La escritora Laura Freixas en el balcón de su casa de Madrid / YOLANDA CARDO

La escritora Laura Freixas en el balcón de su casa de Madrid / YOLANDA CARDO

Letras

Laura Freixas: “Una sociedad donde la pornografía circula con total libertad no es puritana”

La escritora, que acaba de publicar un relato biográfico sobre su matrimonio, reflexiona sobre el papel de las mujeres en el mundo de la cultura y la burguesía catalana

5 abril, 2021 00:10

Escritora, crítica literaria, editora y traductora, Laura Freixas lleva toda su vida dedicándose a los libros desde distintos lugares y tocando todos los palos. Especialista en la literatura escrita por mujeres y en la crítica con enfoque feminista, ha firmado ensayos como Literatura y mujeres, El silencio de las madres o Sylvia Plath y Ted Hughs. ¿Genio y musa? ¿Genia y muso? ¿Genia y genio? (Editorial Huso). Especialista en los géneros biográficos, ha escrito A mí no me iba a pasar, un relato en primera persona sobre sus años de matrimonio (Ediciones B). También ha publicado en dos volúmenes sus diarios bajo el título Una vida subterránea (Capitán Swing).

–En su ensayo sobre Sylvia Plath cita una pregunta que la poeta se hace antes de casarse: “¿Podría cambiar de actitud y subordinarme gustosamente a la vida de mi marido?”. La idea de que no hay subordinación gustosa, aunque no siempre se es consciente de esto, reaparece en su autobiografía, A mí no me iba a pasar. ¿Qué papel ha tenido la literatura a la hora de reflexionar sobre una misma?

–Sin duda, me he interesado por Sylvia Plath, como por Colette, Simone de Beauvoir, Clarice Lispector, Virginia Woolf, Anaïs Nin, Annie Ernaux. Los dilemas que plantean, las cuestiones que abordan, son propias de la condición femenina (al menos, de la de una mujer blanca, occidental y de clase media) y yo sentía que me afectaban de lleno. Pero debo reconocer que lo mismo que yo veía claro en ellas, he tenido que vivirlo yo –creyendo de entrada, erróneamente, que a mí no me afectaría– para entenderlo del todo. El resultado (por ahora) de este proceso es A mí no me iba a pasar, que no podría haber escrito si estas autoras no me hubieran iluminado, desbrozándome el camino. Les estoy muy agradecida y aspiro a que mis libros sean útiles para quienes vengan después.

–Usted es también autora de diarios. En su Historia de la misoginia Anna Caballé señala el género biográfico ha sido tradicionalmente escrito por hombres. ¿El diario es, por el contrario, un género donde la mujer ha tenido mayor presencia?

–Los géneros literarios, como todo, están muy diferenciados por sexo. La autobiografía implica una conciencia de individualidad, de ejemplaridad, y una vida pública, incompatibles con el lugar que el patriarcado asigna tradicionalmente a las mujeres: vivir para y a la sombra de otros, ser modesta, y limitarse al ámbito privado. Además, las vivencias específicas de las mujeres, como la maternidad, no se han considerado universales ni dignas de un tratamiento literario. Por todo eso, las mujeres solo recientemente, y con muchas restricciones, han escrito autobiografía. 

Laura Freixas 4 : YOLANDA CARDO

En cambio, sí son con frecuencia autoras de novelas autobiográficas que pueden contar lo mismo, pero bajo el velo de la ficción. Creo que ser consciente de esto, haberlo estudiado, me ha resultado liberador y me ha permitido escribir mis libros autobiográficos e incluir en ellos esas vivencias específicas a las que me refería. En cuanto al diario, es curioso, porque las mujeres lo escriben con más frecuencia que los hombres (como documenta Manuel Alberca en La escritura invisible), pero lo publican menos porque, a priori, las vidas de las mujeres parecen poco interesantes y publicar un diario en el caso de una mujer parece pretencioso. De hecho, cuando las mujeres publican diarios suelen ser “diarios de... (cáncer, cárcel, viaje…)”. Es decir, donde el tema no son ellas mismas, sino una experiencia o bien (y esto también pasa en las autobiografías femeninas), el protagonismo es compartido con un hombre. Pienso en las memorias de Beauvoir –donde Sartre está muy presente–, en las de Patti Smith –con Robert Mapplethorpe– o en el diario de Antonia Fraser, Must you go?, cuyo protagonista no es ella sino Harold Pinter.

–¿Como autora ha afrontado de forma distinta un género cuyos referentes son preferentemente masculinos?

–Por suerte existen ya referentes femeninos, menos numerosos que los masculinos, pero importantísimos que me han ayudado mucho tanto a reflexionar sobre mis experiencias y a corroborar la importancia de que las mujeres saquemos a la luz esas vivencias tradicionalmente excluidas de la literatura. Pienso en muchas autoras, como las que he citado, pero también en Adrienne Rich (Nacida de mujer), o las incluidas en el libro Maternidad y creación, editado por Moyra Davey; incluso en obras testimoniales recientes como El consentimiento de Vanessa Springora.

–Usted ha dicho: “Los diarios personales son una herramienta imprescindible para el futuro del feminismo, para que las mujeres se conozcan por sí mismas en vez de conocerse a través de lo que los hombres dicen de ellas”. Habiendo traducido los diarios de Virginia Woolf y los de André Gide, ¿se puede hablar de dos maneras de entender este género? 

–No cabe duda de que, globalmente hablando, los diarios femeninos son distintos de los masculinos. En los femeninos (como observa Béatrice Didier en su ensayo Le journal intime) hay una gran presencia de otras personas, mientras que los masculinos están mucho más centrados en su autor. Ahora estoy releyendo el de Anaïs Nin y calculo que el 80 % del texto consiste en analizar la personalidad de los hombres de su vida (su padre, su marido, sus amantes) y la relación que tiene con ellos. Otra diferencia es el significado de la casa: en los diarios de hombres tiene poca importancia y es más bien algo dado, un escenario, mientras que en los de mujeres la casa es algo que una crea, y que requiere trabajo. También está el tema de la fertilidad, la maternidad y todo lo relacionado con ella: el miedo al embarazo, por ejemplo. Claro que no podemos hablar de diarios femeninos y masculinos como si fueran compartimentos estancos, pues hay muchas variaciones individuales, pero las diferencias existen.

Laura Freixas 3 : YOLANDA CARDO

–¿Hasta qué punto literatura femenina es una etiqueta despreciativa? ¿Es un problema la connotación que se le ha dado a lo femenino?

–Todo lo femenino está desvalorizado, lo cual nos sitúa a las mujeres ante un dilema imposible. Si aceptamos calificar algo (sea lo que sea) de femenino (signifique eso lo que signifique), la mentalidad patriarcal, que está en la mente de todos y también de todas, por desgracia, automáticamente lo rebaja. Le asocia todas las connotaciones que tiene lo femenino en la ideología patriarcal: algo de segunda categoría, marginal, no universal (no representa al conjunto de la humanidad), solo representa y solo puede interesar a las mujeres (público que a su vez es visto como de segunda categoría), es cursi, cosa de marujas, etc. Pero si negamos la existencia de lo femenino (si negamos, en este caso, que la literatura escrita por mujeres tiene características propias), nos encontramos en una posición muy difícil porque estaremos negando la evidencia. Lo que debemos hacer es reconocer la literatura escrita por mujeres (prefiero esa fórmula a la de femenina, que es un concepto difuso y cargado de ideología), pero sin aceptar su desvalorización. Yo siempre señalo que la literatura escrita por mujeres aporta temas y personajes nuevos, enriquece el corpus literario.

–Asumido esto, ¿la etiqueta femenino no arrincona o circunscribe la literatura escrita por mujeres como si fuera otra cosa?

–¿Por qué una etiqueta o definición arrinconaría a un tipo de literatura? ¿Vamos a dejar de hablar de literatura canadiense, poesía de la experiencia o Generación del 98 o eso no arrincona? Lo que arrincona no es la etiqueta, sino que esa etiqueta diga mujeres, que son las sistemáticamente arrinconadas.

–Y, sin embargo, autoras como Pardo Bazán o Carson McCullers, por ejemplo, han reconocido que, para elogiarlas, se les decía que escribían como si fueran hombres. ¿Todavía perviven estos prejuicios?

–Sí, los prejuicios perviven. Antes se expresaban abiertamente, con todas las letras. Casi diría: inocentemente, porque no se veía nada malo en ello. En Literatura y mujeres, que es del año 2000, así como en mis dos ensayos posteriores sobre el mismo tema (La novela femenil y sus lectrices, de 2009, y El silencio de las madres y otras reflexiones sobre mujeres y cultura, de 2015) doy muchos ejemplos. Las cosas han cambiado en el sentido de que hoy estos prejuicios se cuestionan, están mal vistos, casi nadie se atrevería a ponerlos negro sobre blanco. Pero para erradicarlos hace falta toda una labor de aprendizaje, de reflexión, de crítica (a mí me ha tomado muchos años, y no ha concluido), que pocas personas han hecho. De modo que hay avance, sí, y aprecio la buena voluntad que veo a mi alrededor... pero me temo que es superficial y dudo, en consecuencia, de que sea permanente.

Laura Freixas 6: YOLANDA CARDO

–El hecho de que autoras como George Sand o Flora Tristán no solo se vestían como hombres, sino que firmaban como hombres para obtener un reconocimiento que de otra manera no hubieran tenido parece ilustrativo. ¿En qué situación nos encontramos hoy?

–No se confía del todo en las mujeres y sus obras. En su calidad, en su importancia, en su futuro. Y no me extraña dada la educación que recibimos. Pondré un ejemplo: para el 8 de Marzo, en muchos institutos se habla de escritoras, de las Sinsombrero (las escritoras de la Generación del 27), por ejemplo. Se ponen cartulinas con sus nombres y fotos en los pasillos, se da alguna charla... Pero en los libros de texto esas escritoras no figuran, o apenas lo hacen. De modo que chicas y chicos van asimilando, sin darse cuenta, la idea de que la literatura de verdad, la importante, es la de los hombres, la que está en los libros y va para el examen, mientras que la de las mujeres es un aditamento, algo circunstancial, accesorio, de quita y pon. Y este mensaje (el mismo que nos llega a través de la publicidad, el cine o la Universidad...) es el que reciben también las y los futuros editores, profesoras/es, etc. No es de extrañar que practiquen y transmitan, sin darse cuenta, esa visión de la cultura, jerárquica y excluyente.

–A raíz de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa de Guadalajara, usted junto a otras escritoras, denunció la inferior representación de mujeres en festivales. ¿Cree que las cuotas en festivales o en jurados son la solución?

–Creo que las cuotas son parte de la solución, sí. Bien que hay cuotas o ayudas específicas, en cine por ejemplo, para las películas rodadas en Canarias o en lengua catalana, sin que nadie lo critique. Pero una medida que es puramente numérica e impuesta no puede ser suficiente. Hace falta una reflexión cualitativa, como la que yo hago en mis conferencias y en libros como el que he dedicado a Sylvia Plath, o la que llevamos a cabo desde Clásicas y Modernas (asociación para la igualdad de género en la cultura, de la que soy presidenta de honor) con conferencias sobre escritoras, científicas, pintoras para entender los mecanismos de discriminación, que son muy complejos.

–Hemos hablado del género, pero ¿hasta qué punto es igual o más condicionante el elemento material? Dicho de otra manera, ¿la escritura de las mujeres depende de su clase de procedencia?

–Por supuesto, la clase social, como las diferencias étnicas o la condición de homosexual, son cosas que marcan muchísimo a quien escribe. Digamos que, en general, quien está en la parte privilegiada no tiene conciencia de esas diferencias (y esa ausencia de conciencia crítica, esa aceptación de los tópicos y estereotipos, también es una marca propia de la literatura escrita por varones, personas blancas, heterosexuales, de clase media o alta), mientras que quien está en la parte oprimida tiene una conciencia omnipresente y dolorosa de ellas. El gran tema de la literatura escrita por mujeres es la condición de mujer; el gran tema de la literatura afroamericana, la conciencia de ser negra/o. Yo creo ser crítica con la burguesía catalana, a pesar de pertenecer a ella, porque vengo de una familia en parte catalana y burguesa, pero en otra parte castellana, emigrante, campesina y obrera. 

Laura Freixas 2 : YOLANDA CARDO

–Otra de las cuestiones que se plantean a la hora de leer la literatura desde unos criterios éticos muy concretos es qué sucede cuando esta no responde a ellos. ¿Hasta qué punto es válido exigir a la literatura la transmisión de modelos ética y socialmente aceptables?

–Las obras literarias o artísticas fueron creadas en el pasado y debemos entenderlas teniendo en cuenta su contexto, pero las leemos en el presente e influyen en ese presente, y no podemos aceptar su influencia acríticamente; tenemos que dialogar con ellas. Y hay algo importante: es un error creer que cuando esas obras se crearon existía una opinión monolítica y unánime. Por ejemplo, Las mujeres sabias y Las preciosas ridículas de Molière nos permiten ver que en el siglo XVII había mujeres indignadas de que no se les permitiera estudiar, que querían que sus opiniones sobre temas científicos o filosóficos fueran escuchadas. Molière recoge sus argumentos, se inspira en ellas para crear sus personajes. Lo hace con el fin de descalificarlas, pero nos deja la prueba de que había polémica y distintos puntos de vista. Otro ejemplo: no puedo justificar el machismo que se desprende de la poesía o de las memorias de Neruda atribuyéndolo a su época y olvidando que Neruda fue contemporáneo de Simone de Beauvoir (cuya existencia no podía ignorar, aunque solo fuese porque fue embajador en París).

–Pero sí que son, en parte, reflejo de una época o, por lo menos, de una mentalidad dominante. Quizás es esto lo que habría que enseñar…

–Una de las claves es la educación de las personas jóvenes y la concienciación de toda la sociedad. Otra de las cosas, no menos importante, que podemos hacer es fomentar la participación de las mujeres en la cultura. Que se oigan las voces, se expresen los puntos de vista, las experiencias, los intereses de ellas, y no solo (o muy principalmente) las de ellos.

–La prohibición en Reino Unido de que los carteles de una exposición de Egon Schiele se colgaran en la ciudad, la polémica sobre la exposición de Balthus en Madrid o en torno al cuadro El origen del mundo de Courbet obliga a preguntarse si estamos ante un nuevo puritanismo.

–No me parece que sea puritana una sociedad en la que la pornografía circula con toda libertad, sin restricciones de edad siquiera. El problema es que se sacraliza el arte y la cultura, se pretende que tenga patente de corso, que no pueda ni siquiera criticarse. Yo estoy en contra de las prohibiciones (salvo tratándose de obras o productos culturales que hacen apología de delitos graves, como el asesinato o la violación), pero planteo una pregunta: ¿Por qué el hecho de exhibir un determinado cuadro en un museo, o de seleccionar un texto como lectura obligatoria en la escuela no se critica –no se interpreta como político–, y en cambio, la sustitución de ese cuadro o ese texto por otro, sí se interpreta como una decisión política, sesgada y criticable? Que el cuadro Hylas y las ninfas estuviera en una sala del museo de Manchester, mientras que otros están en los sótanos, ¿eso no es opinable?, ¿no es una decisión que alguien tomó por criterios que no son solo estéticos? ¿Que esté expuesto no es criticable, pero que se retire sí?

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–Pero ¿no hay algo de paternalismo y de infantilización del público en todas estas advertencias éticas? 

–Al contrario, creo que se trata de desacralizar el arte y la cultura, de acercarlos a la ciudadanía, de fomentar el diálogo, forzosamente desde el presente, con nuestro pasado, y de fomentar el espíritu crítico por parte del público.

–En obras como Adolescencia en Barcelona ha tocado un tema tan espinoso como la relación entre la burguesía catalana y el franquismo, si bien con el paso de los años se fue alineando con el nacionalismo.

–En efecto, la burguesía catalana que yo he conocido bien en mi infancia y adolescencia estaba totalmente alineada con el franquismo. Quizá sin entusiasmo, quizá lo aceptaban como mal menor, pero lo aceptaban. Que luego se hicieran demócratas y nacionalistas, como esos alcaldes franquistas catalanes que siguieron siendo alcaldes, pero por Convergència, no me parece mal... pero que no pretendan hacernos creer que eran catalanistas y antifranquistas desde siempre. 

–Usted nunca se ha mordido la lengua. Se ha mostrado siempre extremadamente crítica con el nacionalismo y ahora es combativa con la llamada ‘Ley Trans'.

–Puedo equivocarme, sin duda, aunque intento conocer bien los temas antes de opinar sobre ellos, pero lo que no puedo es callarme por miedo o por no discutir. Estuve y estoy en contra del independentismo, que me parece un movimiento reaccionario y en el fondo, clasista. También estoy en contra de la Ley Trans porque me parece reaccionaria y sexista. Me pueden convencer con argumentos: es una cuestión de principios leer libros, artículos, ver vídeos, apuntarme a cursos de quienes piensan lo contrario, y todo eso me ha servido para entenderles mejor y matizar algunas de mis ideas. Pero lo que pienso, lo digo y lo argumento. Aunque me cueste disgustos, que desde luego me los cuesta.