecho al que, posiblemente, próximamente se le sume otro: la escasez de transportistas. La guerra en Ucrania y el cierre de los intercambios comerciales con Rusia, el principal proveedor de gas para buena parte de Europa, tensiona el mercado de los carburantes y augura periodos de racionamiento. En este contexto, la distribución de libros se encarece. Los gastos fijos de las editoriales aumentan. Y dicho encarecimiento que se suma a de la electricidad. Nadie ha salido indemne: editoriales, librerías, imprentas y distribuidoras. Para asumir tantos gastos hay que incrementar los precios, como dicta la lógica de mercado. La editora de Rayo Verde, Laura Huerga, lo señalaba: el papel ha subido de tal manera que resulta imposible mantener los precios de los libros. ¿Qué implica su subida? ¿Es la única solución? ¿Cómo va a afectar al resto del sector?
Las librerías y el precio fijo
Las librerías llegaron a Sant Jordi sin vender más libros y con costes mucho más elevados. Para muchas, el incremento del precio de la electricidad hizo que, en sus últimas facturas, los costes de energía se duplicasen e incluso se triplicasen. Si la factura de la luz incrementaba los gastos, la subida del IPC amenaza con incidir en el precio de los alquileres. ¿Cómo hacer frente a esta tormenta económica? La ley del precio fijo imposibilita a las librerías subir los precios –como mucho, pueden reducirlos un 5%–. Dependen pues de las decisiones que adopten las editoriales. Si éstas deciden aumentar el precio de los libros, las librerías se beneficiaran, pero si deciden mantenerlos no podrán soportar los costes recurrentes, con independencia de las ganancias que las librerías obtienen por la venta de otro tipo de productos. ¿Es el incremento de precios la solución? Muchos se preguntan si encarecerlos no provocará que el mercado editorial pierda lectores.
Las editoriales: no todo gira sobre el precio
Indudablemente, los lectores serían los principales perjudicados en caso de un hipotético aumento de los precios. Los grandes grupos editoriales lo descartan a corto plazo. Sellos independientes como Acantilado, Anagrama o Páginas de Espuma no lo contemplan “al menos por el momento”, como recalca Juan Casamayor, dueño de esta editorial madrileña. La situación es incierta: nadie sabe exactamente qué va a pasar. “Estamos analizando el contexto, asumiendo los incrementos, y realizando ajustes puntuales cuando es necesario. Estamos en un momento muy complejo cuya evolución es difícil de prever”, señala Eva Congil, directora general de Anagrama.
Otras editoriales han decidido redondear el precio de sus libros. Es el caso de Impedimenta, Panini Cómics o Desperta Ferro, cuyas revistas cuestan un 7% más caras para evitar encarecer los títulos de su catálogo. La modificación de los precios solo es una consecuencia más de las estrecheces. La carestía de papel ha comenzado a ralentizar la publicación de algunas novedades, como admite Acantilado. Las tensiones de producción ha obligado a adelantar los pagos a las imprentas para garantizarse los pedidos de un papel que, de momento, no existe. Se paga por un papel que no existe con la esperanza de que los ejemplares no dejen de llegar a las librerías en las fechas programadas, pero a costa de reducir tiradas, sobre todo en el caso de los sellos independientes. Se notó ya en Sant Jordi: hasta casi el último momento muchas editoriales no supieron si contarían con los ejemplares previstos. Las imprentas trabajan con retraso y las distribuidoras acumulan ejemplares, en parte por el efecto de la pandemia con respecto al calendario de las novedades o las devoluciones debido al retraso a la hora de colocar en librerías todos los títulos.
La rueda sigue girando
La inquietud es evidente. Muchos editores independientes temen una posible contracción del mercado tras unos años de crecimiento. De momento nadie contempla reducir el número de títulos publicados, especialmente los grandes grupos, que lanzan sus novedades semanalmente. Parte del sector reduce sus tiradas cuando no puede obtener papel para imprimit entre 3.000 y 1.000 ejemplares. La rueda editorial, sin embargo, sigue girando, aunque no es descartable que algunos puedan ser expulsados de ella. . La editorial Insomnia anunciaba este mes que cerrará en diciembre: “Hemos luchado todo lo que hemos podido, todas las editoriales independientes que siguen al pie del cañón merecen que apoyo, que se compren sus títulos y se lea a sus autores”. Ese mismo día, la editorial catalana Flâneur, con un catálogo donde figuran Roth, Sebald, Borges, Kafka, Rimbaud o Blanchot, hacía pública una deuda de 67.600 euros. Quizás sea hora de pararse a pensar. Y no únicamente en Sant Jordi.