Ignacio Vidal-Folch: “Nadie dice la verdad, como todos sabemos”
El escritor barcelonés, que acaba de publicar la traducción íntegra de los 'Diarios' de André Gide, reflexiona sobre la escritura autobiográfica y el narcisismo intelectual
22 noviembre, 2021 00:10Ignacio Vidal-Folch es una mente lúcida. Un escritor, traductor y periodista con el que cualquier entrevista se convierte en una de esas conversaciones que no quieres que concluyan. Comenzó escribiendo cómics para, a continuación, estrenarse como autor de relatos con El arte no se paga. En 1987, publicó su primera novela, No se lo digas a nadie, tras la cual vinieron muchas más, como Turistas del ideal, Contramundo o Pronto seremos felices. Desde 1989 a 1991 fue corresponsal en los países del antiguo bloque soviético, desde donde narró su transición a la democracia. Como ensayista, firmó junto a Ramón de España El canon de los cómics y, como cronista, es autor de Barcelona, museo secreto. Tiene una larga trayectoria como traductor de autores como Jean Frémon, Jules Renard, Teodor Ceric, Geraldine Lenain, Simenon, Jean Cocteau o Pascal Quignard. Acaba de publicar con la editorial DeBolsillo los dos primeros tomos de los diarios de André Gide.
--“Leo páginas de este diario: a fin de cuentas, es lo mejor y más útil que he hecho en la vida”, escribió Jules Renard, un autor al que usted ha traducido.
--Traduje ya hace algún tiempo el Diario de Renard, que efectivamente es lo mejor que escribió, pero solo publicamos una antología de entre 300 y 400 páginas. Creo que es una antología excelente, la mejor que puede hacerse, y de hecho sigue circulando y se reedita cada año. Y hay quien dice que es mejor la antología que la totalidad del texto. Puede ser. Aunque yo no lo creo. Se me quedó clavada la espina de no traducir el diario íntegro, es una pequeña frustración.
--¿Por qué?
--Porque cuando uno traduce se siente muy cercano al autor, siente cierta fraternidad y le desea lo mejor. A veces, antes de haber traducido la frase piensas que sabes lo que va a decir, que navegas por sus circunvalaciones cerebrales. No gusta verlo amputado. En cambio los diarios de Gide salen prácticamente en su integridad, lo cual es una satisfacción, además de que ha sido muy entretenido pasar el año de la pandemia con él. Y además tiene sentido porque, así como Renard concebía (y reescribía) cada entrada de su diario como una pieza de orfebrería, Gide escribía el suyo a salto de mata, llevaba el cuaderno en el bolsillo y lo escribía mientras comía en el restaurante, mientras esperaba a alguien en el banco de un parque y, a veces, mientras caminaba (no sé cómo se las apañaba para hacer esto); iba publicando en la Nouvelle Revue Française páginas a medida que las escribía. A veces, provocando reacciones airadas u ofendidas. O cambiando, a mejor, su opinión sobre determinados personajes de la época, como el pintor Blanche, autor del célebre retrato de Proust. En fin, la traducción ya la he acabado. Los volúmenes tercero y cuarto se publicarán este otoño.
--¿Son los diarios lo mejor que hizo Gide?
--Probablemente es lo mejor que escribió, según la opinión de algunos sabios. Aunque yo creo que Paludes es una novela magistral y atómica, en el sentido en que fue atómico el arte de Malevitch o el de Duchamp, una ruptura con el pasado que abrió el futuro, puro novecento. Así que yo diría que lo mejor de Gide es Paludes y los Diarios. Paludes es un artefacto literario primoroso; en cambio los Diarios son lo menos literario, lo menos calculado. Varios intelectuales de mi generación y de generaciones más cercanas a la mía me han comentado que la lectura temprana de este Diario fue para ellos decisiva. Se reconocieron ahí; quizá en los combates espirituales contra la educación rigurosamente religiosa, o en la exaltación de una sexualidad desinhibida, o en la fe absoluta en la literatura, o en la alegría de viajar, o en su declarado y reiterado propósito por ser feliz, que Gide practicó sistemáticamente. O en sus oscilaciones y contradicciones políticas y arrepentimientos y en otras cosas, como en un personaje complejo que tenía un legítimo orgullo pero también ausencia de vanidad --muchos de sus libros tuvo que autoeditarlos, y en el Diario apenas menciona el premio Nobel que le dieron-- y se sentía y reconocía una inteligencia inferior a la de otros contemporáneos.
--Renard también se preguntaba qué sentido tenían los diarios si nadie decía la verdad. Déjeme preguntarle lo mismo como traductor teniendo en cuenta que usted mismo ha señalado que el diario “no deja de ser una forma de ficción”.
--Renard tiene toda la razón: nadie dice la verdad, como todos sabemos. Y gracias a Dios, porque si la dijéramos el mundo explotaría… Aún así los diarios tienen muchísimo sentido. Teniendo en cuenta la naturaleza compleja de lo que llamamos vida, un posible sentido de la misma se refugia y sólo puede encontrarse en la ficción. Y una rama más de la ficción es la escritura autobiográfica. Incluso diría que es la ficción más elaborada, por el siguiente motivo: el personaje de la trama es el ser humano preferido por el autor. ¡Lo cuida muchísimo! ¡Cómo lo mima, incluso cuando le reconoce algunos defectos! Aquí el autor no se permite sarcasmos demasiado crueles con su protagonista.
Por lo demás, si es verdad, como dicen, que la novela ha caído a finales del siglo XX en el descrédito, o en la sospecha de haberse convertido en un artilugio industrial y, siendo más difícil que logre suspender la incredulidad del lector, la literatura del yo y los diarios tratan de recuperar esa confianza presentándose como alternativa, como vehículos de algo auténtico y hasta ahora oculto: el propio yo del autor. Es una falacia monumental y encantadora… Hablando más en serio, sólo con la selección de los acontecimientos que el autor elige, entre el caudal de hechos de un día cualquiera, ya hace ficción. De manera parecida a las películas, que no se hacen en el momento de rodarlas, sino en la mesa de montaje.
--La publicación del diario de Gide coincide con la publicación de los diarios de Virginia Woolf o Sylvia Plath. ¿Ha habido una falta de interés, al menos por lo que se refiere al mercado español, hacia este género?
--Creo que eso era así décadas atrás; nunca ha sido, ni lo es ahora, un género predilecto de los lectores. Aún así, ahora se publican muchos por los motivos que acabamos de comentar y, entre otras razones, porque un rasgo de la personalidad del escritor suele ser el narcisismo, y exponer su propia cotidianeidad satisface ese narcisismo: ¡Ser no sólo el autor, sino también el protagonista de tu propio libro...! Hasta hace unas décadas, la tentación del narcisismo estaba frenada por un sentido muy severo del pudor, y de la discreción, que supuestamente era una característica de la psicología de los españoles, pero quizá era una imposición cultural. Ahora bien, por varios motivos que sería largo exponer ese culto del pudor se ha disuelto, ha desaparecido por completo. Esto lo comprendí con claridad la primera vez que vi en la televisión a un marido que, tras revelar cierta peculiaridad física inconfesable de su mujer, y ante el estupor del locutor, que era Jesús Puente, y que le reprochaba esa deslealtad --“pero hombre, cómo cuenta usted eso si sabe que la avergonzará delante del público”-- respondió triunfalmente: “¡Que se entere toda España!” Recuerdo que a la semana siguiente entrevisté en París a Cioran, que veneraba su recuerdo de España --había recorrido en bicicleta, con su mujer, de joven--, y el carácter “orgulloso, distante” de los españoles, y no pude menos que sonreírme. No quise desengañarle.
--Usted mismo ha practicado el género en Lo que cuenta es la ilusión. ¿Qué le aportan los diarios con respecto a las novelas o al periodismo?
--Considero el diario publicado, igual que las novelas, como ejercicios de estilo, o como literatura, o como ficción. Hay materiales narrativos que se realzan mejor en un género o en otro artificio narrativo. El diario me permite además una voz fragmentada, prismática, permanentemente cambiante, e integrar materiales disímiles. Y le ofrece al lector la posibilidad de saltar una entrada si no le interesa y pasar a la siguiente. Ayer escuché en la calle un diálogo encantador de una pareja de adolescentes. Ella le preguntaba: “¿Lo pasaste muy mal cuando ella te dejó? Y él respondió: “Sí, lo pasé fatal, sufrí muchísimo”. Ella entonces preguntó: “¿Y durante cuántos días?” Y él: “Oh, uno o dos”. Bueno, un diálogo así, tan revelador, en una novela, puede resultar inverosímil. Pero es real, y es un signo de los tiempos. ¿Cómo podría rescatarlo de la calle? Quizá en una entrada de un diario, donde el a priori, aunque ya he dicho que es falso, es que lo que se cuenta son cosas de la vida real, no invenciones.
--A diferencia de otros autores, Gide no utiliza su diario como un espacio-taller para su obra narrativa, sino que su escritura diarística va en paralelo a la de sus novelas, sin tocarse necesariamente. ¿Difiere mucho la escritura del diario de las de sus novelas? ¿Podemos hablar de una evolución o transformación del estilo de Gide desde los años de juventud a los de madurez?
--Las novelas de Gide son constructos estilísticos muy cuidados y autoconscientes, y a veces portavoces de ideas determinadas del autor; por ejemplo, sobre el mismo hecho literario, sobre la naturaleza de la novela. Pero, en cuanto novelas, están imbuidas e irradian una necesaria ambigüedad. El diario es otra cosa diferente. Escribe lo que pasa y lo que piensa a bote pronto. Por lealtad al género tal como lo entendía --de una manera parecida a Léautaud, o sea como instantánea del momento, al contrario de Renard o de Junger, que corregían incansablemente sus diarios--, no volvía sobre lo escrito, sino como máximo en ediciones siguientes agregaba alguna nota al pie señalando: “Entonces yo no sabía que...” o “Creo que fui injusto al decir esto de Fulano, como luego pude comprobar…”.
--Gide en sus diarios se corrige, se matiza, se contradice ¿Fue alguien que entendía el pensamiento como algo en constante revisión?
--Es un caso curioso. Era consciente de su valía, estaba muy seguro de la importancia de su aportación y de sus opiniones --por ejemplo, sobre la sexualidad, el comunismo, la literatura de su tiempo, la manera en la que hay que tocar al piano determinadas composiciones--, pero no tenía verdadera vanidad, creo que ya lo hemos comentado, cambiaba de ideas a veces por simpatía hacia quienes sostenían un criterio que en principio le parecía equivocado. Así se ve cuando la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial: al principio razona que es mejor cooperar, hasta cierto punto, con el invasor; y efectivamente sigue publicando sus textos en una revista ya controlada por el invasor. Pero cuando sus amigos se lo reprochan, cambia de opinión inmediatamente. Desde luego, el diario es un sismógrafo de su alma.
Es interesante el contraste entre su lucha en los primeros años juveniles, cuando una educación religiosa severa le imponía combatir y vencer las exigencias de una sexualidad, que en su caso era avasalladora, esa tortura que le inducía a largas y extenuantes caminatas, etcétera, y al arrepentimiento y temor al infierno cuando inevitablemente cedía a la llamada del placer, con su ultraliberalismo sexual posterior, incluida una pederastia militante, que justificaba con tradiciones educativas de la antigua Grecia y que expuso y postuló en los ensayos de Corydon.
--Un ensayo polémico, sobre todo desde la perspectiva actual.
--Sobre este asunto de la pederastia, que también comenta abiertamente en sus memorias --Si la semilla no muere-- hay varias anécdotas muy reveladoras de la estructura social de Francia en la primera mitad del siglo: la miseria extendida, la niñez desamparada, que vende su inocencia por un pedazo de pan. En los Diarios hay anécdotas impresionantes. Por cualquiera de ellas hoy Gide estaría en la cárcel. A propósito, si me permite citar una anécdota que me parece muy curiosa… Gide estaba casado con su prima, tenía con ella una relación de amor asexuado e intimidad desde niños, y su matrimonio fue blanco. Cuando ella se enteró de que, en cierto viaje, Gide lo hacía con un amigo jovencito, quemó las cartas que él le había estado enviando desde niños y dejó de quererle.
Esas fueron las dos grandes tragedias en la vida de Gide, según cuenta: una, ser consciente de que ella ha dejado irreversiblemente de amarle; y la otra, que su copiosa correspondencia, miles de páginas amorosas y confesionales donde él cifraba lo mejor, lo más puro y noble de su existencia, lo que la justificaba mágicamente, el mejor argumento en su defensa que podría tener en el Juicio Final… fuese cenizas. Esto recuerda un episodio de la correspondencia de Canetti, que también cayó en la desesperación cuando su mujer Veza, enfadada con él por no recuerdo qué motivo, le dijo que había quemado sus cartas. En este caso no eran las cartas de Canetti a su mujer, sino las de Veza a Canetti. Cuando Canetti pudo recuperarlas daba saltos de alegría…
--Usted fue testigo como corresponsal de la caída del bloque soviético. ¿Qué papel jugaron intelectuales como Gide, con su apoyo y su desengaño, en la percepción sobre la antigua URSS?
--Necesitaría escribir un ensayo para responder a esta pregunta sin ser demasiado banal. Puedo decir de momento que una de las fuerzas más potentes de la sociedad es la de la imitación, el espíritu grupal, tal como lo analiza Toutain en su Imitación del hombre. En principio, juzgar a otros por sus tomas de posición política en el pasado… es antipático. Le puedo decir que tengo presente la tragedia estúpida de tantos intelectuales de izquierdas que preferían “equivocarse con Sartre que acertar con Aron” --¡o sea, preferían equivocarse!--, y también el coraje y el orgullo bien entendido de algunos que se atrevieron a oponerse a la corriente, como Simon Leys con su Traje nuevo del emperador, aunque en algunos casos, como por ejemplo el de Panait Istrati, o Milovan Djilas, el autor de La nueva clase, les destruyera. Es trágica y a la vez bufa la desesperación de los exiliados del Este que después de padecer bajo el yugo soviético encontraban refugio en París y, cuando criticaban los horrores de los que habían sido testigos, eran tratados como fascistas. Los diarios de Ionesco son muy ilustrativos sobre esto.
--De lo que no hay duda es que, con aciertos y equivocaciones, Gide representa la figura del intelectual. ¿Es todavía es posible hablar de dicha figura?
--Pues… Sigo a algunos con relativo interés, como discursos estimulantes, pero con escepticismo. Fukuyama y su Fin de la historia. Byul-Chung Han empezaba su celebrado discurso sobre La sociedad del cansancio hablando de nuestra época como de una era post-pandemias… ¡Qué pronto le ha desmentido la realidad! El optimismo de Steven Pinker, con sus gráficos sobre la disminución del porcentaje de guerras y la buena dirección que sigue la flecha de la historia… Qué lúcido parece Foucault con su ensayo maravilloso Vigilar y castigar: ¿Y no es llamativo que se equivocase de una forma tan radical e imperdonable con su celebración de Jomeini? ¿Acaso no se veía, ya antes de que Jomeini volviese a Irán, qué clase de horror era aquel clérigo y la pavorosa regresión que encarnaba y que volvía con él?... Los anglosajones veneran a Hitchens, que efectivamente era un hombre de gran ingenio y lucidez, pero en el momento decisivo de su carrera intelectual, que no era el momento en que se puso a debatir con obispos canadienses sobre la existencia de Dios, tema que a nadie (o a casi nadie) le importa un pepino, sino el momento de posicionarse sobre la guerra de Irak, la avaló, en nombre, claro está, de la democracia y la libertad.
Con estas cosas me lo paso bomba, he de confesarlo. ¡Angélicos! Todos me recuerdan a Bernard Henri-Lévy, que a su vez me recuerda a Andalet, el tonto de mi pueblo. Aunque también tengo que decir que Andalet decía cosas raras que eran muy estimulantes. Me parece que en los intelectuales vemos charlatanes más o menos ingeniosos. Claro que ese ingenio ya es mucho, da pie a elucubrar, como un verso de Enrique Molina. Para mí, hoy, Zizek es el mejor. Él mismo se fotografía debajo de un retrato de Stalin, como diciéndonos que tomemos sus análisis cum grano salis. “Eh, sí, sostengo esto, pero recuerda que lo sostengo bajo una foto de la cara de Stalin. Si quieres, la lamo”. Creo que el mundo es demasiado complejo para que el individuo, por proteico que sea, pueda abarcarlo, comprenderlo, diagnosticarlo y acertar. Creo que ésta es la era del trabajo en equipo. Es una manera estupenda de hacerse uno mismo más inteligente.
Con estas cosas me lo paso bomba, he de confesarlo. ¡Angélicos! Todos me recuerdan a Bernard Henri-Lévy, que a su vez me recuerda a Andalet, el tonto de mi pueblo. Aunque también tengo que decir que Andalet decía cosas raras que eran muy estimulantes. Me parece que en los intelectuales vemos charlatanes más o menos ingeniosos. Claro que ese ingenio ya es mucho, da pie a elucubrar, como un verso de Enrique Molina. Para mí, hoy, Zizek es el mejor. Él mismo se fotografía debajo de un retrato de Stalin, como diciéndonos que tomemos sus análisis
--¿Siete ironía o escepticismo hacia esta Europa de cuya reconstrucción fue testigo y que parece estar desmoronándose?
--En coherencia con lo que le acabo de decir, creo que lo que yo piense sobre la pervivencia o la agonía de la idea de Europa no le importa a nadie, ni siquiera a mí mismo. Tengo opinión, pero sé que no tiene más valor que la de un taxista. Si me la empiezo a explicar a mí mismo, me quedo dormido.
--Yo seguro que no me duermo.
--O me doy de bofetones mientras peroro.
--¡No será para tanto!
--No lo digo por falsa modestia. La opinión es una cosa cambiante y…. Asistí, sí, en primera fila, a la caída de un sistema pérfido. Conocí y hablé con muchas personas que me contaron experiencias de primera mano. Y escribí sobre el final de esa perfidia con una alegría digna de mejor causa, totalmente exagerada, pues los horrores con los que ha sido sustituida son repugnantes y no encuentran tope, ni freno, ni crítica…
Para concluir, si acaso podría decir que una paradoja triste de la vida es que si uno vive los suficientes años y no es del todo fanático o contumaz en el error, dará una vuelta de 360 grados a sus convicciones o prejuicios, iniciales, de manera que se convertirá fácilmente en la antítesis de sí mismo, en el traidor de sí mismo, en el renegado de su juventud. ¿Qué parte tiene en ese cambio el aprendizaje de la lucidez, el acumulamiento de nuevos conocimientos, y qué parte el mero cansancio de sí mismo, el aburrimiento de las mismas ideas, el capricho de cambiarlas por entretenerse so capa de haber pensado mejor, con más sutileza, haber pensado más? ¿Cómo evitar esa traición a tu propia juventud? Respuesta: muriendo tempranamente o no teniendo ideas generales… o por lo menos no expresándolas. Esta pregunta que me hace usted me halaga porque significa que cree que puedo responderla.
Para concluir, si acaso podría decir que una paradoja triste de la vida es que si uno vive los suficientes años y no es del todo fanático o contumaz en el error, dará una vuelta de 360 grados a sus convicciones o prejuicios, iniciales, de manera que se convertirá fácilmente en la antítesis de sí mismo, en el traidor de sí mismo, en el renegado de su juventud. ¿Qué parte tiene en ese cambio el aprendizaje de la lucidez, el acumulamiento de nuevos conocimientos, y qué parte el mero cansancio de sí mismo, el aburrimiento de las mismas ideas, el capricho de cambiarlas por entretenerse so capa de haber pensado mejor, con más sutileza, haber pensado más? ¿Cómo evitar esa traición a tu propia juventud? Respuesta: muriendo tempranamente o no teniendo ideas generales… o por lo menos no expresándolas. Esta pregunta que me hace usted me halaga porque significa que cree que puedo responderla.
--No le quepa la menor duda. Lo creo firmemente.
--Son cuestiones que me vienen grandes. Hay otros problemas en la política actual relativamente sencillos de diagnosticar, porque ya han sido muy estudiados y, si uno tiene algunas lecturas. puede aplicar sobre la nueva manifestación del problema la falsilla de la anterior. Me ciño a esos.