Chick Corea y la lámpara mágica
El músico norteamericano, fallecido hace unos días, tocó con los mejores intérpretes de su generación, cultivó la improvisación y enriqueció en el ‘jazz’ con influencias latinas
16 febrero, 2021 00:00La muerte se interpuso. Ya no veremos al músico de media sonrisa coronado de rizo blanco sobre las tablas, aunque su sonido seguirá viviendo en la frontera que separa el sentido del sinsentido. Hace poco, Armando Anthony Corea, el gran Chick Corea, le confesó a Joan Antón Cararach, director del Voll Damm Festival de Jazz de Barcelona, que se encontraba un poco indispuesto; ambos planeaban agendar una actuación del pianista que llegaría esta vez con la Chick Corea Electric Band. Ya no podrá ser.
La desaparición de Corea, el pasado nueve de febrero, ha sorprendido por inesperada en los ambientes musicales españoles; los conocedores no olvidan su debut de 1987 en el mismo Festival de Jazz, que le galardonó con la medalla de honor. Su última actuación completa con la Steve Gadd data de 2017 y su última aparición sobre el escenario se produjo en el Teatre Grec, como director de Chick Corea and The Spanish Heart Band, en la que colaboraron el bailaor Niño de Reyes y el prodigioso Josele, que fue el segundo guitarrista de Paco de Lucía.
Resultó apoteósico; el sfumato de los instrumentos de la Band se unió raramente con la guitarra clásica y el baile sin definir principios ni finales. Una muestra más de que la música no entiende de fronteras ni de géneros. Corea nunca aceptó el neofolclorismo de algunos ambientes de la música negra y el blues. Su música ha sido un compendio contra el mecenazgo y el espíritu burgués de los auditorios. Quiso un público libre, el que acude y escucha sin exasperaciones simuladas ni toques cosmopolitas.
El idioma internacional de los músicos fue inventado al principio de los tiempos, pero su mensaje pertenece al siglo XX, la edad de una pugna permanente entre el genio del interprete y la objetividad de la partitura. El vínculo de Chick Corea con el piano comenzó muy pronto, con tan solo cuatro años, cuando recibió sus primeras clases. Nació en 1941, en el seno de una familia de ascendencia italiana; aprendió los fundamentos del jazz desde niño, como hijo de un trompetista llamado Armando Corea.
A partir de los 20 años se inició con diversas bandas; en los años 60 grabó sus primeros discos, llevando él las riendas de los cuartetos de viento piano y cuerda, como el Tones for Joan’s bones o Now he sings. Su salto de calidad se produjo al entrar en la banda de Miles Davis reemplazando a Herbie Hancock en el teclado electrónico. El trompetista descubrió al fallecido compositor tocando el piano acústico en los clubes de Nueva York a mediados de los 60 y tuvo que mostrarle el mundo de la electricidad.
Ambos totalizaron entonces piezas como In a Silent Way o Bitches Brew. Corea encontró el tesoro tocando con músicos insuperables a los que hizo comprender la capacidad de un instrumento como el piano por encima del resto a la hora de articular el conjunto. Se sintió compositor por primera vez y a partir de aquel momento se hizo la misma pregunta: ¿puede un compositor ser llamado creador? La duda alimenta al genio, le vuelve precavido y le ayuda a echar mano del rigor antes de encender su lámpara mágica.
Entró en la madurez de su producción al fundar Return to Forever, uno de los grupos fundamentales del jazz-fusión con el que grabó My Spanish Heart, y Mediterranean Sundance junto con Paco de Lucía. Había llegado el momento de su ruptura con la tradición jazzística de la que era hijo. Y lo hizo utilizando como base el Concierto de Aranjuez; con los años, se sintió profundamente latino; desaforadamente hispano; forjó una alianza antes impensada con la percusión, la caricia vocal de Brasil y los dedos sobre las cuerdas de la guitarra española (la que nunca más faltó).
En aquellos trabajos dio entrada al percusionista Airto Moreira y a su mujer Flora Purim, como vocalista. La mezcla dio a luz Spain, la mejor composición de su carrera. Al poner en la base de la composición al maestro Rodrigo, Corea entró en la mística del recuerdo: sus acordes se iban prolongando hacia atrás, hasta que el pianista recuperó el influjo de Sketches of Spain de Miles Davis; el dato muestra que su fusión había empezado a obsesionarle ya en los comienzos, cuando probó suerte con Dizzie Gillespie o el mismo Davis.
Corea era consciente de que los acordes imposibles del jazz solo podían oírse una vez en el marco de una probable jam session, herencia de los grandes saxofonistas de la era dorada, los Wayne Shorter, John Coltrane, Charlie Parker, Dexter Gordon o Sonny Rollins, entre otros. Una nota imposible puede replicarse, pero jamás repetirse. Es producto de la acústica, de la angora, de la seda, del alcohol, de los opiáceos y de otras mil percepciones; lo mismo ocurre con el tono de las míticas bandas de los años 20, las Joe King Oliver, Clarence Williams, Louis Armstrong, Sam Morgan, Johnny Dodds o Jelly Roll Morton, entre las más sonadas.
Lo mejor del jazz es el recuerdo; lo que vive en el pasado. Y Corea ha pertenecido a un mundo de experimentación y de fusión que abre una época posterior a esta hegemonía. Al incorporar su herencia latina al jazz abrió la caja de las condecoraciones; fue nominado a los Grammy en 65 ocasiones y se hizo con el galardón en 23, a los que añadió cuatro Grammys latinos; en pleno éxito compuso The Enchantment, mientras que The Vigil fue considerado el mejor álbum de jazz latino. La influencia del flamenco en su música arrojó el brillante Touchstone. Una vez emprendido este camino no volvió la vista atrás, como se ve en los álbumes en los que figura una extensa nómina de músicos como Carles Benavent, Don Alias o Álex Acuña.
Chick Corea ha sido un hijo de la etapa de los grandes desórdenes que impulsó su herencia musical sobre otras formas atractivas nacidas del folclore. No levantó banderas; odiaba la pose de quienes unían notas de himnos revolucionarios al final de la Novena de Beethoven para rendir un culto romántico innecesario. Ha sido un músico de naturaleza personalísima. Su fidelidad a la obra dejaba siempre una ventana abierta a la improvisación –el alma de su género– sin caer en el ronroneo del barroco ni en el aislamiento de la música clásica, el mismo arrastre de pies que extingue lentamente el protagonismo de las jazz-band. Para él, la subjetividad ha sido el hilo conductor de una obra capaz de no traicionar el fondo de la pieza. Corea ha cerrado una puerta musical.