'Homenot' Javier Reverte / FARRUQO

'Homenot' Javier Reverte / FARRUQO

Letras

Javier Reverte, viajero africano del Egeo

El periodista madrileño, uno de los grandes escritores de viajes en español, no fundía el viaje y la historia en sus libros; captaba el presente y lo adornaba con mitos literarios

3 noviembre, 2020 00:00

Abrazar con ternura una bola del mundo o acariciar con las palmas de las manos las páginas de los libros con relieves de cordilleras y ríos hechos de cartón fino; estas son costumbres de los viajeros-narradores, como lo era Javier Reverte (Madrid, 1944-2020), uno de los más poderosos en el cometido de acercar al lector mundos lejanos deseosos de cercanía por el hecho de ser contados. En un agradable paseo por lo desconocido, Jacinto Antón explica que Reverte supo que en el Lago Victoria había un cocodrilo que hacía de juez: echaban a los sospechosos al agua y, si el cocodrilo no se los comía, eran inocentes. Genial. Supimos por Reverte que en la sabana se oyen tambores lejanos en los que, de vez en cuando, “se identifica la señal de que un hombre ha sido devorado por un león”, aunque me temo que este tam-tam no llegó a ser ninguna novedad para los turistas de caza mayor que dan el pego (cada día menos) con salacot y camisas con charreteras.

En clave de narraciónn biográfica, la trilogía de Reverte –El sueño de África, Vagabundo en África y Los caminos perdidos de África– lo explica casi todo, incluidas sus incursiones navales en el lago Tanganika o las fiestas en el Club de Campo de Nairobi, menos mundanas y elegantes que las de Lord Mountbatten, alteza serenísima, en compañía del gran cazador blanco Finch-Hatton (Robert Redford en Memorias de África) y la condesa Karen Blixen; y desde luego, dignas de la rapiñadora aristocracia colonial, amada sin disimulo por la Reina Victoria. Reverte revive todo esto y no se olvida del río Congo, la ruta fluvial hacia el Corazón de las tinieblas, allí donde Kurtz se emparentó con el diablo en ritos de sangre y muerte y dónde fue liquidado por Charles Marlow, el narrador en primera persona de la novela de Conrad. Remontándose por encima del tiempo, el escritor y viajero madrileño plasmó las consecuencias de la devastación del rey Leopoldo II de Bélgica, ladrón de marfil y plata, y se añadió al recuento final de la historia de Kurtz a cargo de Marlow, a su regreso de África, en la cubierta de una barcaza sobre el Támesis, el río de la civilización.

El sueño de África, Javier Reverte

En África, los países y los cruces de caminos no han cambiado casi nada. Los reflejos del pasado ya son otra cosa, después de guerras neocoloniales y masacres tribales. Reverte se especializó en los mundos enterrados o los que están en trance de desaparecer; sus zapatos de suela gastada por el calor y los caminos pedregosos guardan la memoria de los mayores, los hombres y mujeres, que cuentan lo que ocurrió, minutos antes de su extinción. Es imposible visitar el Masai Mara, en Kenia, o el Serengueti de Tanzania, sin mezclar aventura y nostalgia, al estilo de Jordi Esteva frente a las costas de Sudan en busca de Los árabes del mar (Península), cumpliendo la promesa de conocer un día a Simbad. 

Ramón Lobo despide a Reverte con emoción; señala que a “Sean Connery y a Javier Reverte les dio por morir el mismo día” y espera que ambos nos cuenten este viaje en el gmail de los cielos. Reverte ha tenido el gustazo de compartir sueños con sus congéneres, llámense el Nilo de Aldekoa, la Islandia de Xavier Moret o la Patagonia de Bruce Chatwin. Era un tipo socarrón, trabajador como él solo y conversador crepuscular de trago corto; con sus libros, ríes y lloras a partes iguales, sin dejar de pasarlo bomba.

El río de la desolación, Javier Reverte

Las historias de un descubridor como Reverte se presienten; su último trayecto, el de su fallecimiento, (este sábado 31 de octubre), no lo desgaja de sus lectores, que seguirán cruzándose con él en librerías y bibliotecas. Javier echaba de menos un pasado que nunca vivió: el Londres del ochocientos, la metrópoli de los cocheros, los asesinos, los caballos y las academias científicas. Y tal vez para tenerlo cerca, refundó la Sociedad Geográfica Española, de la que fue miembro de honor; un nido de indagadores en línea con el viejo espíritu de Livingstone y Richard Burton o del español Manuel Iradier, el africanista que conectó con las comunidades vengas, itemus, valengues, vicos, bijas y pamues. 

La sede del invento, todo un puntazo, es la misma que ocupó la Academia de Geografía de Madrid, en el ochocientos. Ansiosa siempre de rehabilitar su pasado, la capital ofrece espacios de reinvención: un escenario en el que Reverte enlazó con camaradas del oficio, como Luis Carandell, Jesús Torbado, Pancorbo, Fernando Schwartz, Concha García-Campoy o Ely del Valle, algunos de ellos vinculados al programa En Portada de TVE. La academia ha sido otra baza para soñar a cargo del hombre que ha intermediado entre la tradición cartográfica del viajero y el monótono día a día de casi todos; una palanca para un excepcional perturbador de mentes abocadas a la aventura, unidas en la pasión por la lectura.

Suite italiana, Javier Reverte

La experiencia vital de Reverte se mezcla con la literaria; este cruce de estirpe le dotó de una fiereza similar a la de Harry Street, el personaje de Hemingway que fallece de gangrena sin contener la emoción que le provoca contemplar la cima blanca del Kilimanjaro; le emparenta también con el Nick Adams recurrente y regenerador de cuentos cortos o con el Jake Barnes de Fiesta, dispuesto siempre a beberse el mundo en una copa de Dry Martini. 

La ficción vivida se disfruta, en cambio, la mitomanía suele ser producto de un despiste, como el de Gertrude Stein, que usó la idea de generación perdida, después de la Gran Guerra, para calificar a los operarios novatos de un taller de coches de París, antes de que Dos Pasos, Scott Fitzgerald, Archibald MacLeish, Ezra Pound o el mismo Hemingway se la aplicaran a sí mismos. Los poetas Hart Crane y E. E. Cummings no les fueron a la zaga; aprendieron a regatear a los convencionalismos, pero de un modo abrasivo, sin la discreción de Reverte, un sucesor demasiado recto para epatar, sometido por el influjo comprensivo de su llorado amigo Manu Leguineche, fundador de Colpisa y enviado especial a todas las guerras.

Trilogía de Centroamérica, Javier ReverteCon Los dioses de la lluvia, El aroma del Copal y El hombre de la guerra reverte nos metió de lleno en la Centroamérica de los ochenta, los años de la contra en Nicaragua y del ascenso del Farabundo Martí en El Salvador, concomitante con otros movimientos de liberación en la Guatemala del dictador Efraín Ríos Montt y en la olvidada Honduras. Lo hizo tomando como eje la Panamericana que te lleva desde San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, territorio del subcomandante Marcos, hasta Costaguana, el Panamá, no de Conrad, sino del Comando Sur. Reverte fue corresponsal en Londres, París y Lisboa y enviado especial en numerosos países. También trabajó como articulista, cronista político, entrevistador, editorialista, redactor-jefe y subdirector del diario Pueblo. Ha escrito más de veinte libros basados en viajes, más de diez novelas, cuatro memorias y biografías y bellos poemarios.

Con

Viajaba armado con sus libros de cabecera; con London y Melville en el zurrón y con los apuntes de la decena de tomos de Tarzán de los monos, el héroe literario creado de Edgar Rice Burroughs, que Reverte leía y releía desde chico. Se alimentaba de la sorpresa y la curiosidad que hicieron célebre al mismísimo Allain Quatermain, en busca de la ciudad perdida de Las minas del rey Salomón. Conectó el presente de los conflictos regionales, descritos por Kapuscinski, con el pasado que levantaron los héroes. No fundió viaje e historia; captó el presente y lo adornó con los mitos. 

Corazón de Ulises, Javier Reverte

La Grecia de Byron colmó el ansia de Reverte. El Egeo de Lesbos e Ítaca inspiró su Corazón de Ulises, un libro bello que le emparenta para siempre con los adoradores del sol, los Durrell, Winckelman, Lawrence, Norman Lewis, Leigh Fermor o Henry Miller. Se abalanzó sobre Micenas, ruina encastillada de los Átridas, hecha de piedra, oro y sangre. De Atenas nos trajo el murmullo permanente del barrio de Plaka camino de la Acrópolis, sobre la característica neblina que huele a cordero asado, aceite y ajo. El Partenón desnudo le descompuso al comprobar que contemplaba el precio de la historia, la que va de Pericles a Morsini o de Ictino a sus saqueadores británicos.

Canta Irlanda, Javier Reverte

Colmado por el homérico “cuentan las musas”, trasladó sus desvelos periodísticos el Ulises del norte, el de James Joyce, miles de años después de Odiseo, el héroe astuto. Reverte certificó el trayecto circular de los dipsomaníacos sobre las aceras de Dublín, la bella capital de la República de Irlanda, que celebra el Bloomsday  cada 16 de junio con la misma devoción que le inspira el Drácula de Bram Stoker; atravesó la frontera sensible del otro lado, hasta la Londonderry del viernes sangriento, que el relator nos contó como preámbulo del final del IRA. 

Paisajes del mundo, Javier Reverte

Y lo que son los caminos inescrutables del destino, Lord Monnbatten, el diplomático de Nairobi y Birmania, falleció en 1979, al estallar una bomba del IRA que destruyó su barco, el Shadow V, en las costas irlandesas del condado de Sligo. Reverte fue consciente acaso de que la descolonización de Kenia, orquesta en parte en aquel agradable Club de Campo, reabrió el resentimiento nacionalista en el mismo corazón del imperio, con el asesinato de aquel amable Lord de la vieja Commonwelt. Es escritor y periodista, el hombre bueno que lloró el 11-M ante la catástrofe de las Torres Gemelas, se sirvió de sus viajes para desvelar los pecados de la autodeterminación, devorador del siglo XXI. Sus patrias fueron las cariátides borradas por el paso del tiempo y la Atenea de Promacos, la desaparecida obra de Fidias, que tuvo nueve metros de altura. Imaginó lo que no vieron sus ojos: el templo de Artemisa y la devastación que nos acecha. 

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