La plaga de ratones y el mandarín
La fabula de Eça de Queirós, plasmada en 'El mandarín', ilustra una situación que cada individuo podrá interpretar, junto a esos ratones que asolan Australia
27 junio, 2021 00:00Ahora ha habido que desalojar una cárcel, con cientos de prisioneros y funcionarios, y distribuirlos por otros centros penitenciarios, porque los ratones la han infestado, roído los cables eléctricos, dejándola sin luz; el presidio ha colapsado. Seguimos con el máximo interés y la máxima curiosidad las últimas noticias de la plaga en Australia. Esta plaga de ratones que han arruinado la economía del estado de Nueva Gales del Sur, devorando las cosechas en sus silos, colándose en las granjas y almacenes, y convirtiendo la vida de los granjeros en un infierno repugnante que huele a muerte y a heces (por los miles de roedores que van muriendo, y las micciones y deyecciones que dejan a su paso) hasta que tienen que abandonar las granjas, tiene resonancias míticas y parece aludir a una estructura moral del mundo --alusión obvia, aunque quizá inexacta--.
El ratón, heraldo y transmisor de las pandemias de peste y cólera, es un enemigo con el que el hombre no puede pactar: o bien hombres, o bien ratones. Aún así ambos llegaron juntos a Australia en mil barcos llenos de convictos procedentes de Europa desde finales del siglo XVIII. La Revolución Industrial había causado agudas desigualdades sociales en las Islas Británicas, con ellas se había disparado la delincuencia, las cárceles estaban superpobladas y la solución fue enviar a los presos a colonizar Australia. Aquí la transformación de grandes extensiones de tierra virgen en campos de cultivo agrícola conllevó la liquidación o expulsión de las poblaciones indígenas y el exterminio de la fauna local; entre ella, los posibles depredadores que hubieran podido frenar las plagas de ratones, que son endémicas, aunque pocas veces tan agobiantes como la de este año.
Y la única solución que maneja el gobierno es comprar en China un potente veneno que hasta ahora era de uso prohibido en la Isla. Lo malo es que ese agente tóxico exterminará no solo a los ratones sino también al resto de la fauna… desprotegiendo aún más la tierra y los cultivos de cara a futuras cosechas y futuras plagas. Todo esto, y en general todo lo que nos pasa, desde la colonización de América hasta los progromos europeos que condujeron a la fundación del Estado de Israel y la destrucción de Palestina, pasando por la miseria de los imperios coloniales y la descolonización, parece seguir siempre la misma pauta tan humana de alejar el problema, como forma más rápida, pero solo aparente, de resolverlo. (Sucede que ahora en el mundo todo está muy cerca). El mejor relato sobre esa pauta universal es la noveleta, o cuento largo, El mandarín, de Eça de Queiroz, (Acantilado).
¿Y cómo acaba?
Es una fábula moral sobre un portugués agobiado por la pobreza, con una familia que alimentar. Una noche de insomnio, como lo son todas las suyas, se le aparece el diablo y le ofrece un pacto: su alma, a cambio de la riqueza. El pobre hombre pobre solo tiene que tocar una campanilla: "En el rincón más apartado de la China”, le explica el diablo, “existe un mandarín más rico que todos los reyes que nos cuentan las historias y las fábulas. Nada sabes de él, ni de su nombre, ni de su rostro, ni de la seda con que se viste. Para heredar sus inagotables caudales basta con que toques esa campanilla que está a tu lado sobre un libro. El mandarín solamente exhalará un suspiro en los confines de Mongolia. En ese momento será un cadáver. Y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro”.
El hombre duda, pero acaba tocando la campanilla. De inmediato se vuelve fabulosamente rico y las penalidades de los suyos quedan instantáneamente aliviadas. Claro que luego el Diablo pasa siempre al cobro. Y claro, también, que el campesino de Eça de Queirós buscará la forma de redimirse. Lástima que no recuerdo si la encuentra o no. ¿Cómo demonios acababa el cuento?