María Belmonte: “Inventamos el país al que viajamos. Solo vemos lo que conocemos”
La escritora vasca dedica ‘En tierra de Dionisio’ (Acantilado), el tercer libro de no ficción más vendido en la última edición del Sant Jordi, al Norte de Grecia
31 mayo, 2021 00:10María Belmonte (Bilbao, 1959), viajera y escritora, dedica su última obra, La tierra de Dionisio (Acantilado), el tercer libro de no ficción más vendido durante este Sant Jordi, al Norte de Grecia. La escritora vasca regresa al país helénico, sobre el que ya escribió en Peregrinos de la belleza, publicado por la misma editorial, donde incluía sus viajes por Italia y plasmaba, en páginas llenas de citas, sus referencias literarias y artísticas y su pasión por el mundo clásico. “Decía Michel de Certeau que todo relato es relato de un viaje”, le digo nada más empezar la conversación, convencida de que, para ella, viajar y escribir son dos caras de la misma moneda.
–Usted afirma que La tierra de Dionisio no es exactamente un libro de viajes, pero sí lo es en sentido amplio en cuanto no solo narra un desplazamiento geográfico, sino que lo plantea en varias dimensiones: físicas, literarias, históricas…
–Algunas veces me han dicho que los libreros no saben bien dónde situar mis libros, si en la sección de viajes, de historia, de antropología o de literatura, y eso me hace mucha gracia, porque yo tampoco lo sé. Cuando viajamos llevamos con nosotros nuestro bagaje cultural, nuestra historia y con todo esto establecemos una relación dialéctica con los lugares que visitamos. Cuando me pongo a escribir todo eso aflora en el libro.
–Me da la impresión de qué, más allá de la cuestión geográfica, usted entiende el viaje como una forma de escritura y viceversa. ¿La escritura es una forma de viaje o el ensayo de un viaje?
–Para responder le daré la razón a Certeau, a quien citabas. Todo relato puede ser concebido como un viaje en el sentido de que nuestra vida es un viaje en el espacio y en el tiempo. Cuando me planteo un libro, lo hago para saber más de algo que me interesa. Es una excusa magnífica para satisfacer tu curiosidad por un tema. Eso es lo que me mueve a escribir. Hasta ahora todos mis viajes literarios han sido gozosos viajes de descubrimiento.
–¿Tanto el viaje como la escritura se definen por los fragmentos? ¿Por ir de un lugar a otro, de un tiempo a otro y de una cita a otra?
–Sí. Cada libro lo vivo como si me adentrara en un laberinto. Al principio todo es una gran nebulosa, pero a medida que voy avanzando es como si fuera descubriendo pistas que me llevan de un lugar a otro; de un personaje a otro. Unas veces avanzas a tientas, otras cambias de rumbo y al final desembocas en la salida y sientes un inmenso alivio.
–El epílogo de su libro comienza con una cita de Kazantzakis: “El buen viajero crea el país por el que viaja”. ¿Viajar y escribir es una forma de invención?
–Por supuesto, todos inventamos el país o los territorios a los que viajamos, en el sentido de que proyectamos en ellos nuestras vivencias, nuestros conocimientos, nuestra cultura. Solo vemos aquello que conocemos.
–Esta idea de inventar países está relacionada con la oralidad, con los relatos orales de los territorios –en el caso de su libro, Macedonia- que usted rescata.
–Desde el alba de la humanidad, los mitos y los símbolos culturales han constituido el pegamento que mantiene unidas a las sociedades humanas y les permite cooperar. Esos antiguos relatos orales sobre héroes, batallas y hazañas míticas se van incorporando a la historia de los países hasta formar parte de ella. No pasa solamente en la Macedonia griega y en el país llamado Macedonia del Norte. Es una constante de todas las sociedades humanas.
–Su profesora de griego le dice que existe otra Grecia que “no está bañada ni iluminada por el sol” y que es “fronteriza y balcánica”. ¿Es la Grecia que ignoraron aquellos peregrinos de la belleza de su anterior ensayo?
–Hasta la primera década del siglo XX el Norte de Grecia –Macedonia y Tracia– estuvo en poder del imperio otomano. Era una zona que quedaba fuera del circuito habitual de los viajeros y políticamente conflictiva. No se habían excavado todos los yacimientos arqueológicos que pueden visitarse ahora. En ese sentido, era una zona desconocida incluso para los griegos del sur.
–Peregrinos de la belleza nos presenta la Grecia de Winckelmann. La tierra de Dionisio habla de la de Nietzsche?¿Existe una Grecia apolínea y otra dionisiaca?
–Yo no diría eso. Lo dionisiaco es un elemento de la naturaleza humana, su lado oscuro y, como tal, también estaba presente en esa Grecia idealizada por Winckelmann. La Atenas de Pericles y del siglo V a.C., admirada en Occidente, también conoció episodios atroces como la guerra del Peloponeso entre Esparta y Atenas, uno de los conflictos más sanguinarios de la historia. He titulado el libro En tierra de Dioniso porque en Macedonia su culto estuvo muy extendido y porque allí escribió Eurípides su tragedia Las bacantes, pero no establecería una dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisíaco y el Norte y el Sur de Grecia.
–¿De qué manera la idea winckelmiana de Grecia sigue impregnando nuestra percepción de este país?
–Cuando Grecia nació como país independiente, en el siglo XIX, tras liberarse del imperio otomano, los primeros gobiernos apostaron por el clasicismo antiguo para presentar un nuevo país ante el mundo. El Norte de Grecia siguió siendo otomano hasta la primera década del XX. El gobierno griego emprendió entonces una labor de desotomanización, es decir, eliminar cualquier vestigio otomano. Pero si esa herencia sigue siendo desconocida es por la labor del ministerio de Turismo, que sigue apostando por conducir al viajero a las islas y a las ruinas clásicas del Peloponeso.
–En tierra de Dionisio, igual que en Peregrinos de la belleza, hace usted una reivindicación de las ruinas, sobre todo por su valor histórico. ¿Se ha museificado Grecia? ¿Hemos reducido las ruinas clásicas a meras atracciones turísticas?
–Hay ruinas de primera categoría, como el Partenón, el Coliseo, Pompeya o la Alhambra de Granada, que atraen a millones de personas y producen un gran beneficio económico. Afortunadamente existen otras ruinas menos conocidas, que incluso las puedes visitar solo. Pero sí, en general las ruinas más famosas son atracciones turísticas de primer orden en todo el mundo.
–Hace hincapié en su ensayo en el concepto de frontera entre Oriente y Occidente.¿La historia ha ido creando cada vez más fronteras?
–Las fronteras existen desde que el ser humano dejó de ser nómada y se hizo sedentario. Necesitamos establecer límites para poner orden en el caos y la inmensidad del mundo que nos rodea. Los seres humanos somos tribales, y las tribus son expertas en delimitar sus territorios. De un modo u otro las fronteras seguirán existiendo. Son una forma de contener al otro.
–Al cruzar la frontera entre el Norte y el Sur de Grecia descubre otras Macedonias, distintas a la griega.
–A lo largo de la historia europea los límites geográficos del territorio conocido como Macedonia han ido fluctuando, por lo que se puede decir que es un territorio de límites inciertos: ni los cartógrafos se ponen de acuerdo sobre ellos, depende del mapa que consultemos. Mientras escribía el libro descubrí que no sólo había dos Macedonias, la del Norte de Grecia y el país eslavo conocido desde 2018 como Macedonia del Norte. Existen otras tres más en territorio búlgaro, albanés y serbio. Basta consultar Wikipedia para darse cuenta de la complejidad histórica y geográfica de Macedonia.
–El libro comienza con usted estudiando griego. ¿Cómo vive su fascinación por el mundo clásico en relación al desconocimiento creciente de la cultura clásica?
–El cambio domina la historia humana y ahora estamos asistiendo a uno de los más profundos que se hayan producido jamás con la irrupción de las nuevas tecnologías. Todo cambia a gran velocidad y, quizás dentro de veinte años, el mundo será muy diferente a lo que conocemos hoy. ¿Qué pasará con la cultura clásica? ¿Con el legado grecolatino? No lo sé, pero intuyo que es algo tan potente y que forma parte de la historia y la conciencia de Occidente que será muy difícil que desaparezca.
–Sus viajes están influidos por los libros, el arte, el cine. En definitiva, por las miradas de otros. ¿De qué manera el empobrecimiento cultural convierte en incomprensibles esas miradas?
–Siempre existirá gente curiosa, apasionada por los libros, el arte y la cultura. Si muchos autores clásicos son olvidados los curiosos y apasionados los reemplazarán por otros. Nada ni nadie es eterno.
–¿Del Gran Tour del XIX al viaje contemporáneo, cómo ha cambiado la experiencia cultural viaje y su escritura? ¿Aún es posible viajar?
–Se dice que ya no se pueden escribir libros de viajes porque todo está descubierto y masificado. No sé si es verdad. Yo pienso seguir viajando por el mundo mediterráneo. Existen montones de rincones de una belleza insospechada que nos aguardan.
–La gente ahora viaja con Google Maps, visita museos por internet y recorre ciudades a través de una pantalla. ¿Debemos reinventar el relato de viajes?
–Esa es una opción personal, pero entre visitar el palacio del rey Néstor en Pilos a través de una tablet o recorrerlo en persona para después darte un baño en sus aguas turquesa y celebrar la experiencia con una cerveza Mythos bien fría, creo que no hay parangón.