Roberto Calasso, la luz intelectual que brilla en Europa
Dolor en el mundo del libro por la muerte del gran editor florentino de Adelphi que ha marcado a las últimas generaciones europeas
30 julio, 2021 00:10Adelphi es el término medio entre la comprensión y la tolerancia: es la propensión a la afinidad. Así se llama la casa editorial a la que el escritor y editor Roberto Calasso, fallecido ayer en Milán, le ha dedicado más de medio siglo de desvelos. Calasso, sumido en una larga enfermedad, se despidió a los 80 años, el mismo día en que salían a las librerías dos de sus obras autobiográficas, Memè Scianca, sobre su infancia en Florencia, su ciudad natal, y Bobi, las memorias de Roberto Bazlen, creador con Luciano Foà de la editorial Adelphi, creada en 1965 y refundada por Calasso en los primeros años setenta.
Es el autor de Las bodas de Cadmo y Harmonía y especialmente La literatura y los dioses, ambas editadas en España por Anagrama, fundada por su amigo Jorge Herralde, que ayer despidió a Calasso sosteniendo que ha levantado “una de las obras literarias más importantes de nuestro tiempo”. Hoy, las letras desprenden lágrimas: el Comité de Honor de la Fundación Formentor, que reconoció al escritor en 2016 con el Premio Formentor, dice haber “sufrido una triste pérdida”. Calasso está en la lista de un crepúsculo en el que se incluyen ausentes ilustres, como Borges y Umberto Eco. Añadamos a Italo Calvino, quién a la hora de arrumbar en orden precioso a cientos de autores desde Homero hasta Cervantes, ha sido el no va más. También se ha pedido repetidamente el Premio Nobel para Calasso, nunca concedido por la Academia Sueca, aunque lo mejor es dejar eso para el cuarto de ratas de los sabios.
Caso único
El suyo es un caso único de genial matriz: publicó y publicó cosas aparentemente inconexas, como libros de teatro japonés, de teología, textos tibetanos o relatos de prisioneros de las SS en la Segunda Guerra. Calasso fue avanzando aparentemente en la publicación a ciegas hasta que un día --confiesa él mismo en Cien cartas a un desconocido (Anagrama)-- encontró en una librería de Florencia una clasificación tradicional de libros en materias, como cocina, economía, historia, geografía, letras, etc. Fue siguiendo el itinerario con la vista hasta llegar a un anaquel perdido, donde encontró este epígrafe: Adelphi.
Editar es la capacidad de dar forma a una pluralidad de libros, “como si fueran los capítulos de un único libro”. Así pensaba Calasso y su mirada sobre el mundo del libro lo abarcó todo. Analizó con resentimiento el modus operandi de sus antepasados, los Médici, partidarios de la llamada epístola dedicatoria, en la que el autor y el impresor dirigían su agradecimiento al Príncipe que había protegido la edición de la obra. Eran los tiempos en que el anuncio era asumido por medio de la adulación, un deporte peligroso que no ha dejado de practicarse hoy, cuando uno trata de conservar el respeto ganado. Amante del pasado, rescató el caso de Aldo Manuzio, conocido como el responsable del libro “más bello jamás impreso” y fundador apócrifo de lo que después han sido los libros de bolsillo.
Tantos y tantos son los papeles escritos por Calasso, que aparecen desperdigados para el lector poco atento. Recientemente, se ha publicado en Feltrinelli un ensayo de Elena Sbrojavacca (Literatura absoluta) sobre sus principales obras: 5.000 páginas cuya primera parte se incluyó en La ruina de Kasch (Anagrama), seguida de textos sobre la Viena de Kafka, el París de los simbolistas o el mundo del sánscrito que tanto le interesaba al autor y editor fallecido.
La belleza de una solapa
La invisibilidad es una parte sustancial del oficio de editar, por lo menos hasta que entra en escena la predilección del lector. Gracias a Calasso, Gallimard, Grasset, Einaudi, Planeta y tantos otros, el editor engrasa --en un amplio sentido del término-- el material del que están hechos los sueños creativos. Se mancha las manos hasta la extenuación, pero desaparece, como por ensalmo, en el momento de la entrega.
Calasso es un salto hacia el pasado remoto, realizado desde el esplendor moderno del fetiche de la mercancía. Amaba la belleza del libro-objeto. Escribió que la solapa “es una forma literaria humilde”, que espera todavía a quien sea capaz de escribir su historia. Para este gigante de la edición, la solapa ofrece la ocasión de señalar los motivos que lo han impulsado a escoger un libro en concreto; pero para el lector, es un texto corto que se lee temiendo ser víctima de una seducción fraudulenta. En medio de este empacho entre comercial y estético, sobresale el eco de la voz del último día del editor italiano: “la solapa pertenece a la fisonomía del libro”.
Lo decía cargado de razón, si tenemos en cuenta que en una cultura literaria se reconoce también por el aspecto de sus libros. Sea por la puerta que sea, cuando un libro entra en sociedad está condenado a suscitar desconfianza. Solo su belleza como objeto puede limitar este temor y solo su calidad literaria puede al fin rescatarlo para la posteridad.