Lluis Maria Todó, ‘ripeness is all’
El escritor analiza en un memorable ensayo autobiográfíco, donde crítica y narración conviven, cómo las influencias literarias ayudan a construir la identidad personal
12 octubre, 2021 00:00“He passat bastant de temps malalt, més d’un any estirat al sofà de casa o al llit, sense energia”. Con esta frase proustiana, empieza Lluis Maria Todó Un diàleg imaginari (Club Editor, 2021), su espléndido e incitante ensayo autobiográfico sobre los autores que le han acompañado durante toda su vida como escritor, profesor y traductor. La postración por la enfermedad anima a Todó a recordar sus inicios como lector de Stendhal, Flaubert y Proust, los escritores con los que se formó sentimental e intelectualmente y que han constituido a la persona que terminará por entregar a la muerte. Y es que el libro indaga en el fondo en la cuestión siempre difícil y ambigua de la conformación de la propia subjetividad a través de la estética. ¿De qué capas de lecturas, conversaciones y elecciones está hecho un hombre? ¿Quiénes hablan cuando afirmamos o negamos algo? ¿De qué materia está hecha nuestra voz cuando especula o escribe?
En un mundo en que el yo ha quedado atrofiado y reducido a una expresión cada vez más simple y comercial, producto del automatismo tecnológico, Todó acierta a evidenciar la complejidad infinita que se esconde tras su identidad pública de homosexual, novelista y profesor, dinamitando con ello cualquier atisbo de seguridad preconcebida y ofreciendo al mismo tiempo el raro testimonio de una madurez lúcida y honesta. Un diàleg imaginari es también un ejemplo de lo que puede llegar a ser el futuro de la crítica. En una época en que el juicio, como profetizó Benjamin, ha sido desplazado por la publicidad y la emergencia de una opinión múltiple y ubicua, pero también indiferenciada, por su carácter industrial, quizá la supervivencia del criterio, el sentido de la tradición y la ambición hermenéutica pase por la expresión desinhibida de una subjetividad dislocada que sea capaz de emanciparse del medio con la feliz memoria de su resistencia.
Con su bagaje intelectual y estilístico –su catalán es un idioma lleno de vida, desacomplejado, dúctil, capaz incluso de reírse de sí mismo (“ai aquets relatius catalans!”)–, Todó podría haber escrito un ensayo clásico sobre sus tres autores de cabecera. La decisión, sin embargo, de contar al mismo tiempo su experiencia como enfermo, su despertar a la sexualidad, sus años como profesor en la Universidad de Barcelona, antes de convertirse en novelista, su trabajo como traductor –no sólo de libros sino también de películas para la recién creada TV3– en plena normalización lingüística, muchas veces en contra de los dictados oficiales, consigue restaurar todo aquello que antes sostenía la autoridad impersonal, fría y distante del crítico acostumbrado a ponderar en el ámbito de los sobreentendidos. Gracias a esa operación, Todó logra desacreditar la ingenuidad de las actuales opiniones literarias y a la vez dotar a sus juicios de una inesperada y vertiginosa profundidad. La fruición de su lectura de Stendhal, por ejemplo, nos ayuda comprender que se trata de un autor que sólo puede entenderse de verdad a partir de los cuarenta, como le ocurrió a él mismo, cuando uno empieza a poner la propia experiencia en perspectiva (¡el descubrimiento de la perspectiva renacentista, como diría Félix de Azúa!) y ya no importan tanto las cuestiones formales. “La frase està mal feta però la cosa és veritat”. Esta cita de la Vida de Henry Brulard, la autobiografía de Stendhal, resume en sí misma la tensión entre el autor de El Rojo y el Negro y su sucesor Flaubert, para quien no podía haber verdad sino en la frase perfecta.
Con su bagaje intelectual y estilístico –s
Stendhal pudo aún vivir a gusto en su época, en medio de las convulsiones de la restauración borbónica y evocando el ardor de las gestas napoleónicas, pero disfrutando todavía de la douceur de vivre propia del Ancien Régime, tal y como la definió Talleyrand. Flaubert, en cambio, tuvo que acarrear con una época mucho más ingrata y banal, desprovista de heroísmo, en medio de una sociedad mercantil y amenazada ya por lo que Tocqueville había definido como “despotismo democrático”. En Stendhal todo es aún experiencia viva, sensorial, feliz y plena. Flaubert, por el contrario, representa en su obra la extinción de la experiencia, el fracaso del conocimiento y la difícil supervivencia de la palabra. Podemos llegar a entender que Flaubert, ante la explosión de espontaneidad y hedonismo de Stendhal, expresada con frases urgentes y conversacionales, llegara a decir, como recuerda Todó, “este idiota de Stendhal”.
Las lecciones sobre Flaubert, en particular sobre Madame Bovary, novela que el autor tradujo con maestría al catalán, son siempre iluminadoras y llenas de detalles memorables, como cuando se comenta la escena en que Félicité, la criada del matrimonio, y Justin, el mozo de la farmacia, limpian y ordenan la ropa de Emma sin saber que le están preparando la huida. Todó resume el genio de Flaubert en esta frase: “Justin agafava del prestatge les sabates d’Emma, encara brutes de fang –el fang de les cites– que es desfeia en pols sota els seus dits, i que ell veia pujar lentament dins d’un raig de sol”. Como comenta Todó, Flaubert lleva la silepsis del “barro de las citas” hasta un extremo que le sirve para representar el amor platónico de Justin por Emma mediante esa transformación del fango en un leve polvo que se deshace entre sus dedos a la luz de un rayo de sol. Ahí está Flaubert como antecesor de Mallarmé.
Proust, el último autor que se aborda en el libro, aparece antes como perspicaz lector de los dos maestros y voz omnipresente en la formación del autor, de manera que cuando llegamos al último capítulo ya estamos avezados a su trato. El comentario sobre la Recherche le sirve además a Todó para abordar sin disimulos la cuestión sobre su sexualidad que ha asomado desde el principio, pasando de la tutela inicial de André Gide a la crudeza del autor de Sodoma y Gomorra. La especulación final le permite así recoger todo los hilos desplegados a lo largo del ensayo e ilustrar, en un gesto performativo, la tensión entre crítica y narración que define el universo proustiano.
Hay en el libro, como en sordina y entreverado con altura, un lamento por todo lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos tiempos y que a juicio del autor habría destruido el clima de cordialidad en el que antes se podían dirimir las diferencias ideológicas. En ese sentido, su postura siempre ha sido disidente sin ser militante en nada, suficientemente oblicua para ver las cosas con distancia y pensar con libertad y sin fanatismo. Después de recibir y leer el primer poemario de Gabriel Ferrater, José María Valverde le escribió en una carta: “escribes en catalán como si no pasara nada”. Esa es la misma sensación que uno tiene cuando lee a Todó, un escritor que asume sin complejos que el catalán y el castellano son lenguas suyas y que puede escribir “ligue” o “polvo” (terribles y pecaminosos barbarismos) sin importarle lo que pueda pensar la Secció Filològica de l’Institut d’Estudis Catalans.
Uno tiene la impresión, cuando termina de leer Un diàleg imaginari, de que ha pasado unas horas memorables, amenas y edificantes conversando con alguien que ha conseguido destilar toda la experiencia intelectual y moral de su vida sin perder la pasión ni la curiosidad pero también sin esconder ni impostar nada, con esa transparencia que sólo les es concedida a aquellos que se atreven a aceptar el paso difícil de los años y despojarse a tiempo. Ripeness is all.